Relatos Eróticos Fetichismo

La novia de Cucky

Publicado por Fetishguy el 14/03/2011

El marido de Patricia estaba poniendo la lavadora mientras ella charlaba tranquilamente con su amiga Paula en el salón. Estaba cómodamente sentada con el móvil pegado a la oreja cruzando y descruzando las piernas con cierta inquietud.
―¿Un nuevo club? A Mario no le gusta salir ya de noche.
―Eres gilipollas tía. Llevas dos años casada y estás que no sales para nada, tía. Deberías ir, hay unos tíos que son la hostia.
―¡Paula! Te recuerdo que soy una mujer casada, ¿de qué estás hablando?
―Mira, el club se llama “La novia de Cucky”.
―¿Cucky? Qué es eso.
―Cucky es un diminutivo de Cuckold, la palabra inglesa para “Cornudo”.
Patricia notó un hormigueo en el estómago.
―¿De qué va ese club?
―Bueno, van parejas liberales. Los tíos que hay allí están pendientes de que a las mujeres no les falte de nada, mientras sus maridos quedan, digamos en un segundo plano. Tía, anima a Mario. Al principio le molestará, pero enseguida se les pasa.
―¿Tú has ido con Raúl?
―Mi vida ha cambiado totalmente. Tengo que contarte más. ¿Quedamos para tomar café?
―Bueno, tengo que arreglar la cocina.
―Bah, pídeselo a Mario, seguro que no le importa. Nos vemos en el centro comercial, y ah, llévate la tarjeta que nos vamos de compras.
Patricia colgó y miró a Mario con preocupación. Allí estaba su marido con un delantal puesto y pensó que ya había perdido todo el encanto físico que tenía antes de casarse. Ahora había echado barriga y vestía siempre con esos horribles pantalones de deporte baratos. Patricia se levantó del sofá y se dirigió a la cocina.
―Cariño, ¿te importa terminar tú las cosas? He quedado con Paula y tengo un poco de prisa.
―Bueno, vale.
Patricia se fue al dormitorio y se cambió. Se iba a poner su ropa diaria de batalla, pero lo pensó mejor y se puso unas pantimedias opacas con un jersey largo encima y unos tacones de Mango sin puntera. Se soltó el pelo y se maquilló a conciencia. El jersey apenas le tapaba el culo. Se sintió sexy por primera vez después de mucho tiempo. Se echó un poco de su perfume de Angel de Thierry Mugler y salió. Cuando Mario la vio, se quedó boquiabierto.
―¿Dónde decías que ibas?
―Al centro comercial con Paula.
―Cuando vas conmigo nunca te pones así.
― Estoy mal o qué.
Patricia no quería prolongar demasiado la conversación y salió de la casa. En el ascensor soltó un suspiro. Le gustó salir a la calle vestida así, atractiva y sin marido.

Al llegar al centro comercial, Paula estaba sentada en una cafetería, con un minivestido espectacular, pelo recogido y medias marrones. Estaba impresionante, la tía. Levantó la mano al ver a Patricia. Se saludaron.
―Qué guapa estás―dijo Patricia con cierta reserva. No era realmente guapa, estaba lo que se dice buena.
―Tú también estás monísima. Siéntate. ¿Has dejado a Mario en la cocina?
―Sí, allí se ha quedado.
―Mmmm. Qué calzonazos, es perfecto.
―Oye, sin faltar. Qué es mi marido.
―Mira nena. Desde que fui a ese club y supe lo que significa un hombre de verdad, le he perdido totalmente el respeto a mi marido.
―Pero qué dan allí si puede saberse.
―A ver… ¿Mario te sabe follar?
―¿Perdona?
―Mira, a ver… Cuando has follado con tu marido, ¿no has deseado que la tuviera más grande, que fuera más fuerte, más guapo, Dios, que fuera uno de esos tíos buenos que consiguen humedecerte nada más verlos?
―Creo que estás fatal.
―Esos tíos del club tienen todo lo que has soñado y saben lo que te gusta y cómo te gusta. Hay mulatos, negros…
―¿Negros?
―Ajá. Tienen servicios de toda clase. El otro día contraté una segunda noche de bodas.
―¿Noche de bodas?
―Un chico, el que tú elijas, viene a tu casa y te folla delante de tu marido interpretando a un intruso en tu noche de bodas. Imagínate, yo vestida de novia sexy con un macho detrás follándome de lo lindo mientras Raúl se quedó sentado delante de nosotros con un ramo de novia en las manos. Joder, Patri, me corrí tantas veces y casi me desmayé.
