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El sol de mayo | Relatos Eróticos de Autosatisfaccion

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Noto calor en las piernas, un ardor suave y a la vez fogoso que me sube hacia todo mi cuerpo. Este es el sol de Mayo que entra por la ventana hasta mi cama, un sol que trae a mi memoria el recuerdo de otro tipo de calenturientas sensaciones que también entre mis sábanas han tenido lugar; momentos de placer donde se han desatado miles de fantasías sexuales. De ellas, hay una que me hace estremecer cuando evoco sus pasionales imágenes. Fue la primera de todas, la mejor, y la única en que estuvo presente el amor.

Hacía poco que había hecho pública mi homosexualidad y mi inexperiencia en este mundo era evidente. Pero a esto se unía un gran instinto por sentirme entre los míos, por conocer el deseo y satisfacer mis necesidades más íntimas, es decir, buscaba un encuentro sexual con alguien de mi sexo, eso era lo que quería. Decidí ir a algún sitio gay para cumplir mi objetivo. Me preparé para el momento, ropas ajustadas que marcaban mi cultivado cuerpo, y un pantalón que mostraba perfectamente mis partes más ocultas. Llegó la noche y partí hacia el lugar elegido, “La Noche Loca”. Me acercaba a “La Noche Loca”, ya se oía la música en vivo cantada por personas cuya libertad estaba en su máximo esplendor, pero se notaba en sus voces la desesperación por la llegada del día, que con su luz cegadora los ataría otra vez en su vida falsa y monótona. Me iba animando, cada vez iba más convencido al sitio. Al fin llegué, efluvios de color lila y con un tacto aplumado me rodeaban, me alegraban y percibía alguna voz que me invitaba a soltarme, a salir de mí, a ser libre, a ser yo. Pronto noté una vista clavada en mí; me fijé bien en su autor y un frío me recorrió el cuerpo. ¡Estaba riquísimo¡, me lo hubiera comido con la vista, era algo distinto a lo que había sentido por otros hombres. Era muy delgado, fino de cara, una leve capa de barba cubría su cara y su pelo no alcanzaría los 2Cm, vestía mayoritariamente de cuero y fumaba, parecía buena gente. Me levanté y me acerqué, -¿te conozco?-, le dije. –Creo que no, pero ya puestos... Soy José Miguel, pero dime “Miguel”, ¿tú como te llamas?-, -Pablo, pero me dicen “Pol”, es una larga historia-. Así comenzó una cálida conversación que conforme avanzaba me hacía estar más convencido con aquel tío. Se hizo tarde y me despedí de él, no sin antes apuntar su teléfono.

Esa noche no conciliaba el sueño, estaba muy excitado pensando en Miguel. Cientos de pensamientos obscenos corrían por mi cabeza, en todos ellos salía Miguel, mi sexo me confirmó la excitación mostrando una desmedida erección bajo mi pijama. Me llevé la mano a la ingle, cosa que me agradeció el cuerpo con una convulsión. El roce por mi escroto con las manos húmedas por la saliva terminó de poner a tono mi tallo el cual empezó, palpitante, a pedirme un leve gesto de masturbación, un vaivén arriba y abajo, unas cuantas caricias serían suficientes para llegar al momento. Yo no quería que terminara pronto aquella oportunidad de placer y dejé a un lado mi falo tembloroso con toda la gorda punta ensagrentada, violácea, ya salida al completo del capuchón de fina piel.

