Relatos Eróticos Intercambios

Sebastián, Tamara y Belén, padre, hija y su mejor amiga, 25 años de amor (reeditado)

Publicado por Anónimo el 18/07/2023

Me llamo Belén, el próximo de noviembre cumpliré 38 años, y vivo junto con mi novia Tamara, que el 11 de marzo pasado cumplió 37, y su papá y nuestro novio que se llama Sebastián, que hoy 17 de julio cumplió 58 años.
Con Tamara somos amigas desde pequeñas, fuimos juntas al jardín, la primaria y la secundaria. Íbamos juntas a todos lados y hasta nos conocíamos los secretos más íntimos de cada una.
Tamara era la única hija de un matrimonio de clase alta y vivió una vida de lujo y felicidad hasta que a los siete años su madre falleció de una enfermedad terminal. Nunca se le conoció otra mujer a su papá Sebastián ni tampoco interés alguno por tenerla. No era el típico viudo triste y deprimido pero jamás volvió a casarse. Es un hombre atlético, con todo su cuerpo marcado, mide 1,98 mts. y con varias canas que lo hace súper atractivo. Tamara sintió la muerte de su madre y sufrió mucho el primer año de ausencia pero luego, como es típico entre los niños de esa edad, logro superarlo y salir adelante.
Así crecimos las dos, pasando la mayor parte de la semana en su casa, haciendo la tarea juntas, yéndonos de vacaciones con su padre, viviendo como hermanas, ya que mi madre me abandonó a mis 7 años en la casa de mi abuela y a mi padre nunca lo he podido conocer.
Nos fuimos desarrollando como dos chicas sanas y realmente preciosas. Tamara es de piel bien blanca, de ojos color miel, cabello castaño, mide 1,68 mts. de estatura y sus medidas son 88-60-90, y yo soy rubia platinada de ojos celestes, mido 1,67 de estatura y mis medidas son 83-59-90.
Una noche, una de las tantas en las que me quedaba a dormir con ella, el padre de Tamara cenó con nosotras y avisó que no saldría, que se quedaría en la casa así que nos pidió que no subiéramos el volumen de la música como era nuestra costumbre, porque necesitaba descansar.
Así fue como nos acostamos temprano, tratamos de hacer el menor ruido posible (difícil cuando se tienen 12 años y la sangre en plena ebullición) y nos quedamos dormidas rápidamente.
En medio de la madrugada me desperté para bajar a tomar algo a la cocina y vi que la cama de Tamara estaba vacía pero no me preocupé porque calcule que estaría en el baño o habría tenido la misma necesidad que yo, así que la encontraría en la cocina, tomando su bendito jugo de pomelo.
Me dirigí a la escalera y cuando pasé por el cuarto de su padre, me llamó la atención una serie de suspiros poco habituales en esa parte de la casa, eran suspiros femeninos y yo sabia muy bien que Sebastián no había llevado ninguna mujer a la casa.
Me detuve frente a la puerta de su dormitorio y escuché cómo los suspiros se convertían en gemidos y no precisamente de dolor, sino que parecían ser de un placer extremo.
Como la puerta estaba cerrada pero mi curiosidad iba en aumento, decidí espiar por la cerradura. Cómo describir la sensación que tuve cuando vi en medio de la cama de Sebastián a su hija completamente desnuda y con el uniforme del colegio y su ropa interior en el piso, a merced de la boca y de los dedos de su padre. Al principio me dieron ganas de salir corriendo, sentía un agujero en la boca del estómago, como un vacío de asco y de incomprensión y una parte de mí quería salir corriendo de esa casa y de la vida de ambos. Pero otra parte de mí, que hasta ese momento desconocía, me impulsaba a quedarme y a seguir viendo.
Tamara, espléndida en su desnudez, estaba tendida en la cama de Sebastián con las piernas abiertas, con una mano empujaba la cabeza de su padre hacia su vagina y con la otra se apretaba su pecho izquierdo, con una fuerza increíble, lo estrujaba sin control y no paraba de gemir.
La boca de Sebastián parecía querer comerse de un solo bocado esa preciosa concha que aparecía iluminada con la luz de las velas, la saliva de él y los jugos impresionantes que Tamara despedía.
La lengua de su padre se arrastraba de adelante hacia atrás, sin dejar centímetro sin mojar, esparciendo ese flujo espeso por todos lados sin descanso, mientras las caderas de Tamara se elevaban para que quedaran justo a la altura de la boca de su padre, esa boca que parecía un pulpo hambriento, desesperado por tragarla.
-Un dedo, meteme un dedo-, le escuché decir a mi amiga del alma.
Sin mas, Sebastián colocó los dedos índice y medio en el agujerito de la concha, los metió y los sacó tres veces, los humedeció por completo y después de chuparlos se los colocó en la boca a Tamara, que los lamió en una forma sensual, mirando directamente a los ojos a su padre mientras lo hacía, saboreándose directamente de su fuente.
La boca de Sebastián chupaba los pechos de Tamara, su lengua lamió los pezones llenándolos de saliva para después morderlos y estirarlos hasta que quedaron erectos y rojos, se verían duros como pequeñas piedras rojas.
-Chupámelos, chupámelos-, repetía Tamara, con un tono de voz grave, bajo, casi desconocido para mí.
Así lo hizo él, se prendió a ellos, succionándolos como si de ellos pudiera sacar leche, lamiéndolos con total desesperación.
Por entre las piernas de Tamara podía ver la tremenda erección de Sebastián, el tamaño enorme de su pene, las dimensiones que había alcanzado y comencé a darme cuenta en ese instante de mi propia excitación, de la humedad que sentía entre mis piernas y de la dureza de mis propios pezones, pegados contra mi remera larga.
Sebastián bajaba con su boca por el cuerpo de su hija con una maestría, con un conocimiento del terreno y de los deseos de ella que me dio la pauta de que ésto no estaba sucediendo por primera vez.
Volvió a su entrepierna para sobarla un poco mas, para lamer algo mas de todos esos jugos que expedía Tamara y para satisfacer los pedidos de su nena.
-Mordeme el clitoris, papi, mordédmelo como vos sabes, siiiiiiiii, quiero gozarte, papi.
Y allá fueron sus dientes , para hacerse cargo de ese botón rosadísimo que comenzó a crecer cuando los dedos de su papá lo movieron en círculos, se metieron dentro del agujerito para poder mojarlo, lo rodearon y después su boca lo estiró, sus labios lo sacaron hacia afuera, los sorbieron como si fuera el ultimo bocado que esa boca probaría en años.
-Sos tan rica, hija, hummmmmmm, cómo me gusta tu sabor.
-Chupámela más, papi, más, más-, suspiraba Tamara totalmente descontrolada.
Y Sebastián siguió un poquitito más hasta que levantando la cara, la miro a los ojos y le susurró:
-Ahora papi te va a coger, ¿éstas lista?
-¡Sí, quiero que me cojas ya!
Y acto seguido, mientras Tamara abría los labios de esa concha que brillaba empapada, Sebastián la penetró lenta pero seguramente y su pene completo se introdujo en la vagina de su hija y comenzaron una danza de caderas y embestidas que me sacaban el aliento.
Las manos de Tamara iban de sus pechos a la cabecera de la cama, agarrándose fuertemente de los barrotes cada vez que su padre empujaba más y más dentro de ella.
-La quiero entera-, decía Tamara, con la poca voz que le quedaba.
-¡Acá lo tenés, muñeca, ahora movete, hija, movete!