―Estás de broma. ¿Raúl accedió a eso?
―No pueden hacer nada. Esos tíos son tan imponentes y tan dominantes que los maridos se quedan neutralizados.
Patricia se cruzó de piernas. Notó que aquella historia la había excitado un poco. Se imaginó a Mario mirándola mientras follaba con otro hombre y le pareció repulsivo y morboso al mismo tiempo. ¿Cómo reaccionaría?
―¿Y quieres meterme en esto a mí?
―Mmmm, pagaría por verte en brazos de unos de esos chicos. Eres guapa, atractiva y estás casada con un calzonazos. ¿Qué más quieres?
―Estás loca.
―Bueno, prepárate, porque tenemos que comprarte algo para el club. Debes ir especialmente llamativa.

Patricia se dejó llevar por Paula. Se probó varios minivestidos hasta que dio con uno ceñido de color fucsia que resaltaba su figura de manera espectacular.
―Este te queda muy pero que muy bien.
―Pero si parezco una puta…
―Se las pondrás dura a esos cabrones, mmm. ¡Cómo envidio ese cuerpazo que tienes, zorra!
―Eh, no me llames así que no me gusta.
Paula se rió.
―El sábado por la noche será lo más suave que te digan, guapa, y te encantará, hazme caso.
Patricia se miró en el espejo del probador y se sorprendió a sí misma de la silueta tan sexy que le hacía. Estaba fascinada cómo el vestido le marcaba las nalgas. Definitivamente parecía una puta fácil.
―Lo malo con ese vestido es que no puedes llevar bragas. Te marcarían mucho y quedaría ordinario.
―¿Sin bragas? Estás chalada.
Paula la miró con lascivia.
―Unas pantimedias de brillo y sin bragas, nena. Y por Dios, depílate, que ya no se lleva el bosque encantado.
―¿Depilarme entera?
―Pídeselo a Mario que te lo haga antes de salir. Que te depile. Cuando esos machos te metan mano y alaben lo suavecito que tienes el chochito, les dirás que tu marido te lo ha depilado para que ellos lo disfruten mejor. Te volverá loca humillarlo delante de esos tíos.
―¿Humillarlo? Pero si yo quiero a Mario. Paula, en serio, creo que no estás bien. Todo ese rollo no me va. Voy a comprar el vestido porque me gusta lo sexy que me hace. Me compraré las medias porque Mario es muy fetichista y siempre me pide que me las ponga cuando lo hacemos y yo nunca quiero. Voy a darle una sorpresa a él, y solo a él. ¿Me oyes?
―Bueno, tú te lo pierdes guapa.


Aquella noche, tumbada al lado de Mario, no dejaba de imaginar cómo se sentiría manoseada por unos cuantos tíos guapos y musculosos mientras Mario la estuviera observando como un fracasado. Se imaginaba con su vestido nuevo, taconazos, medias, superpintada, rodeada de machos alfa que la dominaban y utilizaban a su antojo. Se imaginó de rodillas chupando una polla, una polla de verdad y no la que Mario tenía. En el fondo ella sabía que podía aspirar a algo más, a un pollón de esos imponentes que la hicieran sentir una sucia hembra en celo. Patricia empezó a masturbarse en silencio mientras Mario dormía. Maldecía a Paula por haberle metido aquellas ideas en la cabeza. Se corrió imaginándose vestida de novia con velo incluido y saltando sobre una polla negra y majestuosa, apoyando sus manos enguatadas en blanco sobre unos musculosos pectorales morenos y sudados que contenían una irresistible mezcla de colonia varonil y olor a semen. Mario estaba al lado con su traje de novio, compungido e hipnotizado por los vaivenes de su mujer sobre aquel negrazo. “Tu no puedes satisfacerme como él y lo sabes. Él me llega hasta el fondo, hasta donde tú jamás llegarías con esa pichita de maricón”. “Lo sé, Patri, espero que me perdones. Siento mucho no ser lo suficiente hombre para ti”. Patricia se quedó dormida totalmente empapada en flujos y sudor. Tal vez le comentaría a Mario algo de ese club, tal vez accedería a dar una vuelta por la noche.

Al día siguiente, mientras desayunaban, Patricia no dejaba de mirar a su marido. Estaba nerviosa y no sabía cómo preguntarle por lo del Club.
