Relatos Eróticos Autosatisfaccion

De cuerpo entero | Relatos Eróticos de Autosatisfaccion

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Desnuda, recostada contra la cabecera de mi cama, contemplo el espejo de mi soledad mientras oigo avanzar uno tras otro los hermosos cuartetos de Beethoven. Entre almohadones bermellón y mullido azul marino, veo el cuerpo que soy, miro el cabello cubriéndome los hombros mojados por la luz de la mañana; observo la imagen en reposo de mi cuerpo; la extensión torneada de mis piernas, mi piel transpirando a goterones mi deseo. Por la ventana abierta, el calor seco y veraniego se filtra en susurros de la calle donde nadie transita el domingo en que te aguardo.

Penélope sin ropa y solitaria, tumbada sobre el indolente lecho, a la deriva espero a Ulises tejiendo las hondas nervaduras de mi anhelo. Imagino el peso de su cuerpo, la manera en que habrá de rodear mi cintura con sus brazos, de aplastarme y de besarme; la forma en que lo haré mío por instantes que habrán de ser eternos, su arte de lamerme delicadamente y sin premura como quien limpia miel de las alas de una mariposa con su lengua nocturna y refinada.

Imagino su aliento y sus palabras cayendo al laberinto de mi oído, los latidos de su pecho, el enhiesto volumen de su miembro deslizándose entre mis manos, mis senos y mis labios ávidos y hambrientos; pienso en su irrupción hasta el final del grito que una vez más he de acallar en su manzana de Adán sin otro paraíso que mi cuerpo, sin más travesía que sus jadeos, sin otro horizonte que la tierra de fuego de mi sexo.

Me aproximo al borde de la cama y me siento en la orilla con las piernas cruzadas en posición de loto. En la luna del armario, luna llena de tiempo sorprendido, miro más de cerca mi cuerpo ofreciéndose al verano, mis pezones tirantes, mis ingles pegajosas y empapadas, mi boca predispuesta al sensual rompeolas de su verga, al resplandor negro del beso.

Contemplo la elástica dureza que habré de perder año con año, pero que hoy está firme y entre llamas altivas, erizada; deslizo mis palmas por la curva de mi cuello, y de mis senos turgentes las conduzco al pliegue secreto de los muslos. Miro el vello que ennegrece mis axilas y el higo entrecerrado de mi sexo, más terso ahora y más hinchado. Nada turba esta imagen transparente: yo conmigo excitada, entregada al placer de acariciarme y de verme acariciarme.

Flexiono las rodillas a la altura de los pechos, me inclino hacia delante para ver este blando y jugoso misterio que palpita y que los dedos exponen a mi delectación y al tacto de un suave rayo de sol de la mañana. Minuciosa despego los labios prominentes y libres de toda sombra. Estoy mojada, cautiva de pasión y de deseos, ardiente a flor de piel con mi apetito. Admiro la humedad que se resbala hasta inundar el remolino del ano, y con mis yemas unto despacio mi lubricación en mi cintura, en mis senos y entre las nalgas.

Más despacio abro aún más la pulpa de mi sexo y descubro a la luminosidad como una gema que se agranda, el clítoris urgido y brillante para el roce de otro sexo o de una bífida lengua de serpiente. Perlada por el sudor, veo la enrojecida expresión de mi cara en el espejo, al pie del lecho donde sábanas azules como el océano se amontonan y envuelven mis tobillos. Enderezo la espalda, separo al máximo las piernas e introduzco la punta del dedo del corazón. Suspiro y por dentro me endulzo y por fuera me electrizo hasta el quejido.

Soy este cuerpo que amo y ese cuerpo admirado en mi reflejo. Soy esa hembra cálida que mis manos recorren con vehemencia y ternura, este deseo que miro frente a frente y que fluyendo hacia sí misma desde la luna del armario me seduce y me contempla arrastrándome al fondo, muy al fondo del estanque turquesa del espejo. Aspiro profundamente el aroma que sube como niebla o vapores del centro de mí, el fuerte olor a finas hierbas que enerva y libera mis sentidos e impregna estos compases de música de cámara y gemidos.

Podría gritar a grandes voces que amo este aroma a gruesa flor quemada, que adoro este sabor a mujer sumergida entre diamantes, a piedra que se arroja en las claras riberas de la tarde o la mañana que agita el resplandor de mis pestañas.

A solas con mi pensamiento y con mi cuerpo, estoy conmigo acercando los espacios que unen y separan mis ojos de los ojos que me miran de adentro del espejo. Y sin embargo también hay otras imágenes hendidas en mis muslos, restos de realidad o sueños diurnos que emergen por mi piel, murmullos y caricias que resuellan en las paredes internas de mi sexo, presencias convocadas por la magia caliente de mis dedos.

Toco mi suavidad, recorro el borde de mis dos profundas cavidades, me aprieto con fuerza las aureolas y, como en la línea de Kavafis, recuerdo aquí mi cuerpo como un fruto jadeante o como agua desbordada en la bella textura de otros cuerpos. Mi cuerpo, la lujosa memoria de mi cuerpo no se olvida de sus íntimos amores ni de aquel su temblor de almizcle y leche.