Yo no podía más, estaba completamente excitada y muerta de envidia, quería ese pene dentro de mí, quería esas manos empujando mis caderas, estaba a mil pero no podía dejar de mirar ni tampoco interrumpirlos.
-¿Te gusta, hija?- preguntaba su padre.
-¡Sí, me encanta papi! ¡Acabame adentro! ¡Quiero más! ¡Haceme lo que sea!
Dicho esto, Sebastián sacó su pene de la concha de Tamara y, aún duro y brillante, lo arrastró entre la abertura de la vagina y el culo de su hijita, que se retorcía de placer en la cama.
Acto seguido, la puso de rodillas, dejando frente a sus ojos sus dos agujeritos, su cola perfectamente formada a pesar de su edad, y sus manos se estiraban hacia su clítoris para seguir estimulándolo.
-Pedímelo, donde más te guste, mi nena bonita-, le decía su papá.
-¡Dámelo por atrás, papá, rompeme el culo, papá, como vos querés!
Sin hacerse esperar, Sebastián acercó su boca hasta el agujerito del culo de su nena, lo escupió y lo lamió un poquito, para que se deslizara lentamente y con sus manos comenzó a colocar la punta de su pene primero, probando la reacción de Tamara.
-¡Hummmm, más, más, no me dejes así, papá!
Ésto acrecentó más los deseos de su padre y siguió metiéndole ese maravilloso e hinchado pene hasta que de un empujón lo enterró por completo entre las nalgas de mi amiga del alma.
-¡Qué lindo, papá, metémela y sacámela!
-¡Acá lo tenés, hija, disfrutalo!
Y las manos de Sebastián acercaban y alejaban las caderas de su nena logrando que su pene la atravesara una y mil veces, que entrara y saliera con una facilidad asombrosa de ese pequeño agujerito que ahora estaba completamente dilatado.
Mis manos, a esa altura de las cosas, no hacían más que refregarse por sobre mi remera de dormir y me estaba mareando el olor que salía de la habitación del papá de mi amiga, mezclado con el que subía de mi entrepierna.
Después de un buen rato, Tamara le dijo a su padre:
-Quiero leche papi, acabame en las tripas, dame tu leche.
Y sin más Sebastián saco su pene del culito de su nena y se lo colocó entre los labios de su boca.
Ver la boca de Tamara con ese trozo me terminó de enloquecer, el pene de su padre entraba y salía de su boca, su lengua lamía el glande con un disfrute tal que parecía estar tomando un helado exquisito, las manos de su padre empujaban la boca de su nena hacia su ingle sin cesar.
-¡Está rico, papi! ¿Te gusta como te la chupo, papi?
-¡Humm, dale más duro mi amor, que la lechita ya viene, sos tan hermosa, nena!
Y sin hacerse esperar un segundo más, Tamara siguió lamiendo y chupando el pene de su padre hasta que un chorro de semen cubrió los labios de Tamara y con su boca jugaba con la leche, y mientras lo provocaba a Sebastián manoseándose sus tetitas, él le volvió a acabar otra catarata de esperma sobre su cuerpito justo cuando se tragaba la leche, terminando los dos con un beso amplio, generoso, húmedo y sabroso.
Tratando de recobrar la compostura, retrocedí para volver a mi cuarto y así volver a mi cama, pero me di cuenta de que tenia la boca seca y mi entrepierna muy húmeda.
Decidí bajar a la cocina a tomar algo y estaba en eso cuando llega Tamara.
Pude notar que aun sus ojos estaban nublados por tanto deseo vivido (ahí pude entender a que se debía esa sonrisa que siempre tenía) y como si supiera que yo había sido testigo de todo, me sonríe pícaramente y al preguntarle que hacia despierta a estas horas de la noche, me responde:
-A veces, cuando no puedo dormir, me levanto a tomar un vaso de jugo a la madrugada.
Después de esa noche en que vi que clase de relación unía a Tamara con su padre, comprendí muchas cosas más de sus vidas. Tamara se sirvió su vaso de jugo de pomelo y se fue hacia su cuarto, quedándose dormida inmediatamente. No fue mi caso, yo desde la cocina tuve que ir al baño porque había quedado terriblemente excitada, sentía cómo se había acumulado mi flujo en la vagina y no quería dormirme de esa forma por lo tanto me fui a baño, y me di una ducha.
Mi ilusión después de haber visto todo aquello era Sebastián así que sentada recurrí a mis manos para masturbarme por primera vez en mis cortos 12 años. Lentamente abrí mis piernas, y comencé a rozarme la vulva, los labios de mi vagina y a adentrarme en ella con delicadeza, aunque la tarea era muy fácil porque estaba inundada de flujo. Me acariciaba mi clítoris en forma circular repetidas veces y así mi dedo índice pudo deslizarse dentro de mi propia conchita y así sentir mis humedades más fácilmente, lo cual me excitaba sobremanera.
Durante todo el tiempo en que me masturbé no pude dejar de pensar en Sebastián, en sus manos sobre Tamara, en su lengua recorriéndola, en su pene enorme atravesándola, y lo que más me llamó la atención, es que la imagen de mi amiga se cruzaba por mi mente más seguido de lo deseado, sus gemidos me excitaban y a medida que mi mente los reproducía mi dedo entraba más profundamente en mí.
Logré un orgasmo increíble, prolongado, el primero de mi vida, y sabia que se los debía a Sebastián y Tamara.
Después de aquello, me fui a la cama. Al llegar vi y escuché que Tamara estaba profundamente dormida.
Al día siguiente nos levantamos alrededor del mediodía, así que no desayunamos mas que una taza de café y nos dedicamos a escuchar música, ya que estaba bastante fresco.
De no ser porque yo ahora sabia lo que los unía, más allá de la relación padre e hija, nada los habría delatado. Su conducta era incuestionable, pero ahora yo estaba más atenta a los pequeños detalles.
Durante el almuerzo, y en especial Tamara permanecía callada, y solo se limitaba a comer en silencio. Eso me estaba dando la pauta de que ambos sabían que yo los había visto, seguramente Tamara lo supo primero y se lo comentó a su padre y eso, en lugar de inquietarme, me excitaba.
No podía negarme a mí misma que ninguno de los dos serían los mismos después de lo de la noche anterior. Tamara seguía siendo mi mejor amiga, pero además había pasado a ser una mujer a pesar de sus 12 años como yo en ese momento, su imagen gozando bajo las manos de su padre se colaban en mi mente cada vez que la miraba, me era imposible no revivir cada movimiento de su cuerpo aún no desarrollado disfrutando en aquella cama enorme.
Y Sebastián me excitaba, ahora mirarlo era casi provocarlo, de la noche a la mañana había dejado de ser el padre de mi mejor amiga, y el padre que nunca tuve, para convertirse en un hombre al que deseaba, en un hombre al que quería haber tenido entre mis piernas, en un hombre que me había dejado caliente al ver como acariciaba y hacia gozar a otra mujer (porque esa había sido la síntesis de mi mente, Sebastián haciendo delirar de pasión a una mujer) y sabía que era eso lo que, de ahora en más, quería para mí.
De pronto me revelé como una pre-adolescente capaz de todo con tal de vivir aunque sea medio segundo del placer que había presenciado la noche anterior y no importaba si ese placer me lo iban a dar Tamara o su padre. Ellos, sin saberlo, habían encendido la mecha de deseo que anidaba en mi interior y parecía imposible de apagar.