―¿Mario?
―Dime.
―¿Hace tiempo que no salimos por ahí?
―Ajá.
―Podríamos salir esta noche.
―¿Salir? No sé, ¿te apetece?
―Sácame a bailar, ya nunca me sacas a bailar.
―Pues no sé. Eh, bueno. Si quieres…
―Perfecto. Saldremos.
―Bien, y ¿adónde?
―Paula me comentó que han abierto un nuevo club.
―¿Paula? Pues bueno.
Patricia decidió dejarlo tal y como estaba. No quería estropearlo. Cuando llegó la noche, se metió en la ducha. Utilizó el gel de baño de Angel de Thierry Mugler que todavía no había abierto. La ocasión se lo merecía. Se enjabonó bien con él por todas partes. Cuando salió se puso el albornoz y se fue al salón. Mario estaba ya vestido con una camisa de cuadros horrible y unos pantalones que le daban aspecto de profesor de universidad.
―Mario, cariño. ¿Me haces un favor?
―Claro.
―Ayúdame a depilarme…
―¿Cómo?
―Será divertido.
Mario se levantó y no daba mucho crédito a lo que oía.
―Quiero que me depiles…el coño.
Cuando lo dijo, se sintió extrañamente bien. Era su primer impulso dominante sobre Mario y su primera expresión salida de tono desde hacía años. Mario tenía los ojos como platos. No sabía cómo tomarse todo aquello. Ella tomó las riendas. Lo sujetó del brazo y le dio la cuchilla.
―Vamos, que no tengo toda la noche.
Se sentó en un taburete y se abrió de piernas sin remilgos. Se echó el pelo hacia atrás y miró a Mario con desafío. Éste se arrodilló sonriendo y vertió sobre el enmarañado pelo de Patricia una bola de espuma.
―¿Qué bien hueles?
―Cállate y haz lo que te he dicho.
―Mmm, estás en plan dominante. ¿Qué te ha pasado?
Mario empezó a pasar la cuchilla tímidamente sobre la piel de Patricia. Poco a poco iba quitando más y más porción de pelo hasta que le dejó el coño depilado a su mujer. Ella le guiaba la mano a veces con rudeza y resoplaba como si su marido fuera un torpe. Esa actitud prepotente la ponía a mil.
―Trae anda, que no sabes hacer nada.
Patricia se levantó y puso un pie sobre el sofá. Terminó de repasarse todo el sexo a conciencia para dejarlo liso y suave.
―¿Te gusta cómo se me ha quedado?
―Oh, sí cariño. Me encanta.
Mario se acercó a su mujer con intención de meterle mano.
―Shhhh. Quieto, nene. ¿Crees que esto lo hago para ti?
Mario se quedó cortado.
―No entiendo.
Patricia se quedó un rato pensando. No era el momento de ahondar en su nuevo rol. Debía tomarse su tiempo antes de que se le fuera de la mano. Debía hacerlo poco a poco.
―Que esto es una sorpresa para después, tonto.
―Mmmm, me estás poniendo cachondo.
Patricia pensó en cómo se pondría al verla con las pantimedias puestas, el pobre, con lo fetichista que era. Entró en el dormitorio y se vistió. Se puso unas pantimedias transparentes color piel de 20 deniers, sin refuerzo de puntera y con una costura en la entrepierna que desembocaba en un rombo de algodón justo encima de su chochito depilado. No se puso bragas debajo, dándole una sensación de caricia sobre su recién depilado sexo que le hizo increíblemente sexy. Se puso el vestido y los tacones más provocativos de su repertorio, unos negros de aguja sin puntera. Cuando se miró al espejo se quedó anonadada. Parecía una bomba sexual a punto de explotar. Joder, pensó, los tíos me van a acosar. Se maquilló, se peinó y se volvió a mirar. Se contoneó y dejo que sus piernas se rozaran un poco. Estaba caliente perdida. Decidió que el golpe de salir así delante de su marido iba a ser demasiado. Corría el riesgo de que rechazara salir así con ella a la calle. Se puso un abrigo encima que la tapaba hasta encima de las rodillas. El brillo de las medias y su estilizada figura no dejaban de proporcionarle un atractivo arrebatador, a pesar del abrigo. Dos gotas de Angel en el cuello y lista. Tomó aire y abrió la puerta.
―Dios mío, estás guapísima ―dijo Mario entusiasmado―. Y te has puesto medias. Joder, Patri. Me vas a volver loco esta noche.
