Relatos Eróticos Lesbicos

Claudia, mi amiga de la libertad. Parte II

Publicado por Marystegui@gmail.com el 29/07/2020

Como ya dije habían pasado muchos años, ya había dejado de ser una adolescente y me había convertido en una mujer, miles de aventuras, amantes, parejas, disfrutando del sexo y aun de la masturbación, pues todavía no dejaba esa costumbre de mirarme al espejo de cuerpo entero después de la ducha y antes de irme a la cama. Ya con la vulva cubierta de pelos, con los pechos robustos y hasta levemente inclinados, los pezones definidos, mordisqueados, lamidos y tocados un montón de veces y el culo bien carnoso; aún me gustaba voltearme frente al espejo y separar mis nalgas para ver en medio.

Y como me había enseñado Claudia años atrás, en ocasiones, cuando iba sentada en el bus o me detenía en una plaza o cualquier otro lugar público, una vez sentada me gustaba empujar el culo hacia atrás, con las piernas ligeramente abiertas y me inclinaba levemente hacia adelante, lo suficiente como para sentir el asiento con mi vulva. Claudia tenía razón, hacer eso era delicioso, sabiendo que los de tu alrededor ni se dan cuenta de lo que estás haciendo y menos de lo que estas sintiendo (una total explosión de placer que venía desde el interior de mi vagina).

Pero sin desviarme de mi historia, el reencuentro con Claudia se dio de manera inesperada, cuando fui a una clínica para tratarme una muela que me venía molestando. Recuerdo bien, me tocó mi turno de entrar a la consulta, el paciente de salida simplemente dijo: la doctora dice que pase el siguiente. Ingresé, cerré la puerta y salude, la doctora estaba sentada tras el escritorio escribiendo en la computadora, me respondió el saludo y me pregunto cuál era el motivo de mi consulta, me miro sin prestar atención pues terminaba lo que estaba haciendo en la computadora. Le expliqué el problema que tenía con una de mis muelas, entonces me pidió que me acomodara en su silla de revisión, esa que tiene todo el equipo montado para que la revisen a una de la boca. Pase a acomodarme, mientras lo hacia la doctora también se acomodaba para revisarme, en todo momento ella tenía el cubre boca puesto por lo que solo veía sus ojos a través del cristal de sus gafas.

Empezó a revisarme, yo estaba un poco ansiosa, como esperando sentir algún dolor mientras me metía sus pinzas en la boca, se bajó el cubre boca, me pidió que le apuntara con exactitud que muela era, y así lo hice. Apenas me la iba revisando y se detuvo, me miro a los ojos y me dijo:
-No me reconoces ¿Verdad?
Me quedé un poco confundida, volví a mirarla intentando recordar de donde la conocía y le respondí:
-No doctora, disculpe, pero no la recuerdo ¿De dónde nos conocemos?
- Ja ja ja soy Claudia, hace muchos años fuimos vecinas ¿Ahora te acuerdas? Y Me miro con una sonrisa que hizo que le brillaran los ojos.

Lo primero que recordé fue su risa, después ese brillo en sus ojos cuando me miraba fijamente mientras nos tocábamos. Pero de fisonomía y de voz había cambiado completamente. Quedé sorprendida, tanto tiempo había pasado y volvíamos a encontrarnos. De inmediato regresaron a mi memoria todas esas cosas que hacíamos, su sujetador sin broches, lo que sentía al tomarle las nalgas y como la masturbaba metiendo mi mano en su calzón, casi termino conmocionada en su asiento y humedeciéndome con todas esas cosas que iba acordándome:
-¡Claudia, vaya que sorpresa!
-¿Y cómo has estado?...

De inmediato recobramos la confianza, rápidamente repasamos lo que habíamos hecho todo este tiempo sin vernos y reímos recordando algunas cosas, sin hablar de aquellas que hacíamos en secreto por su puesto, yo no quise ser indiscreta y recordarle nuestras masturbaciones juntas pues aun no sabía si ella quería recordarlas y hablar de eso o solamente las había dejado atrás como curiosidades de dos adolescentes. Aquel grato reencuentro en su consultorio terminó con una revisión exhaustiva de mi muela, su diagnóstico médico y el compromiso de volvernos a ver la próxima semana para iniciar un tratamiento de conductos.