Ese día siguió con algo de nerviosismo para mí pero era lógico, así que me dediqué a tratar de calmarme y ver como se iban a desarrollar los hechos, porque me quedaría hasta el mediodía siguiente con ellos. Y cuando a media tarde estábamos escuchsndo música con Tamara, ella se dio vuelta y mirándome fijo me dijo:
-Ahora que lo sabes, ¿qué ppensás hacer?
La pregunta me sorprendió, no porque no la esperara, sino porque estábamos hablando de otras cosas absolutamente diferentes.
-Nada, Tamara, ¿qué querés que haga? Solo decirte que estoy dispuesta a charlar con vos si querés, a escucharte si eso necesitás.
Me dijo que hace rato que debería habérmelo contado pero que no se animaba, que esto venia sucediendo desde que ella tenía 8 años, una noche que él estaba con calentura, y que desde que tenía uso de razón que ella también estaba perdidamente enamorada de él, y aprendió a disfrutar y gozar de todo aquello, que su padre le enseñó todo lo que ella sabía y que desde aquella vez lo hacen todas las noches de sus vidas, y que a Sebastián siempre le gusta verla vestida con la ropa del colegio (jumper, sweater, pollera, corbata y medias azules, y camisa celeste).
Y quiso saber que me había sucedido a mi cuando descubrí el secreto de ambos, y le respondí que al principio quise irme, quería salir corriendo de allí sin volver a verlos jamás, pero que después no pude resistir la tentación de quedarme y ver.
Dada la gran confianza que nos unía, la conversación fue absolutamente agradable y en más de una ocasión nos reíamos a medida que Tamara iba compartiendo conmigo detalles de lo que hacia con su padre y yo le deje entrever que Sebastián me había dejado bien caliente, que me encantó verlo como alguien más que como su padre y hasta llegué a decirle, en tono de broma, que un día me lo podría "prestar" para poder pasar un buen rato con él.
Llegó la noche, cenamos los tres juntos, vimos un video y Tamara y yo nos fuimos a dormir mientras que Sebastián se arreglaba para salir.
Llevaríamos más de dos horas dormidas cuando comenzó a sonar el teléfono, y como Tamara dormía profundamente, tuve que bajar semidormida a atenderlo.
Era un llamado de larga distancia para Sebastián pero tuve que decirle que no estaba, y anoté los datos en un papel.
Y de repente se abrió la puerta y entró Sebastián. Me saludó y me preguntó qué hacía levantada a esa hora, así que aproveché para darle el papelito.
Luego de leerlo, sus ojos se deslizaron hacia mí, sus pupilas se clavaron en las mías y comenzaron a bajar lentamente por mi cuerpo con una fuerza tal que me daba la sensación de que mi remera de algodón blanco se había vuelto transparente.
Me quedé allí parada como congelada hasta que una de sus manos se acerco a mí y con un dedo comenzó a recorrer mi remera de arriba abajo, dejando que a veces se deslizara y llegara a acariciar el nacimiento de mis pechos.
Mi reacción no se hizo esperar, mis pezones comenzaron a endurecerse y mi respiración se agitaba segundo a segundo.
-¿Así que anoche nos viste?- Me decía Sebastián, mientras me susurraba al oído, sin dejar de acariciarme por sobre la remera.
-Si. -Logré responder solo con un hilo de voz.
-Y te excitó mucho, ¿no?
-Si, mucho.
-¿Y querés saber qué se siente? -Me preguntaba mientras seguía torturándome con sus manos sobre mi cuerpo que no dejaba de responder a sus caricias.
-Si, me encantaría.-
-Tamara no te contó lo qué se siente? -Me seguía preguntando sin dejar de acariciarme.
-Algo, pero quiero más, quiero saberlo por mí misma.
Las manos de Sebastián estaban haciendo estragos en mi cuerpo, sus dedos ya habían llegado a la curva de mis pechos casi inexistentes.
Yo suspiraba bajo sus manos y el explorándome sin tapujos. Mientras una de sus manos iba de un pecho al otro, la otra comenzó a abrirse camino hacia mi vientre, siempre por sobre la remera.
Se dio cuenta cómo había comenzado a abrir las piernas para que él pudiera llegar a donde quisiera sin obstáculos, facilitándole el camino hacia mi entrepierna que era donde quería tenerlo.
-Vamos a mi cama, quiero hacerte el amor como siempre quise, hermosa.
Así fue como de la mano me llevó hasta su cuarto, cerró la puerta con llave, y directamente le estampé un beso en la boca, el primer beso de mi vida. Luego comenzó a besarme el cuello ,muy lentamente dejaba deslizar su lengua, se metía en mis orejas, sus dientes mordisqueaban mis lóbulos y sus manos acercaban mis caderas a las suyas para que pudiera ir sintiendo su excitación, su dureza entre las piernas, su pene que estaba totalmente hinchado.
-¡Qué bonito cuerpo tenés! ¡Me encantan tus tetitas!
-Mordédmelos. -Me escuché decir sin poder creer que esa fuera mi voz.
Sebastián no perdió tiempo y me sacó la remera para poder tener mis pechos libres, a su merced. Su boca comenzó a deslizarse sobre ellos, su lengua los mojaba y subía y bajaba por mis pezones, endureciéndolos más aún, sus labios los encerraban y pude sentir como sus dientes afilados los mordían.
Yo no podía creer que tanto placer fuera posible, ¡pero todo lo que me faltaba! A medida que la boca de Sebastián trabajaba sobre mis pechos yo sentía que me convertía en fuego por dentro y seguía queriendo más y más.
-Sos mas rica que mi nenita. Quiero olerte, ¿me dejás?
-Sí. -Pude responder con voz muy baja, estaba quedándome sin aliento.
Me acostó en la cama, me besó la panza y el ombligo, y me fue quitando el shorcito, notando que estaba totalmente empapado en la entrepierna, me lamió las piernas, los pies, me dio vuelta y me lamió las pantorrillas, la cola, la columna, la espalda, la nuca, me volvió a lamer los lóbulos de las orejas, y se volvió a mi inocencia.
-Estas muy mojadita, Belu! Hummmm, me gusta el olor de tu shorcito.
-¡Oleme, oleme, por favor!
Con gran delicadeza me abrió las piernas y antes de enterrar su cara allí, me miró y me dijo:
-¡Tenés una conchita preciosa, Belu, como me gusta a mí, sin pelitos!
-Probala.
No tardo en colocar su cara allí y pude sentir cómo su aliento rozaba mis labios mayores, cómo su nariz absorbía ese olor característico que yo emanaba cuando me excitaba y su lengua se deslizaba por mis muslos, lamiendo mi carne caliente.
-¡Qué rico olor a hembra! ¡Me estas poniendo a mil, Belu!
-Seguí, seguí. -Le pedía muerta de calentura.
-Te voy a enseñar igual como le enseñé a Tamara, ¿sí?
-¡Sí, enseñame!
-Ahora quiero comerte despacito esa concha tiernita y virgen. Quedate quietita, mi amor.
Y su lengua comenzó a transportarme, sentía como esa lengua se metía dentro de mi agujerito, entraba y salía, se llenaba de flujo y lo repartía por toda mi concha, cómo se posaba en mi botoncito y se movía en círculos pequeños, lo empujaba hacia adentro y cuando éste respondía saliendo, lamía la partecita más tierna, haciéndome saltar de gozo en la cama.
Esa boca me estaba matando, Sebastián me mordía levemente el botoncito, sentía cómo me lo chupaba entre sus labios, cómo combinaba sus dientes con su lengua, pero el placer máximo fue cuando, mientras no dejaba de lamerme el clítoris, me metió un dedo en el agujerito y comenzó a moverlo en redondo, cómo lo dejaba apoyado en las paredes internas de mi vagina y lo sacaba arrastrando, súper mojado y con el mismo dedo esparcía el flujo alrededor de mi concha que ardía de deseo.