―Vamos anda, que no quiero llegar muy tarde.
Sinceramente Mario parecía un estropajo al lado de ella. No iba acorde en la vestimenta ni en la actitud. No congeniaban en absoluto. Pero a Patricia pareció no importarle, en realidad le gustaba ese contraste, la hacía sentir más dominante.

“La novia de Cucky” era un club que destilaba sexo nada más entrar. Había muchos negros en la entrada formando grupos. Reían y hablaban de forma chulesca. El portero era un tipo impresionante, mulato, con una apretada camiseta negra que le marcaba su arrogante cuerpo de músculos y unos vaqueros tan ajustados que parecían una segunda piel, marcando un paquete impresionante que se distribuía hasta uno de los muslos. Patricia no podía apartar la mirada de aquel tío. Entraron y un chico italiano muy atractivo le pidió amablemente el abrigo a Patricia.
―Per favore, your cappotto. Avete un corpo troppo sexy per le navi.
Su voz sonaba tan varonil que a ella le sedujo de inmediato.
―Questo è per il marito.
El chico le ofreció a Mario una felpa con cuernos de ciervo.
―¿Qué es esto? ―preguntó Mario.
―Tutti i mariti sono qui.
―Dice que es para los maridos. Póntelo, todos los llevan. Será divertido.
―Son unos cuernos, cariño. ¿Dónde está la gracia?
El chico italiano le ayudó a Patricia a quitarse el abrigo, dejándola visible con su vestido fucsia y sus piernas de brillo.
―Joder, cariño, ¿cómo coño vas vestida?
―Sua moglie mi mette caldo.
―¿Qué dice?
―Sua mujer, me pone caliente ―dijo el chico agarrándose un majestuoso bulto que sobresalía de su entrepierna.
―Cariño, ¿qué sitio es este?
―Vamos, tonto. No seas aguafiestas, vamos a entrar.
Entraron y se dirigieron a la barra. Muchos hombres estaban con sus felpas colocadas apoyados en la barra, mientras sus mujeres bailaban y se frotaban con unos tíos grandes en la pista de baile. Había mulatos, negros y algunos hombres blancos (parecían la mayoría italianos). Todos tenían unos cuerpos de infarto y eran guapos, cada uno a su manera. Patricia se apoyo en la barra y enseguida se le acercó un mulato. Vestía una camisa blanca desabrochada con unos pantalones negros muy ajustados. Llevaba una cadenita de oro alrededor de su robusto cuello lleno de venas. Un tatuaje de ramajes tribales asomaba por uno de los laterales del cuello. Su rostro era espectacular, mandíbula firme, ojos verdes, moreno. Desprendía un olor a perfume cautivador, varonil, sexy. Patricia se notó enseguida atraída por él.
―Hola mi amor, estás arrebatadora con ese vestido.
―Gracias, tú también estás muy bien ―lo dijo sin pensar. Miró de reojo a Mario, algo avergonzada. Éste la miraba desconcertado, una mezcla de enfado e impotencia. La música era un tecno de ritmo sucio, casi pornográfico.
El tío la cogió por la cintura y comenzó a bailar como solo los latinos saben hacerlo, moviendo las caderas con una soltura endiablada. Patricia pensó en cómo sería ser embestida por un hombre que movía las caderas de ese modo y se presionó los muslos. Mario la miraba y ella sonreía. El tío se puso detrás de ella y entonces la notó. Al principio imaginó que sería una rodilla, pero pronto comprendió que lo que le rozaba las nalgas era el paquete de aquel tío. Era un bulto imponente y provocador. Al principio Patricia intentaba apartarse sin dejar de mirar a Mario. No sabía si aquello era ir demasiado lejos. Poco a poco, al ver que su marido, a pesar de los celos, no reaccionaba negativamente a la situación, se dejó manosear con más desenfreno. De pronto, el tío llegó a meter su mano bajo la falda y a tocarle el coño por encima de las pantimedias. Acariciaba el rombo de algodón que cada vez estaba más mojado. Patricia lanzó un pequeño grito y se volvió, aferrándose al cuello del tío. Sus pectorales eran grandes y duros como rocas. Se le acercó al cuello a oler su perfume mientras notaba sus dedos grandes y fuertes frotarle un clítoris cada vez más excitado.
―No puedo estar más húmeda ―le dijo ella al oído y acto seguido le metió la lengua en la boca.
