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La fiesta de empresa | Relatos Eróticos de Autosatisfaccion

Publicado por Pedro de Madrid el 30/09/2020

LA FIESTA DE LA EMPRESA:
Este es el relato de la realización de una fantasía y sus complicaciones. Somos Pedro y Luisa, un matrimonio de 34 y 30 años, casados desde hace casi 10 años. Soy profesor y mi mujer es una ejecutiva de una gran empresa de relaciones internacionales.
En las Navidades del año pasado, como cada final de año, la empresa de mi mujer realizó una gran fiesta con todos los empleados, fiesta que siempre termina en una cena y su correspondiente remate en una discoteca. Pues bien, como mi mujer no suele beber se unió a su compañera Carmen para bailar. Y eso llevó a tomar una copa… luego otra….ya sabéis. Total que al final de la fiesta las dos, como tantos otros, tenían una buena “chispa”, así que su amiga llamó a su marido Ángel para que las viniera a buscar y luego llevarlas a casa. Y así fue. Lo que pasa es que el marido pensó que era mejor que subieran las dos a casa para que se despejaran un poco.
Luisa vestía un traje de noche muy escotado, con una abertura en el centro que le llegaba casi a medio muslo. Y Carmen otro vestido de fiesta igual de escotado, pero corto. Las dos espectaculares, según mi mujer. Me llamó para decirme que luego la llevarían a casa, pero que iban a “tomar la última en la suya”. Así que me relajé, me acosté y me dormí.
Hacia las 8 de la mañana Luisa entró en casa y fue al dormitorio. Venía hecha un desastre y con cara de pena. Me pidió perdón y yo le pregunté que por qué. Y ella se quitó el tanguita que llevaba y me lo mostró. Estaba húmedo y lleno de una buena corrida. La pregunté que qué era eso y me confesó que, tomando copas y con música lenta, habían estado bailando en casa de su amiga Carmen y Ángel. Que ellos empezaron a morrearse y a meterse mano y que terminaron follando en el sofá. Que su amiga la había atraído hacia ellos y que, casi sin darse cuenta, estaban desnudos los tres. Que la pareja había empezado a follar y que ella se había excitado, así que cuando el marido la metió mano, se dejó. Se morrearon los tres. Y cuando se quiso dar cuenta estaba follando con Ángel. Que estaba tan caliente que eso la excitó más. Así que cuando ella se corrió, el marido de su amiga lo hizo también. Habían follado a pelo y se habían corrido, primero su amiga y luego ella. Y que el marido terminó en ella. Que luego se dieron cuenta de lo que habían hecho y que se habían vestido y la habían traído a casa.
Yo me imaginaba la escena y, desnudo como estaba, me empalmé. Luisa y yo siempre fantaseábamos con follar con otra pareja de confianza para poder corrernos a pelo y dentro, por el morbo que eso nos daba. Así que, empalmado como estaba, hice que se desnudara y se acostara. Dije que no pasaba nada. La pregunté si se había corrido con Ángel y me dijo que sí, que al correrse él no pudo aguantar y se corrió en su coño.
Empecé a acariciar su coño mientras la preguntaba si la había gustado la polla de su amigo, qué cómo la tenía. Que si follaba bien. Ella se excitó de nuevo al ver que no me enfadaba y se recreaba en los detalles. Me contó que primero la había besado mientras follaba con su mujer. Que luego la había comido el coño mientras su mujer le comía a él la polla. Y que terminó montándola y metiéndole la polla hasta los huevos. Que cuando sintió su rabo dentro perdió el control y folló con él a gusto hasta que se corrieron los dos.
Yo estaba excitadísimo, así que mientras hablábamos se la metí y empecé a follarla. Me imaginaba cómo se la habría follado su amigo y eso me la ponía durísima porque Luisa y yo siempre fantaseábamos con follar con otra pareja a pelo. Para poder corrernos en la confianza de que no había riesgos. Así que después de un rato, no mucho, nos corrimos recordándolo. Y sin más, desnudos y sin lavarnos, nos quedamos dormidos hasta media mañana.
Nos levantamos, nos duchamos y, desnudos, desayunamos. Luisa me preguntó si estaba enfadado. La contesté que no. Que me había excitado. Lo único que me fastidiaba es que no me lo hubiera dicho. Que seguro que se lo hubiera permitido por el morbazo que eso me producía. Esa misma mañana, su amiga Carmen la llamó para saber cómo había reaccionado yo. Luisa se lo contó y por su cara noté que su amiga se había tranquilizado. Quedaron en que el próximo sábado nos visitarían para pedirnos perdón por todo lo que había pasado.