Así recostada sobre el borde de la cama, alzó mis caderas y dejó frente a sus ojos mis dos agujeritos, uno trabajado por su lengua y su dedo, el otro palpitante y virgen aún de todo contacto.
-Me calienta tanto saber que sos virgencita, Belu. -Todo al mismo tiempo que con su dedo mojado de mi flujo trazaba círculos alrededor del agujero de mi culito.
Su lengua ahora recorría los dos caminos, de mi concha a mi culito y viceversa, iba y venía, y yo sentia que me estaba dejando estelas de fuego a su paso.
-Ahora te toca a vos, mi amor, ahora te toca a vos darme algo a mi.
Me sentó en el borde de la cama, se bajó su pantalón y su slip, hasta que saltó ante mis ojos su imponente pene, de 33 cm. de largo por 7 cm. de diámetro, ese que la noche anterior me había dejado loca de excitación.
-Tomalo y llevatelo a tu boquita, mi amor. Probalo, deja que tu lengua lo recorra, como si fuera un helado, el mas rico que hayas tomado.
Recordé lo hecho por Tamara, lo tomé entre mis manos y mi lengua comenzó a recorrerlo de arriba abajo, en ese camino sentía cómo crecía bajo mi lengua, cómo palpitaba y veía la cara de Sebastián, cómo entrecerraba sus ojos para disfrutar de aquello.
-La puntita, mi amor, chupame la puntita.
Con mis labios encerré esa puntita y me fascinó lo caliente que estaba, cómo vibraba, parecía que tenía vida propia, lo dejé apoyado en forma vertical sobre su propio vientre y lo empecé a lamer desde los huevos hasta su punta, le lamía las paredes internas del pene y bajaba nuevamente hacia sus huevos, sentía como si eso lo hubiese hecho toda la vida y me encantaba.
De pronto sentí que no necesitaba las indicaciones de Sebastián y comencé a actuar sola, abrí mi boca en sus huevos, lo deje dentro de mi boca, deje que mi lengua los lamiera allí adentro y los solté despacio. Los gemidos de Sebastián me alentaban a seguir y sus manos ahora empujaban mi cabeza hacia su ingle, metiendo y sacando su pene de mi boca en un inequívoco gesto de cogerme por la boca, cosa que a mi me puso como loca.
-¡Sos fantastica, mi virgencita! -Repetía entre gemidos.
Y seguía masturbándolo con mis manos y mi boca, seguía dándole el placer que me había pedido, pero yo lo quería dentro de mi así que, antes de que su leche saliera (como había salido la noche anterior en la boca de Tamara) lo alejé de mis labios y lo bajé a mi entrepierna, diciéndole:
-Ahora me vas a coger como la cogiste anoche a Tamara.
-Entonces vas a saber lo que es el placer.
Con sumo cuidado Sebastián acercó la punta de su pene a mi conchita ardiente y comenzó a presionar.
-¡Qué estrechita sos, mi virgencita! Hummmm, abrite más, amor, dame lugarcito, Belu.
Y de un solo empujón, me lo metió completo, dejándome sin aliento pero con fuerzas suficientes como para empezar a moverme a su ritmo.
-¡Ahora sí! A gozar, mi virgencita. Movete amor, gozá.
-¡Qué grande que es! Dámelo más adentro, Seba. ¡Más!
Sentía cómo sus caderas golpeaban las mías y mis manos no dejaban de estrujar mis pechos y pellizcar mis pezones, sentía que mi cuerpo era una sola llama pero estaba feliz porque ese pene me estaba partiendo por dentro y la fricción de cada salida y entrada me estaba dando un placer infinito.
-¡Más adentro por favor! ¡Metémelo más, por favor!
Sebastián, accediendo a mis pedidos, tomó mis piernas y las subió a su cuello, dejando un nivel de apertura increíble y seguía empujando, seguía en mi interior y mis manos se agarraban a las sabanas ante cada empujón.
-¡Me estas partiendo, Seba, me encanta!
Así como estábamos, con su pene dentro de mí, me tomó de los hombros y me levantó de la cama, me pegó a su pecho, giró en redondo, se acostó y me dejó sentada sobre su ingle, con sus manos sobre mis caderas subiéndome y bajándome, sentada sobre su pene, cabalgándolo como la mas brava de las yeguas.
-¡Sí, encontré a la otra putita que necesitaba para mi vida! Sos la mejor amiga de mi nena, la que más me gusta! Sos la virgencita mas putita que hay. No dejes de moverte.
-¿Desde cuándo estás enamorado de mí?
-Desde que te vi por primera vez en el jardín que te quiero hacer el amor. Todas las noches hago el amor con Tamara pensando en vos, Belu.
Lleve las manos de Sebastián a mis pechos para que los manoseara bien y, apoyando las mías a los costados de su cuerpo, comencé a subir y bajar mis caderas sobre las suyas, sentándome a fondo sobre su pene, bombeando mis caderas contra las suyas y tragando con mi concha desvirgada ese pene fabuloso que me acercaba a la gloria.
-¿Te gusta, Seba?
Sebastián sólo gemía y apretaba mis senos descontroladamente, hasta que sentí que un chorro de semen inundó mi útero.
Cuando sentí que una oleada de calor mas intensa me estaba recorriendo me separé de él y alcancé a colocar mi boca sobre su pene que todavía chorreaba esperma para poder chuparlo
-¡Quiero acabarte en la boca, mi bebé!
Entre lamida y lamida pude sentir como esa leche tibia acababa en mi boca y pude saborear el delicioso semen de Sebastián, pude sentir esa espesura entre mis labios, lo más delicioso que probé en mi vida, y así lo miraba de manera lasciva mientras jugaba con su leche en mi boca y me masajeaba mis tetitas, se masturbó y me acabó por tercera vez, ahora sobre mi panza.
¡Sos sensacional, mi virgencita linda!
-¡Ya no más Sebastián, ya no soy más tu virgencita, quiero ser tu mujer para siempre.
Y luego fuimos a la ducha, y ahí Sebastián me hizo tres veces más el amor, y al volver a la cama me lo hizo otra vez, era un verdadero semental. Y nos quedamos como media hora acariciándonos y besándonos, hasta que se quedó dormido y yo me fui al cuarto donde dormía Tamara.
Yo ya estaba fuera de mí, tenía la sensación de que se habían terminado los límites y que mi pre-adolescencia había dado paso a una etapa en mi vida donde solo quería conocer el placer de los adultos, y sentia que no había fronteras para mi deseo.
Al día siguiente me levanté pasadas las once de la mañana y me quedé viendo la tele, porque Tamara y Sebastián supuestamente se fueron al shopping.
Aprovechando que estaba sola en la casa me dediqué a rememorar los dos últimos días vividos y no cabía en mí del asombro, todo mi mundo había cambiado y sentía que quería más y más. Ahora tocaba enfrentar a Tamara, comentarle lo que había pasado con su padre y me intrigaba saber si ella ya estaba al tanto o si sería una sorpresa lo que yo podía decirle.
Llegaron después del mediodía y nos quedamos mirando la tele, sin que se mencionara nada de lo sucedido con su padre la noche anterior, y a la tarde me fui a la casa de mi abuela donde vivía, asombrada porque no se había tocado el tema entre ella y yo.