El tío besaba de puta madre. Primero batía su lengua en una batalla loca con la de ella. Luego le succionaba la lengua, cosa que a Patricia le volvía loca. Luego le dejaba su lengua tiesa a la espera que ella hiciera lo mismo. Entretanto el vestido fucsia se la había subido por encima de la mitad del culo dejando bien visible la exploración de su mano.
―Me vuelven loco las tías con pantimedias y sin bragas.
―A mi marido también ―dijo Patricia y se estremeció de gusto al oír cómo sonaba mencionar a Mario en aquella situación.
Su marido estaba de pie, atónito, mirándola mientras un mulato guapísimo y supercachas la magreaba a su antojo a escasos metros. Sus rodillas le flaqueaban y se tuvo que agarrar al cuello de aquel tío para no caerse
―¿Cómo te llamas? ―le preguntó ella.
―Valerio.
Sonaba sexy.
―¿No vas a preguntar cómo me llamo yo?
―Yo te llamaré puta, zorra, perra… lo que me plazca en cada momento.
Aquella respuesta era arriesgada, desde luego, pero si pretendía encenderla más, lo logró sobradamente.
―Él nunca te llama así, ¿verdad ―preguntó Valerio señalando a Mario con la barbilla.
―No, él me respeta demasiado.
Valerio lanzó una carcajada al aire.
―A ti lo que te hace falta es un macho que te apriete bien los meados, ¿verdad puta? Que te haga sentir una furcia barata empalada por una polla de verdad.
Patricia estaba completamente extasiada escuchando a aquel hombre. Se sentía entregada a sus antojos.
―Ufff, qué calor. Siempre hablas así a las mujeres. Eres un cabronazo.
―¿Es que no te gusta? Ven, vamos a la barra que tu maridito se aburre.
El mulato cogió a Patricia de la mano y se la llevó hasta dónde estaba Mario con su felpa ridícula puesta sobre la cabeza.
―Hola, me llamo Valerio. Tienes una mujer preciosa.
―Gracias, pero no debería usted acercarse tanto a ella.
―Perdone, ¿señora si lo desea me retiro?
Patricia negó nerviosa con la cabeza.
―¡No, no! Quédate, por favor ―dijo sujetando a Valerio por la camisa. Después se acercó a su marido al oído y le susurró: ―Mario, no te preocupes. Es solo un juego. Pide unas copas y disfrutemos de la noche.
―Ese tío te estaba metiendo la mano debajo del vestido. ¡Lo he visto!
―¿Debajo del vestido? Qué va. Anda tómate algo que estás muy soso.
Valerio se acercó por detrás apoyando su paquetón contra las nalgas de Patricia, sujetándola de la cintura y presionando para que notara la creciente dureza de su polla. Ella puso los ojos en blanco y se agarró al hombro de su marido para no caer hacia delante.
―¿Qué te pasa cariño, te encuentras bien?
―Oh sí, muy bien ―dijo Patricia con una media sonrisa―. Te quedan muy bien esos cuernos, estás monísimo.
Valerio lanzó otra carcajada sonora y giró bruscamente a Patricia hacia sí.
―¿Quieres chupármela aquí mismo o prefieres ir adentro?
Ella se asustó un poco al oír aquella proposición tan descarada. Temió que Mario la hubiera escuchado. Lo miró de reojo y no supo bien cómo interpretar la cara de su marido. Tal vez lo oyera, pero no dijo nada, solo estaba callado, mirando.
―No…, eh, aquí no ―dijo en voz baja.
―¿Es que no quieres experimentar lo que es meterte un buen nabo en esa boca tan linda que tienes?
―Shhh, por favor. Sí, quiero, pero vámonos por favor ―imploraba en voz baja Patricia, con miedo a que Mario escuchara aquellas barbaridades.