Como en un caleidoscopio de nítidos cristales y espejismos, vuelvo a ver los párpados de Claudita tras mi monte de Venus chupándome otra vez a los quince años; el torso de Miguel, su verga dura, la primera que sentí entrar en mi sexo y mi garganta; el pubis espeso y dorado por el fuego de Lorena quemándome de nuevo a campo abierto en Cuernavaca, los labios carnosos de Carmen y de Pedro hinchándome la vulva con la justa cadencia de sus besos, el falo gigantesco y del grosor de mi muñeca de Mariano.

Me detengo en la imagen palpitante de Mariano, en sus tiernos e inútiles esfuerzos por entrar en mi culo sin dañarme para ofrecerme el placer transgresor que yo pedía. Veo mi ano apretado en el espejo y me parece imposible haberlo soportado en esa musgosa estrechez, de haberlo recibido totalmente hasta el vellocino de sus rizos luego de mucho tiempo de intentarlo, un domingo como éste, primero en cuatro patas, abriéndome yo misma con las manos a su embate. Después boca arriba, con una almohada debajo de mis caderas y con los pies relajados en sus hombros, sin lograrlo; hasta que más tarde, sentada encima de él, casi a horcajadas, fui resbalando y empujando poco a poco hasta insertarlo, hasta sentir el aceite frondoso y anhelante de su pelvis.

De ese modo conseguí que aquella inmensa verga, a merced de la paciente impaciencia de mis nalgas, me penetrara inmóvil por atrás triunfal y entera, dilatada con un fugaz dolor que se hizo aullido y goce, para invadir por completo el tórrido fondo de mi entraña hasta entonces intocada.

Ante este mismo espejo, en este lecho, me vine una y otra vez anegada en luz, como flotando entre delirios, contemplándome y sintiéndome enculada, sudorosa y abierta como ahora me contemplo, mientras él estrujaba la fiebre de mis senos y mordía mis hombros, mis lóbulos, mi nuca y preguntaba, temeroso de lastimarme si, como él, yo estaba disfrutándolo.

Apretando mi espalda contra su pecho, enredando su rostro con mi pelo le respondía que sí con susurros guturales que apenas me salían, y a la vez yo me acariciaba la vulva con ambas manos o le daba a beber la miel que escurría de mis dedos temblorosos. Los dos reímos satisfechos al completar felizmente aquella hazaña sin sacar la magnífica enormidad que ahí permaneció albergada, sabrosa y palpitante varias horas, a lo largo de los estruendosos e incontables orgasmos que supo prodigarme y de los que mi amiga Paola fue cómplice asombrada y fue testigo.

Más a fondo introduzco mi dedo extasiada en la intensa memoria de Mariano, en el recuerdo de sus caricias y de su ronco gemir aferrado con firmeza a mis caderas, en su olor a madera de roble y a limones, en la abultada y extensa largura de su miembro, en el sabor a durazno de su líquido blanco y abundante.

Rememoro también a la dulce Paola y su tez agitanada, a su cuerpo de bailarina tenaz entre mis brazos, a su pubis hirsuto y resbaloso, a su fina entrepierna restregándose ansiosa con la mía, chapoteando las dos, chorreando a mares apretujadas en medio de la tarde o la fatigada noche, mamándonos fogosas con las piernas en alto y pisando las estrellas o aplanando mis senos en el bronce moldeado de los suyos, lamiéndonos al fin como locas magníficas hasta quedar las dos exhaustas en los muslos inquietos de Mariano.

Cierro mis ojos y sostengo la visión fragmentaria de mi cuerpo en otros cuerpos desechos en sílabas de fuego. Y sé bien que en el espejo, al borde y enfrente de la cama, mi propia imagen continúa su tránsito por las aguas humeantes del recuerdo haciéndose el amor consigo misma, tocándose por dentro sus mínimos silencios. Percibo los latidos de mi vulva, palpo la cristalina lubricación como si me hubiese transformado en ancho río de lava que brota a borbotones de la cúspide de un cráter muy antiguo y reciente al mismo tiempo.

Intuyo que el reflejo de mi cuerpo se está meciendo febril en su propio deseo, y que al igual que yo mantiene los ojos cerrados y se deleita en el roce apresurado de los dedos sin querer deshacerse de lleno en el orgasmo. Aunque tal vez en el espejo mis ojos aún estén abiertos y desde ahí yo traspase hacia este lado e hincada en el borde de la cama me observe cada vez más abierta, hundiéndome otro dedo y otro más, presionando con la palma donde habla otro eréctil lenguaje mi deseo.

Mi boca entreabierta absorbe y exhala el calor del verano más de prisa, con el corazón desatado golpeándome las mejillas hirvientes, las sienes y los labios que mis dientes mordisquean asiéndose a la vida, celebrando la playa que es mi piel, mi puerto franco.

Soy este cuerpo desdoblándose aquí frente a la luna del espejo, en esta soledad acompañada donde me miro y no me miras arder este domingo, como si fuera un día cualquiera, abierta a la cerrada intemperie de mi cuarto. Penélope desnuda y envuelta en la música de Beethoven, aguardo a que tú llegues, y acorde tras acorde abierta voy bordando y destejiendo los hilos del deseo para hacerte gemir en cada beso, para oírme jadear contra este lecho, para engullir hasta el fondo de mí nuestro naufragio.

Para que afuera tu navegues, el mundo se hará líquido en mi sexo y esta habitación que ahora habitan mis últimos fantasmas será un sólido cuerpo en tu reflejo. Tal vez no me haces falta, lo sé, tal vez no vengas, pero te espero radiante aquí conmigo como el agua de julio en pie de guerra.

 

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