Empecé a pellizcarme los pezones, me puse saliva en ellos para que resbalaran los dedos al pasar por la dura punta y acaricié todo mi cuerpo. Pero al pensar todo el rato en Miguel tuve que llegar a prácticas más parecidas a lo que me haría Miguel si de verdad estuviera allí; cogí a Petty, mi consolador de metal, y lo unté con vaselina. Con el dedo busqué el todavía contraído esfínter del ano y le propicié un masaje introduciendo cada vez más dedos hasta haber dilatado suficientemente el orificio. Pasé a penetrarme con el consolador, al principio con suaves movimientos que resultaban fogosamente dolorosos, dolor que a la cuarta sacudida pasó a completo placer. Comencé a convulsionarme al par de las metidas de Petty y no pude esta vez contenerme más y sufrí una explosión interna tan fuerte de placer que me evadí por momentos de la cama mientras caudalosos borbotones de leche se marcaban bajo la piel desde la base del sexo subiendo hasta la punta de la verga. Me impregné de aquel licor la mano y me la llevé a la boca con un sabor algo salado pero que alargó el craso sabor dulzón de la situación, un sabor que me evocaba a Miguel, estaba en el aire, en mi cuerpo, en el esperma que salía de mi boca y de mi polla, y en mi húmedo ano. Así me quedé dormido en un plácido sueño que hizo culminar las fantasías que se habían iniciado en vigilia.


Al día siguiente, desperté saturado de efluvios corporales de la noche anterior, me duché, cambié las sábanas y me vestí. De momento recordé otra vez mi encuentro con Miguel y volví a ser todo nervios, no sabía si llamarle ya pareciendo que me había obsesionado con él; o esperar a que él llame dando a entender falta de interés por mi parte; de cualquier manera quedaría mal, pensaba. Decidí echarle valor y llamar, no tuve que esperar, Miguel se puso al teléfono de momento, -¿diga?, ¿Quién es?- parecía haber estado esperando esa llamada toda su vida, estaba muy ansioso por la respuesta, eso me alegró. –Soy Pol, seguro que no te acuerdas de mí, nos conocimos anoche en “La Noche Loca”, ¿te acuerdas?-, -por supuesto que sí, esperaba tu llamada, te iba a llamar esta misma mañana pero perdí tu teléfono, aunque creo que no me lo diste ¿no?, -no te lo dí, pero ya no importa ¿quedamos?- , sin pensarlo dos veces me contestó que sí.

Llegué a “La Violeta”, otro sitio gay, ¿cómo no?. Me dio buena impresión su puntualidad, pues ya estaba allí y muy diferente a la noche anterior, ahora vestía con pantalones de pana marrones, una camiseta bien ajustada y cubierta por una camisa de franela abierta; me encantaba, era estar viviendo una fantasía, y me asustaba la idea de verlo todo tan perfecto, -en algo debía haber un error-, pensaba. Me recibió con dos besos en las mejillas que me abrumaron, incluso llegué a notar el calor en la cara, pero no pasaba nada; por decirlo de algún modo, eso era lo más discreto que se podía ver en “La Violeta”; nos sentamos y empecé a sentirme muy a gusto con él; me alegraba de tal manera que entregué de lleno a él, es decir, le aceptaba todos los planes que me ofertaba y asentía con la cabeza en todas las historias que pueden contarse en una primera cita. Su conversación era muy íntima, Miguel igual te hablaba de la situación política actual, que su secreto personal más íntimo; -¿te pido yo?-, me dijo, y, ¿cómo no?, le asenté con la cabeza, me pidió un “Bloody Mary”, nunca lo había visto, -es vodka con zumo de tomate, al principio puede resultar chocante, pero muévelo bien y bébelo a pequeños sorbitos, te gustará, confía en mí-, así lo hice, supongo que el sabor de aquel “Bloody Mary” estaba muy condicionado por la persona que me lo ofertaba pero, igualmente, me encantó.