Pasó el lunes y el martes en el colegio y comencé a pensar que Tamara y su padre habían hablado del tema y que ella se había enojado con lo sucedido y ese era el motivo de su silencio, pero el miércoles Tamara me invitó a pasar el fin de semana largo por la Semana Santa en su casa y sin dudarlo, acepté.
Sebastián tendría un viaje impostergable, así que estaríamos solas, y cuando llegamos a su casa, hicimos la tarea para el lunes siguiente, cenamos tranquilas, nos duchamos, vimos una película en el cuarto de Sebastián, y cuando estábamos por acostarnos Tamara me encaró sin rodeos.
-¿Qué tal la pasaste con mi papá la otra noche?
Inútil hubiera sido hacerme la tonta o negar nada de lo sucedido, así que respondí francamente al decirle que había sido sensacional, que era lo que estaba esperando desde que los había visto juntos, que su padre había sido el mejor hombre que me podía haber tocado para tener mi primera relación sexual y que no estaba arrepentida de nada. Si bien le comenté todo esto en forma muy sincera, y le pregunté qué le había parecido.
Y con un total desenfado me respondió que no estaba celosa en lo mas mínimo, que le parecía algo natural, que estaba encantada de que su padre me hubiera desvirgado y que eso que había pasado era algo que nos iba a unir más aún, porque de esa manera yo podía acercarme más a su forma de ser y a sus sentimientos.
A medida que Tamara hablaba, me atraía mucho y me estaba enamorando de ella, me estaba comenzando a imaginarme a Tamara como algo más, estaba comenzando a sentir que quería compartir ese placer que me había despertado su padre con ella pero no podía dar un solo paso en falso porque no sabía qué era lo que le sucedía a ella por dentro, no sabia si ella compartía mis deseos.
Y antes de apagar la luz, Tamara me pregunto:
-Decime la verdad, mientras estuviste con papá, ¿nunca tuviste la fantasía de estar también conmigo?
Ya estaba, de ahí a hacer realidad mi sueño de compartir un momento de placer con ella había solo un paso pero debía darlo correctamente, de lo contrario podía arruinarlo todo.
-Sí, la verdad que sí.
-¿Y conmigo sola o con los dos?
-Ambas cosas, pero quiero saber cómo podía ser estar sola con vos, que se yo Tamara, esto es nuevo para mi, ¿entendés? Para mi siempre fuiste mi mejor amiga, la hermana que nunca tuve, y de ahí a imaginarnos juntas en una misma cama, es muy fuerte.
Mientras hablaba sentía que Tamara se acercaba a mí, me tomaba las manos y me las colocaba delicadamente en sus tetitas mientras que las suyas me acariciaban por encima de mi remera de dormir.
-Es hora de que hagamos realidad todas las cosas que fantaseamos, ¿no? - Me decía suavemente sin dejar de acariciarme.
Mis manos se cerraron sobre las tetitas de Tamara, tan tibios, y ella, recorriéndome desde los hombros hasta mis tetitas, encerrándolos en sus manos, pellizcando mis pezones uno a uno, rasguñándolos hasta que sentía que hervían de calentura.
-Esto es delicioso. ¿Por qué perdimos tanto tiempo? - Me decía Tamara con ese tono de voz que ya le había escuchado cuando estuvo con su padre aquella noche.
-¡Como me calientan tus tetitas, Tamara!
Nos quitamos nuestras pocas ropas y quedamos completamente desnudas.
-Es el momento de que pasemos a ser solamente una, Belu, me enamoré perdidamente de vos desde el primer día que te vi en el jardín.
Tras este comentario nos quedamos arrodilladas en la cama de Sebastián, con la yema de nuestros dedos nos acariciamos nuestros cuerpos, nos miramos profundamente a los ojos, y fuimos buscando lentamente nuestros labios, hasta que nos dimos el primer beso lésbico de nuestras vidas, su lengua buscó la mía con desesperación, besó mis labios y deslizó su lengua por mis mejillas, mordisqueó mis lóbulos de las orejas, metió su lengua dentro de mis orejas lo cual aceleró mi pulso terriblemente y comenzó a susurrarme al oído.
Sus manos bajaban por mi vientre para posarse en el nacimiento de mi vulva, abarcándola con una sola mano, encerrándola en ella y apretándola entre sus dedos delicadamente, mientras que las mías bajaban por su espalda, llegaban a sus nalgas y la acercaban a mí con fuerza, para poder sentir como sus tetitas se aplastaban contra las mías y nuestros pezones rosados se unión en un beso simbólico.
-Dejame sentir tu calor, dejame meterte un dedito. -Me decía con voz sensual mientras sus dedos ya estaba hurgando entre los labios de mi concha.
Un dedo de Tamara logró encontrar el camino, se abrió paso entre los labios de mi concha y llego hasta ese agujerito que su padre hacía cuatro días me había desvirgado.
Metió su dedo a fondo y despues de mojarlo, lo llevó a su boca, provocándome con su mirada.
-¡Como me gusta tu juguito, Belén, es más rico que el mío! ¿Querés probarlo?
Y con su dedo empapado de mi flujo y de su saliva, me lo metido en mi concha, lo mojó bien, lo saco y me lo dio a probar.
-¡Es delicioso, me encanta! -Le dije completamente excitada.
Después se metió dos dedos en su conchita ardiente, los chupó, se los volvió a meter y me dio de probar.
Mientras nuestras bocas se encargaban de comernos apasionadamente, nuestras vaginas se habían acercado la una a la otra, estaban pegadas, refregándose, haciéndonos hervir de calentura.
Las dos permanecíamos arrodilladas en la cama, sin dejar de acariciarnos, recorriéndonos ávidas cada parte de nuestros cuerpos, aumentando el calor que de ellos emanaba.
-No dejes de acariciarme, no dejes de tocarme ! -Me suplicaba entre gemidos.
Y luego, nos besamos cada milímetro de nuestros cuerpos pre-adolescentes, hasta que me pidió:
-¡Comeme los pezones, quiero que me los muerdas!
Así lo hice, mordiscos pequeñitos fueron cubriendo los pechos de Tamara mientras que sus manos apretaban mi cabeza contra ella, provocando que mi boca se enterrara en ellos.
-¡Soy toda tuya, Belén! -Y se acostó en la cama, dejando sus piernas abiertas frente a mi cara.
Me acomodé, acostándome sobre mi vientre y dejé mi cara frente a ese panorama súper excitante que era la concha empapada de Tamara, rebosante de flujo, cubierta solamente por una fina pelusa que me encandilaba solamente al mirarla.
-Abrime bien y disfrutala. -Me decía ella entre suspiros.
Mis dedos abrieron con sumo cuidado los labios mayores, dejando al descubierto un camino rosado, brillante de tantos líquidos que emanaba mi amiga, un camino carnoso coronado en el centro por un clítoris que parecía invitarme al mordisco.
Recorrí todo ese paisaje con mi dedo índice, lo humedecí completamente, metí solamente la yema de mi dedo dentro del agujerito de Tamara y pude notar un temblor de placer en su vientre cuando ingresé levemente en la puertita de su cueva. Saqué mi dedo y lo metí en mi boca, saboreando sus jugos y viendo como ella se retorcía pidiéndome más.
No podía ni quería dejarla, así que acerqué mi boca nuevamente a su vagina para que esta vez mi lengua la probara directamente. Dejé que mi lengua la lamiera de abajo hacia arriba, de derecha a izquierda, metiendo un dedo a la vez que me encargaba de su clítoris, de rozarlo solamente con la punta de mi lengua y abandonarlo completamente erecto y excitado, fuera de su pequeño capullo.