Los días pasaron rapidísimos. El sábado, a media mañana, llamaron al timbre. Luisa les abrió y al rato entraron en nuestro piso. Yo conocía a Carmen, pero no a su marido. Él presentó sus disculpas diciendo que la culpa la había tenido el alcohol y la fiesta. Y yo le contesté riéndome que no, que la culpa es lo buena que estaba tanto mi mujer como la suya. Luisa vestía, a propósito, una minifalda minúscula y una blusita casi transparente que permitía ver que no llevaba sujetador y que se le notaban los pezones. Y Carmen un vestido parecido hasta casi las rodillas pero con una abertura delante central casi, casi hasta las bragas. Tampoco llevaba sujetador y su camisola desabotonada por debajo de sus tetas lo que dejaba vérselas casi al completo en cualquier movimiento. Y tuve la certeza de lo que pretendían. Compensarme.
Comimos en el salón y hablamos con sinceridad de las fantasías de todos. Ellos deseaban hacerlo con un matrimonio de la máxima confianza y, al saber que nosotros también lo imaginábamos, se relajaron y la relación que siguió fue completamente diferente. Ahora distendida y afable hasta el extremo de que, al servir unas copas, Carmen me besó en la boca delante de los otros y me dijo: “Gracias Pedro”. Y se abrazó a mí completamente. Yo la acaricié la cintura y casi la mitad de su culo. Noté que no había rechazo. Supe que aquello era el comienzo de otra cosa.
Luisa y yo ya habíamos comentado la situación y estuvimos de acuerdo en que podíamos culminarla. Así que ella se sentó en la butaca, frente a Ángel y su minifalda subió hasta arriba. Y Luisa separó los muslos lo suficiente para que Ángel viera que no llevaba bragas. Yo me senté en el brazo del sillón, puse mi mano sobre los hombros de mi mujer y dejé que llegara hasta su pecho. Se lo acaricié. Noté que el pezón se le ponía duro y se la saqué de la camisa ante nuestros invitados.
Al verlo Ángel abrió la camisa de Carmen y dejó al descubierto sus pechos. Mirándome me dijo: “Pedro, ¿Qué te parecen las tetas de Carmen? A que son maravillosas?” Y le contesté que sí y le dije: “¿Por qué no cambiamos de asiento y yo me siento con tu mujer?”. Ni contestó. Se levantó y ya se le notaba que se estaba empalmando, y se acercó a Luisa se sentó en mi sitio y los dos se besaron en la boca.
Yo me puse entre los muslos de Carmen, bajé su tanga y acerqué mi boca a su coño. Ella separó las piernas y me acariciaba la cabeza diciéndome: “Cómetelo, Pedro, es todo tuyo. Puedes hacer con él lo que desees”. Me lo estuve comiendo un rato, hasta que noté su calentura. Volví la cabeza y vi a Luisa sentada mamándole la polla a Ángel. Una buena polla dura como una piedra y mirando al techo.
Me puse en pie y les dije: “¿Por qué no vamos al dormitorio? Estaremos más cómodos. Y allí fuimos. Cada uno abrazado a la mujer del otro y desnudándolas por el camino. Ellas se quitaron el resto mientras nosotros nos quedábamos completamente en pelotas. Los dos empalmados. Ángel me mira y me dice: “Pedro mi permiso para metérsela a mi mujer a pelo y correrte dentro como yo hice con tu mujer. Podéis follar a gusto”.
Yo le contesté que estábamos iguales. Que podía correrse dentro. Que quería que mi mujer se corriera con él a gusto follando como siempre habíamos imaginado.
Vi a Ángel entre los muslos de Luisa. Ella le cogía la polla y se la llevaba al coño. Vi cómo la cabeza de su picha iba entrando en el coño de mi mujer hasta los huevos. Cómo se tumbaba y se abrazaban y cómo empezaron a morrearse y a follar.
Carmen estaba al lado, bien abierta de piernas. Hizo lo mismo que Luisa, cogérmela y llevársela al coño. Se la fui metiendo despacio. Me tumbé encima y empecé a follármela. Nos besábamos y nos acariciábamos. Sus tetas en mis manos, mi polla en su coño. A pelo. Uffff.
Fue una tarde larga y maravillosa. Supe que esta vez los cuernos los había ganado yo. Y los cuatro nos corrimos a gusto, dos veces. No les dejamos marchar. Nos duchamos y preparamos una cena improvisada. Los cuatro desnudos. Cada uno acariciando y besando a la mujer del otro. Luego bailamos desnudos en el salón con una música suave. Eso nos permitió disfrutar a gusto del intercambio y de vernos hacerlo. Y cuando ya estábamos con una sensación de dolor de huevos por el deseo y el morbo, nos fuimos a los dormitorios. Luisa y Ángel al nuestro y Carmen y yo al de invitados. Dos polvos más, uno al anochecer y otro al amanecer, remataron un día maravilloso.

 

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