Siguió la conversación hasta límites extremos en la intimidad, y no me pesaba, me sentía tan bien con él, que se lo habría contado todo. Hay que entender que la situación era muy especial para mí, la primera vez que salía con un tío que de verdad me gustaba, le veía tan parecido a mí y tan cercano que desde aquella tardé sentí que sería él y no otro, con el que compartiría mi vida. Una amiga me dijo: -elige a una persona y lucha por ella- , yo ya había elegido a la persona, en ese momento la duda era si él también me había elegido a mí, todo parecía indicar que sí. Aquella tarde sentí la verdadera felicidad, la maravillosa sensación de estar en el camino correcto y de sentirse de verdad recompensado por la vida pasada, estaba feliz. ¡Por fin la gran propuesta!, me invitó a ir a algún sitio donde estuviéramos a solas, le propuse mi piso. A medida que nos acercábamos, iba sintiendo con más fuerza un cariño muy especial por Miguel. Cuando llegamos le serví una copa de vino y preparé otra para mí; entre el sabor de aquel vino y la gran atracción que sentía por Miguel, parecía un sueño, un sueño que no dejaría escapar nunca. Nunca me había sentido tan feliz y, a la vez, tan seguro con un hombre.

La situación se fue caldeando hasta que se me acercó y nos fundimos en un besó, no un simple beso, sino un buen beso que me llegó al alma. Empecé a sentirme excitado, me notaba caliente, deseoso de llegar a la última consecuencia de aquella mágica relación. Me quité la camisa y él hizo lo mismo, me quité el pantalón y siguió imitándome, me quedé en ropa interior pero él no. Al verlo desnudo me sentía abrumado, no era la primera vez que veía a un hombre desnudo, pero nunca antes había estado en una situación tan íntima con otro varón. Me propuso quitármelos y me quedé helado, no sabía qué hacer, no hizo falta pues hábilmente con la boca me bajó aquella insignificante prenda que aún me quedaba puesta. El gesto dejó al descubierto la enormidad de mi sexo en su totalidad, seguidamente desprendió un suspiro ahogado de placer y percibí como sus pupilas, totalmente dilatadas, estaban clavadas en mi entrepierna. Tras un tiempo de silencio, retomó el liderazgo de la relación y me invitó a reclinarme en la cama. Seguidamente pasó a lamer la punta de mi pene delicadamente mientras que con una de sus manos se masturbaba. A los pocos minutos la delicadeza de su lengua dio paso a su boca que, con fuerza, me succionaba. Levanté la cabeza y, la escena de su cara hundiéndose en mi negro vello púbico, hizo que un calambre helado me recorriera la espalda, sorprendido por sus oscuros ojos clavados en los míos.

Con un “¡ahora me toca gozar a mí!” me obligó a ponerme a cuatro patas; dulcemente me masajeó el ano con los dedos impregnados en vaselina con olor a fresa, ¡me encantó!; tras esto, me propinó unos cuantos cachetes en el trasero hasta que se tornó rosado. No se anduvo con más rodeos y comenzó a penetrarme. Puso la violácea punta de su tallo contra el esfínter, prieto todavía, y noté una gran presión dolorosa que se trasformó en placer cuando llevó su mano a las dos bolsas que me colgaban para darme placer. Llegó el momento en el que las enormes sacudidas contra mi culo me hicieron trotar sobre la cama como si me estuviese cabalgando, era todo pasión, lujuria, hasta que eyaculó en tres pistonazos que sentí perfectamente dentro de mí con todo su ardiente tacto.

Extenuado sobre la cama, me quedé mirándolo, sonriente, feliz, eufórico. Él no me correspondía, estaba serio, triste, percibí que algo malo iba a decirme. En efecto, aquella expresión quería decir algo negativo, me preguntó qué me había parecido la experiencia pero no contesté nada, solamente le miré y sonreí de nuevo. Su reacción fue como un puñal afilado que se me clavó hasta lo más hondo de mí, me pidió que me cuidará y terminó con un “¡que te vaya bien!”.

No volví a ver más a Miguel, pero él es el protagonista de todos mis sueños más eróticos. He conocido a más personas desde su desaparición, mas nunca jamás viviré la pasión y el amor que sentí por Miguel.

Y hoy como cualquier Mayo, me hace evocar el calor que tuve con Miguel como el ardor que me recorre el cuerpo cuando el sol entra hasta mí por la ventana. Para mí el calor es Miguel que viene hasta mí, a fundirse conmigo, a ser dos en uno, como fuimos uno aquella vez. Siempre será él, siempre Miguel.

 

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