-¡Mordeme el clítoris, chupame toda, haceme gozar!
Esos eran los reclamos desesperados de Tamara, que se movía de lado a lado de la cama, que no dejaba de elevar sus piernas al aire, de acomodarlas en mi cintura, de dejarme el camino lo más abierto posible para que yo lo recorriera sin problemas.
-¡Me encanta tu sabor, Tamara, me enamoré perdidamente de vos!
-¡Y yo a vos, Belu, desde el primer día que te vi en el jardín! ¡Dame más lengua, más lengua, por favor!
Y allí iba mi lengua, como si de un pene erecto se tratara fue directo a su agujero, se acomodó en el borde y comenzó a entrar y salir en forma descontrolada, siguiendo los movimientos de cadera de mi amiga, que no cesaba de suspirar, de retorcerse sus pezones, de pedir cada caricia que la transportara, de demostrar su calentura y exacerbar la mía.
La cantidad de flujo que Tamara estaba produciendo me embriagaba, su olor me excitaba cada vez más y la sensación de sus líquidos cremosos en mi lengua me quitaban el aliento, pero los lamía con gusto, los esparcía por mis labios y no quería dejar de compartirlos con ella, así que en medio de ese descontrol de gozo, abandoné su entrepierna para deslizarme hacia su boca y besarla, dejando que mi lengua llevara hasta ella su propia excitación, esparciéndolos por sus labios, batallando con su lengua, que pugnaba por entrar en mi boca con el mismo deseo que salía la mía en su búsqueda.
Con ese mismo flujo lamí sus pezones y los noté hirviendo, duros como rocas y emanando un hilo de líquido cristalino y agridulce, hasta que me dio vuelta y me puso de espaldas en la cama, y me dijo:
-Quiero que actúes como una buena putita joven, que me dejes hacer cosas que nadie te va a hacer jamás, solo yo y mi papá, ¿sí?
-¡Sí, Belu, haceme lo que sea!
-¿Sentís mi conchita calentita en la tuya? Ahora te voy a enseñar como gozan las putitas chiquititas, ¿sí?
-¡Sí, Belu, te amo, hermosa!
Su lengua bajaba por mi cuerpo dejando estelas de saliva húmeda y espesa. Empapó mis pezones con ella, envolvió cada uno con sus labios y los chupó una y mil veces, los estrujó con sus dedos, junto mis pechos en el medio de mi tórax y su lengua iba de un pezón a otro frenéticamente, lamiéndolos y excitándolos.
-¿Te gusta, Belu?
-¡Me estoy muriendo, Tami, me encanta, estoy tan caliente!
Bajó con su boca por mi estómago chupando cada centímetro de piel, tratando de refrescarla con su saliva y llegó a mi entrepierna. Besó de manera delicada mis muslos, los lamió hasta llegar a mis tobillos, chupó cada uno de los dedos de mis pies sensualmente y sus ojos me miraban con lascivia, tratando de captar cada gesto, cada movimiento de mi cuerpo, atenta a cada deseo, a cada reacción mía frente a sus acciones.
Despues de chupar cada uno de mis dedos, hizo el camino inverso con su boca a lo largo de mis piernas y llegó a mi entrepierna, y con sus manos separó delicadamente mis muslos y comenzó a acariciar mi vulva con la palma de su mano abierta, palpando la temperatura que allí había.
-¿Estás muy caliente, Belu?
-¡Sí, sí!
Mientras escuchaba su voz sensual pensaba que no parecíamos dos pre-adolescentes de 12 años, sino que parecíamos dos mujeres hechas y derechas, dos hembras en celo gracias al maestro que habíamos tenido ambas. Sebastián, el papá de Tamara había hecho de nosotras dos tremendas hembras, hambrientas de sexo y lujuria.
Y así comenzó mi delirio, la lengua de mi amiga no cesaba de moverse, de desparramar mi flujo, de penetrarme una y mil veces, de chupar mi clítoris dejándolo duro, de darle mordisquitos pequeños para después envolverlo con sus labios o empujarlo con su dedo índice. Tamara dejaba arrastrar su lengua desde el agujerito de mi concha hasta el de mi culo.
Hasta que las dos nos colocamos a punto para un 69 impresionante, las dos nos cogimos con nuestras lenguas sin piedad, y cada una metiéndonos los pulgares en nuestras conchas y los dedos índice y medio en nuestros culitos, en forma de pinza durante varios minutos, hasta que me dijo:
-¡Voy a acabar, Belu, no dejes de cogerme!
-¡Yo también Tami, te amo!
Y nuestros orgasmos sobrevinieron de una forma tremenda, como si nos hubiera asolado un terremoto interno, dejándonos las piernas temblorosas y las manos sudadas, los pechos hinchados y las bocas empapadas, cremosas y llenas de gusto y olor a sexo.
Luego nos pusimos de rodillas, recogimos un poco de nuestros fluidos, nos los esparcimos por nuestros labios, cada una se metió dos dedos en el culo, lo chupamos, nos miramos profundamente a los ojos, y nos dimos el beso más romántico de nuestras vidas, con el sabor de nuestros orgasmos y de lo más profundo de nuestros culitos.
El beso final, el beso que unió nuestras almas fue maravilloso, fue el beso que nos convenció a ambas de que en lugar de perder una amiga, las dos habíamos ganado un amor que sería eterno, y nos quedamos dormidas entre caricias, palabras de amor, abrazadas y desnudas piel con piel en la cama de Sebastián.
Y durante todo el Jueves y Viernes Santo, el sábado y hasta el domingo a la tarde, cuando me volví a la casa de mi abuela, miramos la tele, escuchamos música, e hicimos el amor hasta que no nos quedó centímetro de nuestros cuerpos sin probar.
Después de aquel fin de semana, comencé a pensar que de las fantasías que se me habían despertado solo me quedaba una por cumplir: estar con ambos al mismo tiempo y esa, sin lugar a dudas, iba a ser la más difícil, pero seguramente la más excitante de todas.
Desde aquella noche en que estuve con Sebastián, nunca más volví a verlo, no así con Tamara, ya que nos escondíamos en los recreos del colegio para besarnos en la boca, acariciarnos y mimarnos, y al salir nos íbamos a su casa aprovechando que Sebastián estaba trabajando, para primero hacer la tarea, y después hacernos el amor, hasta que se hacía la noche y me volvía a la casa de mi abuela, y los fines de semana nos quedábamos las dos en su casa para hacernos mil y una veces el amor, lo que nos convirtió en amantes más que experimentadas, de aquellas que no necesitan hablar porque ya conocen de memoria lo que desea la una de la otra. En más de una oportunidad, nuestra fuente de inspiración era cómo Tamara me contaba cómo hacía el amor con Sebastián todas las noches, o de las futuras que podríamos compartir los tres juntos.
Era un jueves de noche, tres meses después de todo aquello, y Tamara me llamó por teléfono, ya que Sebastián estaba de viaje de trabajo por una semana, y me preguntó si quería hablar con él, y al atender me saluda con inusitada alegría.
-¡Hola, Belu, tanto tiempo sin verte! Sos muy ingrata, porque nunca más nos vimos desde aquel día.
-Tenés razón, Sebastián, es que voy todas las tardes a tu casa, pero nunca te puedo ver.
-Sí, ya sé porque Tamara me cuenta todas las noches cuando hacemos el amor cómo ustedes lo hacen, pero me gustaría que mañana que empiezan sus vacaciones de invierno y que cumplo mis 33 años, quiero que me organicen una linda "fiestita" entre las dos. ¿Me lo prometes, linda?
