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Entre mis dedos | Relatos Eróticos de Autosatisfaccion

Publicado por Anónimo el 10/04/2025

Siempre he dicho que el mejor polvo es el que te echas tú sola. Nadie te conoce como tú, nadie te toca como tú, y desde luego, nadie tiene tanta paciencia como una misma cuando se calienta despacio.

Aquel domingo estaba sola en casa. Nada planeado. Ni brunch con amigas, ni citas, ni siquiera ganas de salir. Solo yo, una camiseta ancha, braguitas cómodas y un café con hielo en la mano. El sol entraba por la ventana y el ventilador daba vueltas perezosas en el techo. Calor en la piel, hormigueo en la entrepierna. Ya sabes, esa sensación tonta que empieza sin aviso y termina en desastre... o en gloria, si sabes lo que haces.

Me tumbé en el sofá. Sin pensar demasiado. Puse música suave, una playlist de esas que parecen hechas para follar despacito. Cierro los ojos. Dejo la taza en la mesa. Y ahí empieza todo.

Primero rozo mis muslos, despacio. Me acaricio como si no tuviera prisa. Me gusta jugar con los dedos por fuera de las bragas, frotarme sin quitarme nada todavía. Que el deseo vaya creciendo, que la tela se humedezca poco a poco. A veces, me bajo un poco la braguita solo para sentir el aire frío en los labios. Ese contraste entre el calor interno y el fresquito de fuera… uff. Brutal.

Mi clítoris ya empieza a latir. Lo noto. Es como si me llamara. Me acaricio encima, círculos suaves. Ni siquiera necesito ver porno. Estoy tan en mi mundo que me basta con imaginar. A veces me gusta pensar que alguien me mira, que hay un vecino espiando por la ventana. Que sabe que me toco, que ve cómo me muerdo el labio, cómo me retuerzo solo con un par de dedos.

Abro las piernas un poco más. Ya no soporto el roce de la tela. Me las quito. Estoy completamente desnuda ahora, tumbada como si me estuvieran esperando. Mi dedo se hunde lentamente entre mis labios, recojo el calor, la humedad, y empiezo a jugar en serio. Acaricio mi clítoris con la punta. Despacio. A veces aprieto, a veces solo lo rozo. Me cuesta contener los gemidos. Uno se me escapa, suave. Casi una risa. Porque me estoy volviendo loca. Porque me encanta.

Cambio de mano. Meto dos dedos dentro. Mojada. Caliente. Me muevo en círculos. La otra mano sigue en mi clítoris. El cuerpo entero se arquea. Cierro los ojos y me imagino en otro sitio. En la ducha de un hotel. En la sala de reuniones vacía de la oficina. En el coche, con la falda subida y sin bragas, mientras alguien me espera fuera sin saber lo que hago.

Aumento el ritmo. El calor sube. Los músculos se tensan. Me muerdo el puño para no gritar. Estoy ahí, a punto, en el borde.

Y entonces lo dejo.

Sí. Lo dejo.

Porque a veces alargar el deseo es mejor que correrse. Me quedo jadeando, con el corazón en la garganta, las piernas abiertas y temblando. Vuelvo a tocarme, pero esta vez con más rabia. Me castigo el clítoris como si quisiera castigarlo por hacerme sentir así. Me corro. Lento. Profundo. Con un gemido que parece un suspiro. La espalda arqueada. La boca abierta.

Y me quedo ahí. Sudada. Desnuda. Feliz.

El mejor polvo del mundo.

Entre mis dedos.

 

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