Esa noche, después de la ducha y de mirarme desnuda en el espejo del baño, me fui a la cama con un cosquilleo intenso en la vulva y me masturbé recordando todo el placer que nos dimos de adolescentes. Volví a sentir todos esos roces y caricias, la piel de sus pechos en mis manos, sus pezones perdiéndose entre mis dedos, recobré la sensación de sus nalgas al presionarlas, sentí toda su redondez. Y cuando llegué a mi vulva, recordé la suavidad de la suya, cuando ambas todavía no teníamos pelo alguno en esa zona. En ese momento me invadió el deseo, la curiosidad de cómo sería ahora su vulva, seguro llena de pelos, como la mía, me emocioné más con la intriga de cómo sería tocar ahora dentro de su raja, ya madura, volver a sentir como se humedecía con esas secreciones espesas que se perdían entre mis dedos mientras la masturbaba. No me aguanté las ganas de volver a tenerla en mis manos y agité mi vulva como una loca, las piernas me temblaron, me mojé y metí un par de dedos en mi vagina, y no me detuve hasta correrme deliciosamente.

Estaba ansiosa por volverme a encontrar con ella, nada me prometía que volvería a pasar algo entre las dos, pero quería volver a verla. A la semana siguiente, llegó el día de mi cita médica, a la que fui muy emocionada, cuando me toco turno de entrar a su consultorio no pude evitar excitarme, sentir ese hormigueo en mi vulva y hasta creo que me humedecí apenas la vi.

Cerré la puerta, nos saludamos amigablemente con un beso en las mejillas, me invito a acomodarme en la silla de revisión; mientras se ponía los guantes me preguntó si seguía molestándome la muela, y yo en mis adentros me preguntaba si se daría cuenta que estaba excitada, si le molestaría eso, o peor aún, si me iba a humedecer tanto que terminaría con una mancha en el pantalón entre mis piernas “debí ponerme un pantalón más grueso y oscuro, malditas mis ganas de ponerme un pantalón con el cual se marca mi vagina para que ella al fijarse recuerde las pantaloncillos que usaba cuando nos tocábamos.”

De inmediato empezó a examinarme como si nada, yo me quedé quieta, me pidió que me relajara, abriera bien la boca y metió sus pinzas en mi boca. Apenas había empezado cuando de repente se detuvo, saco sus pinzas, la pensó un instante y un poco avergonzada, pero con una sonrisa me lanzó la pregunta:
-¿Recuerdas lo que hacíamos cuando chicas?
-Totalmente, como podría haberlo olvidado.
-Yo tampoco y al volver a tenerte cerca no puedo evitar sentirme conmocionada.
-Yo también lo estoy.

Al decirle eso, se ruborizó un poco y sus ojos se iluminaron como cuando se sentía excitada, seguro lo estaba y lo único que se me ocurrió fue tomarle la mano, entrelazar sus dedos con los míos, nos miramos fijamente, ella no dejaba de avergonzarse, ninguna de las dos sabía que iba a pasar en ese consultorio. Quizá solo debíamos seguir adelante con la consulta y citarnos para seguir con esto en otro momento, pero en eso ella me dijo:
-¿Te acuerdas de los sujetadores que utilizábamos entonces?
-Sí ¿Y te acuerdas del negro?
-Sí, ese que me dijiste que era el primero que te compro tu mamá y que aún te lo ponías, aunque ya te quedaba ajustado.
-Sí, aun lo conservo –le dije- recuerdo aquella vez que me mordisqueaste el pezón encima de ese sostén. Y nos soltamos en una risa.
-¿Y mi calzón rojo? ¿En el que me hiciste excitar hasta dejarlo húmedo y me lo pediste como recuerdo?
-Aún lo conservo –le dije- y aún me pongo a oler tus secreciones endurecidas cada que me acuerdo de aquella vez.
-Pensé que te habías desecho de él.
-No, cómo hacerlo. Recuerdo que te masturbé como una loca y te saqué una buena cantidad de flujo que quedó salpicado en aquel calzón rojo, cuando se secaron formaron unas costras blancas que, aunque no lo creas, se conservan bastante bien, en esa parte de la prenda donde justamente iba a dar tu zona íntima.