-Dale, Sebastián, no sabés las ganas que tengo de verte.
-Bueno, las dejo seguir con su charla y te mando un beso enorme, Belu, te amo.
-Yo también te amo, Sebastián.
Así, Sebastián me había dado el pie justo que necesitaba para cumplir mi última fantasía con ellos, y ese viernes al mediodía salimos del colegio, me fui a la casa de mi abuela a buscar un bolsito y nos fuimos con Sebastián y Tamara.
Y cuando llegamos, organizamos una merienda para los tres con masitas, té y una torta, pero con un solo objetivo: la cama de Sebastián para gozarnos los tres juntos durante los próximos quince días.
Durante toda la merienda sentía cómo los pies de Sebastián acariciaba mis piernas, cómo se metía entre ambas, a la altura de mi vagina, cómo me estaba excitando, dándome una señal más que clara de lo que serían las horas posteriores.
Era inevitable que él se diera cuenta de mi estado porque mi ropa interior hacía rato que se había humedecido y seguramente los dedos de su pie ya lo habían notado.
Tamara mientras tanto, nos miraba divertida, pero no menos excitada que yo, ya la conocía de memoria y esos labios mojados y brillantes me estaban dando la pauta de que su calentura iba en aumento.
La merienda se prolongó más de lo esperado, hasta que Tamara dio el puntapié inicial a todo lo que vendría después, avisando que ella iría a darse una ducha y después se reuniría con nosotros, dejándonos a su padre y a mí a solas.
Sebastián se acercó a mí y comenzó a acariciarme por encima del uniforme del colegio.
-Hummm, me olvidé de lo duras que son tus tetitas, mi amor. Estás cada vez más linda.
-Gracias, Seba.
-Mi nena te ayudó mucho, ¿no?
-Tamara me calienta mucho. -Le respondí, mientras le metía mi mano en su entrepierna.
-Veo que sí. Veo que perdiste tu timidez, preciosa, y eso me encanta.
-Ésto no es nada. -Le respondí provocándolo.
-Entonces veamos cuánto creciste, preciosa.
Y seguía sobando mis pechos y apretando mis caderas contra las suyas, refregándome su dureza contra mi vagina, por encima de la ropa.
-Está muy dura, la quiero bien adentro.
-Y además hace una semana que no hago el amor con mi hija ni me hago la paja, así que imaginate cómo me están por explotar los huevos para llenarlas de leche, pero ahora quiero que vayas a bañarte con Tamara.
Subí las escaleras como pude, notando que una gran cantidad de líquidos vaginales se habían acumulado en mi ropa interior, y al entrar al baño me saqué la ropa y me metí en la ducha para disfrutar de un rico baño con Tamara.
Nos enjabonamos todo el cuerpo lentamente, por nuestros pechos rozándonos los pezones, subimos y bajamos ambas recorriendo el cuerpo de la otra, nos acariciamos nuestras vaginas con delicadeza, abriendo los labios para poder acariciar nuestros clítoris con cuidado y nos besamos ante cada caricia que nos dábamos.
Luego de enjuagarnos con agua caliente, ya que hacía frío, nos envolvimos cada una con un toallón y salimos del baño, con rumbo fijo: la habitación de Sebastián ambientada con la calefacción y a la luz de las velas y el hogar a leña.
Nos sentamos en la cama y comenzamos a secarnos la una a la otra, dándonos besos suaves en la boca, en las mejillas, en los hombros.
Comenzamos a mordernos los lóbulos de las orejas y eso, al hacernos cosquillitas, nos provocaba unas carcajadas sensacionales, las mismas que atrajeron a Sebastián al instante a su propio cuarto.
Llegó recién afeitado, bañado y perfumado, imponente en su altura y excitado, ya que su dureza se notaba y se salía de su slip negro, y cerró la puerta con llave.
-¿Quieren que siga secándolas? Al fin voy a cumplir mi fantasía desde que van al jardín, las dos nenitas más lindas del mundo solo para mí.
Y sin perder un solo segundo, nos sacó la toalla que nos cubría a ambas y con una sola comenzó a secarnos lentamente, mientras acercaba la boca de Tamara a la mía para que pudiéramos besarnos libremente.
Así lo hicimos, sin perder tiempo, recorriendo una vez más las dos geografías que conocíamos tan bien, pero esta vez con un elemento más para aumentar nuestra excitación, las manos y la lengua de Sebastián.
Ambas estábamos enfrentadas, pecho con pecho, moviéndonos al compás de nuestras respiraciones que se aceleraban sin control, las manos de ambas en la espalda de la otra, arañándonos delicadamente, apretando las nalgas y acercándolas a nuestras caderas, dejando que nuestras vulvas se tocaran como al pasar.
Sebastián se había quitado el slip y quedó arrodillado al borde de su cama y mientras que con su mano izquierda acariciaba mi contorno, con la derecha ya había comenzado a hurgar la junta de las nalgas de su preciosa hijita.
Las dos sabíamos que él estaba actuando sobre el cuerpo de la otra y eso aumentaba la excitación y así comenzaron los gemidos.
Sebastián seguía masajeándonos pero esta vez sin la toalla, subía y bajaba con su mano por el cuello de Tamara y alternaba con besos en mi nuca de tanto en tanto, cuidaba muy bien de no descuidar a ninguna de las dos.
Nosotras seguíamos besándonos, abriendo nuestras bocas lo más ampliamente posible, hurgando con nuestras lenguas una en la boca de la otra, dejando que nuestros alientos se mezclaran, que pudiéramos sentir las respiraciones agitadas y las manos libres para acariciarnos los pechos y los pezones, hasta que unió su boca con las nuestras, dándonos un beso súper erótico entre los tres.
Lentamente nos recostó en su cama, dejándonos de costado y enfrentadas.
En un momento Tamara se separó de mí y me acomodó más arriba en la cama, quedando sola a merced de los dos y dispuesta a gozar como nunca de aquello.
-Al fin, Belu, dejame comerte un ratito, hace tanto que no lo hacía.
Y sin más, la lengua de Sebastián se apoderó de mi vagina, primero la lamió con los labios cerrados, la rozó con todos sus dedos, la raspó con sus uñas cortísimas y después, cuando había comenzado a retorcerme lentamente, abrió mis labios.
-¡Preciosa, me voy a comer todo ésto! ¡Que rico!
-Papi, no me vas a dejar nada? -Dijo Tamara desde la otra punta de la cama.
En menos de dos segundos tenía dos lenguas dentro de los labios de mi conchita lamiendo y lamiendo, dos lenguas que recogían mi flujo y se lo pasaban de una lengua a la otra, dos lenguas que se encargaban de que ninguno de mis dos agujeritos quedaran sin lubricar, y sabiendo de memoria que era lo que a mí me gustaba, Tamara metió dos de sus finos dedos en mi concha mientras que la lengua de su papá no dejaba de estimular mi clítoris y yo sentía como este crecía cada vez más, como chocaba duro y jugoso contra la lengua de Sebastián.
Los dedos de Tamara aparecieron en mi boca húmedos, pegajosos, ricos y olorosos y salieron llenos de saliva caliente, listos para que Tamara me mostrara como se los metía en su propia conchita, los mojara y se los diera a su papá, que se detuvo un segundo para probar ambos sabores mezclados.
-¡Que buenas hembras crié! -Decía mientras saboreaba los dedos de su nenita y sonreía dichoso.