Él tiró de ella y la arrastró hacia el final de la pista de baile. Patricia miró a su marido y le hizo señas con la mano como diciendo “ahora vengo”. Mario se quedó de pie, impotente, viendo cómo su mujer seguía los pasos de aquel hombre. Al cabo de un rato, decidió cruzar la pista de baile y dirigirse hacia el lado donde aquel tío se escondió con su mujer. Llegó al fondo de la sala y vio una puerta. Había varios hombres negros hablando al lado que se quedaron mirándolo. Mario se quitó la felpa para dejar de sentirse ridículo, pero uno de ellos le agitó el dedo índice con autoridad, señalándole que se lo pusiera de nuevo. Mario resopló y se lo puso. Se acercó a la puerta y la abrió. Dentro había decenas de mujeres gimiendo y jadeando. Una de ellas estaba completamente desnuda, salvo por unos tacones de vértigo y una máscara de carnaval veneciana muy sofisticada. Tenía una de las piernas en alto sujetada por un hombre enjuto que debía ser el marido mientras un negro vestido de policía se la follaba por detrás. Se podía apreciar cómo la polla del negro entraba y salía, sacudiendo unos huevos majestuosos. Al fondo vio a su mujer. El mulato estaba apoyado de espaldas a la pared, sin camisa, mostrando un torso velludo y musculoso. Patricia estaba inclinada sobre él, mostrando a su marido su culito. Sus nalgas de manzana estaban a la vista, ya que el vestido fucsia se le había subido. La costura de las pantimedias dibujaba su línea irregular entre las nalgas, hasta perderse en el puente de algodón que cubría su precioso coño. En el centro del rombo de las pantimedias se veía una mancha, prueba inconfundible de que estaba mojada como una perra. Mario se quedó mirando el hueco en forma de corazón que se apreciaba en su entrepierna y se dio cuenta de lo perfecto que era el culo su mujer. El tío empujaba su cabeza con las dos manos, obligándola a bajar y a subir. En ese momento, lo vio y le dijo algo a Patricia. Ella volvió la cara para mirarlo. Tenía restos de presemen colgando de la barbilla. Entonces fue cuando Mario vio la polla del aquel tío. No estaba totalmente erecta, pero aún así impresionaba por su robustez. Tenía la misma tonalidad oscura que el resto de la piel, y estaba rodeada de un ramaje de venas gordas y dilatadas. Era, en el sentido más profundo, una pedazo de polla. El tío estaba rasurado y tenía un tatuaje tribal en la ingle que le daba un aspecto peligroso, agresivo. Patricia tenía en la mirada una mezcla de vergüenza y excitación. De pronto, el mulato le dio la vuelta para dejarla con la cara mirándome de frente y le bajó las medias. El rostro de Patricia se estremeció justo cuando el tío se la clavó. Mario se fue acercando hasta quedar a un metro de distancia, observando cómo era embestida su mujer por aquel hijo de puta. Patricia ponía los ojos en blanco, abría la boca como suplicando clemencia, mientras agonizaba de gusto. Había momentos en el que se le notaba como el miedo se fundía con un abandono lujurioso que a Mario empezó a calentar.
―Tienes a esta puta demasiado hambrienta, cornudo. No veas como aprieta el coño, la muy perra.
Se oía como chapoteaba cada penetración. ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof!
―¡Joder, Mario! ¡No te cabrees conmigo, por favor! ¡No es lo que parece! ¡No siento nada por él! ¡Es un chulazo de mierda! ¡Un engreído prepotente! ¡Un cabronazo, siiiii! ¡Dios!
―Te está follando y tú lo dejas…―pensó Mario en voz alta.
El mulato contoneaba las caderas como si estuviera bailando, cacheteando el culo de Patricia como su fuera una yegua, cuyos gemidos se hacían más agudos con cada empuje, más desquiciados, más entregados.
―¡Oh Dios míoooo, oh Dios miiiioooooo, oh, no, no puedo aguantar más, me viene, siiii, me corrooooooo, Diooooossssss, siiiiiiiiiiiii!
Su mujer extendió las manos y Mario acudió a ella para sujetarla. Ella se agarró con fuerza a sus antebrazos, arañándolos con fuerza mientras los orgasmos la sacudían por dentro. Se miraron a los ojos mientras el tío no paraba de follar y follar.
―Patricia, ¿qué has hecho?
Se quedaron un rato así, incluso después de que el mulato explotara dentro de ella y se limpiara la polla en su vestido fucsia. Ella besó a su marido apasionadamente, metiéndole la lengua y explorando con ella el fondo de su garganta. Mario percibía por todas partes la colonia varonil del mulato. Había caído en lo más bajo.
―¿Te ha gustado verme como me folla un hombre?
―¿Un hombre? ¿Es que yo no lo soy?
Patricia rió como una niña maleducada.
―Bueno, no es lo mismo, cariño, debes admitirlo. Por cierto, ya te puedes quitar esto.
Y le quitó la felpa de cuernos de la cabeza.



Continuará…