Estábamos excitándonos con todos esos recuerdos, ya no me importaba si salía de su consultorio con el pantalón manchado entre las piernas, sentía que los pezones se me ponían duros mientras hablábamos, movía mis piernas para frotar con mis entrepiernas alrededor de mi vulva. Ella se acomodaba los lentes y luego juntaba las manos llevándolas a su regazo, así apretaba con los brazos sus hinchados pechos que salían hacia afuera, y yo no paraba de mirar directo a ellos. Entonces me preguntó:
-¿Cómo crees que están mis pechos ahora?
-No lo sé, solo sé que a simple vista se ven más rellenos que antes.
-Te gustaba chuparlos.
-Sí – Le respondí, estaba babeando de deseo por sus pechos. Nos mirábamos como bobas, fijamente, sabíamos lo que queríamos, éramos cómplices de nuestro deseo.
-Me gustaba mucho como me lo hacías –Hubo una pausa, ella lo pensó- ¿Y aún te gustaría hacerlo? Me dijo totalmente excitada.

Y yo también estaba que no podía más con tanta excitación, como cuando éramos adolescentes, me temblaba la quijada, así que en vez de responderle solo asentí con la cabeza. Ella se acercó hacia mí, y sin importarle que estuviéramos en su consultorio, con gente esperando el turno afuera o que tal vez alguien pudiera entrar sin avisar, provocada por su excitación, toda nerviosa se abrió la bata, apenas un par de botones, lo suficiente para poder abrir su blusa hasta debajo de los pechos, quedó expuesto un hermoso sostén blanco, del cual se animó a sacar uno de ellos, el izquierdo, por encima de la copa para así ofrecérmelo.

No dude en tomarlo con mi boca como cuando éramos adolescentes, sentí entrar su pezón hacia adentro y era como antes; cuando apenas empezaba a tomar su fresco pecho con mi boca, sin saber exactamente como chuparlo, pero me cabía completo dentro de la boca, en cambio ahora, su pecho ya estaba maduro, era grueso, más firme que antes, apenas y podía tomar su pezón y llegar un poco más allá de su aureola con mis labios, pero sabía igual de rico que antes. El sabor de su piel, su textura suave, no habían cambiado nada.

Tomé ese pecho con mi boca, una y otra vez, lo chupé incansablemente, ella me lo ofrecía como si yo fuera una niña de pecho y ella la nodriza que me daba su leche. Era inaudito, volver a encontrarme con su pecho, con ella que en su momento me llenó de un placer incalculable y ahora volvía a hacerlo. Ni ella ni yo queríamos terminar, pero ella lo sacó de mi boca “ya debemos parar” dijo, pero yo quería más, le toque el pecho, dejé que entre mis dedos se perdiera su pezón, sabía que eso le agradaba, así que me dejo chuparle un poco más y un poco más, simplemente no podíamos dejar de hacerlo, estábamos muy excitadas. Hasta que cesamos, quedé languidecida en su asiento de revisión, mientras la veía meter su pecho en la copa del sostén, cerrarse la blusa y acomodarse la bata.

Si les ha gustado la historia completa háganmelo saber escribiéndome directo a mi correo marystegui@gmail.com pronto volveré para contarles del calzón rojo de Claudia y verán lo excitante que fue aquello. Recuerden que estoy buscando mujeres que quieran participar en un libro de historias prohibidas contadas exclusivamente por mujeres, las interesadas también pueden escribirme al correo. Solo responderé correos de mujeres, gracias.