Pero cambió de táctica poniendo su pene erecto en mi cara, me ordenó que se lo chupara como lo había hecho la primera vez, mientras Tamara se encargaba de mi conchita hirviendo.
La sensación de ese pene enorme dentro de mi boca combinada con la lengua de Tamara dentro de mí estaba provocando un volcán en mis entrañas, estaba comenzando a derretirme de gozo, pero aún no era el momento del estallido, faltaba mucho más.
El pene de Sebastián entraba y salía de mi boca una y otra vez, provocando en él suspiros y gemidos casi guturales.
-¡Eso es, Belén, chupámela entera, de arriba a abajo, adentro y afuera.
Y mi boca lo devoraba y al estar ocupada no podía exhalar ni medio suspiro provocado por las delicias a las que me sometía mi amiga con su lengua y sus dedos.
-¿Así que te gusta mi verga, preciosa? Decime cuanto te gusta, hablale a papi.
-Me calienta chupártela, me calienta mucho, pero por favor, cogeme, metémela bien adentro.
Y así Sebastián me metió su enorme pene hasta el fondo, mientras que Tamara colocaba su concha en mi boca y su culito en mi nariz.
Los embates del pene de Sebastián hacía que mi boca se enterrara dentro de la concha de la hija, que deliraba de placer cada vez que sentía que mi lengua la cogía hasta el fondo.
-Ya no estas tan estrecha, ahora te entra toda mi poronga.
-Y meteme un dedo, Belu. -Me decía Tamara que se balanceaba sobre mi boca, estrujándose sus tetitas.
Mi dedo índice entró fácilmente en ese hermoso agujero rosado que tenía mi amiga entre sus piernas, salió empapado, entró más aún, volvió a salir, describió círculos alrededor de su clítoris, lo sacudió de lado a lado y terminó dentro del culito ardiente de mi amiga.
Y seguimos así durante unos veinte minutos, hasta que Sebastián me acabó una catarata de semen en mi útero, al mismo tiempo que Tamara me acababa sus orgasmos en mi boca y mientras padre e hija se besaban apasionadamente en la boca.
-Dámela ahora a mí, papi, la quiero adentro. -Reclamó Tamara, casi con desesperación.
Ahora Tamara se acostó, y mientras Sebastián la cogía, nos besábamos apasionadamente con él y ella me chupaba la conchita con mi culito en su nariz, así por otros veinte minutos, hasta que Sebastián le inundó de semen el útero a Tamara, y yo acabé mis orgasmos en la boca de mi amiga del alma, casi mi hermana.
Hasta que Tamara abandonó su sitio y con ella nos hicimos el 69, y en ello Sebastián se puso detrás de su hija y la empezó a penetrar analmente.
-¡Ay, Dios, qué placer! ¡Cogeme bien el culito papi, que está calentito!
-Tomá, mi amor, está toda adentro.
Así entró y salió varias veces, hasta que el semen de Sebastián inundó las tripas de Tamara. Nos dimos vuelta, y Sebastián me preguntó:
-Y a vos, Belu, ¿no te gustaría probar mi pija en tu culito, mi amor?
Ahora la que quedó en cuatro frente a él fui yo, pero Tamara se había colocado debajo de mí para poder encargarse de mi húmeda vagina mientras su padre me daba todo su pene completo por atrás.
Abrió mis nalgas con sus manos, mojó bien su pene con el flujo que despedía mi vagina y comenzó a presionar entre mis nalgas, lentamente, tratando de que el agujero cediera y pudiera entrar a fondo. Y allá fue, entero, abriéndose camino a la fuerza, sintiendo que todo mi interior se desgarraba de dolor y placer, entró el pene de Sebastián en toda su dimensión y comenzó a moverse, entrando y saliendo, entrando y saliendo, al mismo tiempo que Tamara me metía sus dedos por adelante y me lamía el clítoris una y otra vez.
Nunca, desde que había comenzado todo esto, creí que se pudiera gozar tanto al mismo tiempo y con dos personas a la vez, las dos de las que estoy perdidamente enamorada, jamás lo hubiera creído y sin embargo lo estaba experimentando.
La boca de Tamara chocaba con el pene de su padre y aprovechaba para lamerlo, dejaba ese lugar y se deslizaba por debajo de mí hasta mis pechos, para morderlos mientras se bamboleaban ante los empujones del pene de Sebastián dentro de mi culo, hasta sentir que mis intestinos se llenaron de su esperma, al mismo tiempo que Tamara me acababa en mi boca.
Y cuando acabamos los tres al unísono, las dos lo acostamos boca arriba, y nuestras bocas sobre el pene de Sebastián de 33 cm. de largo por 7 cm. de diámetro, hasta que no aguantó más, nos acostamos y se hizo la paja.
El semen de Sebastián se derramó sobre nuestras caras, nos compartimos con nuestras bocas, jugando y tragando su leche caliente y espesa, lo que lo hacía excitar cada vez más, dándole el impulso necesario para masturbarse y depositando en nuestros rostros seis veces más para tragarnos su esperma.
Nuestras fuerzas se acabaron, y se acostó en medio de las dos, y nos quedamos dormidos y abrazados los tres juntos, a sabiendas de que las próximas quince noches serían tan o más lujuriosas como esa noche, y no nos equivocamos.
Tres semanas después de terminar nuestras vacaciones de invierno, ambas tuvimos nuestras reglas por primera vez. Y nuestra rutina diaria durante los próximos cuatro meses era nosotras dos haciendo el amor todas las tardes después de venir del colegio y hacer la tarea, Tamara y Sebastián todas las noches antes de dormir, y los tres juntos los viernes y sábados a la noche y los domingos cuando los lunes eran feriado.
Pero un par de días después de haber terminado nuestro séptimo grado de la primaria, cuando yo hacía poco más de un mes de haber cumplido mis 13 años, mi abuela falleció, y así Sebastián hizo los trámites para adoptarme; así Sebastián se convirtió en mi “papi" y Tamara se convirtió en mi hermana, y yéndome a vivir definitivamente a su casa.
Desde aquel instante y hasta que terminamos la secundaria, mientras Sebastián trabajaba como gerente de un banco, nosotras después de llegar del colegio hacíamos la tarea, luego los quehaceres domésticos, nos bañábamos y lo esperábamos desnudas en su cama para hacernos el amor entre los tres, después de hacernos el amor entre nosotras.
Y cuando terminamos la secundaria, en 2003, Sebastián renunció a su trabajo, alquiló sus propiedades y nos fuimos a vivir a una cabaña alejada de todo en la Patagonia, y somos muy felices, ya que no necesitamos trabajar, solamente vivir de sus rentas y bonos que invirtió en la Bolsa de Comercio, y dedicarse exclusivamente a nosotras.
Y cada noche de nuestras vidas, después de cenar y ducharnos, nos vestimos de colegialas, secretarias, policías o mucamas, que son las vestimentas que más lo vuelven loco a Sebastián, le hacemos un strip-tease, nos manoseamos, nos besamos, nos hacemos el amor, y es ahí cuando él interviene para penetrarnos una y mil veces en nuestras vaginas, nuestros culitos, nuestras bocas, y disfrutar todas las noches de nuestros flujos, del pene de 33 cm. por 7 cm., de las cataratas del exquisito sabor del semen de Sebastián, pero especialmente del amor que nos tenemos entre los tres desde hoy exactamente hace 25 años.
Desde algún lugar alejado de la Patagonia Argentina, un beso grande para todos ustedes, de parte de Sebastián, Tamara y Belén.