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Masturbación femenina. Una mujer viaja en el tren | Relatos Eróticos de Autosatisfaccion

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Hoy había comenzado su nuevo trabajo. La jornada había ido realmente bien y ya volvía a casa. La oficina donde trabajaba estaba a una hora de viaje en tren, pero eso no le disgustaba, aprovecharía el tiempo del trayecto haciendo algo que le encantaba: escribir.

Se sentó al lado de la ventana, en la dirección del tren, como le gustaba. Sacó su bolígrafo y su bloc recién comprados y se dispuso a escribir un mini relato, algo para acostumbrarse a escribir en el tren. Por primera vez escribiría rodeado de gente y no en la soledad de su hogar.

Durante el primer cuarto de hora no se le ocurrió nada, ni una mísera idea llegaba a su mente. Quizá, pensó, lo mejor será comenzar por una historia corta, algo sencillo. Algo erótico estaría bien. Sí, las historias eróticas siempre se le habían dado bien. Comenzó a escribir:

Una chica joven subió al tren. Se sentó al fondo del vagón, que iba prácticamente vacío. Se llamaba Penélope, un nombre largo pero que le encantaba. Llevaba el pelo muy corto y teñido de rosa eléctrico, que destacaba junto a su paraguas amarillo. Era delgada y alta, de firmes pechos y trasero prieto. Como único acompañante, un libro: Justine.

Tenía media hora de camino, así que se dispuso a leer con tranquilidad y disfrutando de las fantasías del divino marqués. Al cabo de leer cuatro párrafos, comenzó a ponerse terriblemente húmeda. Siempre se ponía cachonda leyendo libros del marqués, pero nunca hasta llegar al extremo actual. Necesitaba algún alivio, si no no lo podría soportar.

Comprobó que nadie la mirara, como efectivamente sucedía. Separó ligeramente las piernas y se levantó un poco la minifalda que llevaba. Con la mano izquierda buscó la tira de las bragas y estiró. Levantó el trasero para liberar las bragas y se las quitó hasta las rodillas. Rápidamente, se ayudó con la otra mano y se las quitó por completo, guardándolas en el bolso.

Para disimular mínimamente se puso el bolso a un lado y con la mano derecha aguantó el libro encima de su regazo. Metió la mano izquierda por arriba de la falda lentamente, jugeteando previamente con los rizos del pubis, hasta llegar a su chorreante coñito.

Primero se acarició los labios, haciendo leves internadas en el chochito. Después, cuando creyó oportuno metió un par de dedos y los movió formando imprecisos círculos. Luego, pensó que ya era el momento de atacar al clítoris, el botón del placer. Lo apretó y acarició, provocando sucesivos orgasmos que trató de disimular como pudo, sin exhalar ningún gemido ni ningún gesto comprometedor.

Cuando terminó sacó disimuladamente la mano de dentro de su falda y dirigió la mirada a la ventana. Se acercaba su parada. Guardó el libro en el bolso, se colocó bien la falda y se levantó.

Bajó del tren con los pómulos enrojecidos por el placer conseguido y, por qué no, también por un conato de vergüenza por el qué hubiera pasado si la veían. No obstante, esperó a que el tren se fuera y se quedó despidiéndole por unos minutos, pensando en lo que había sucedido. Tapó el bolígrafo y contempló las líneas escritas. No estaba mal para ser su primer escrito en público. El tren paró y miró la estación. Sólo quedaban dos paradas. Observó a la gente que bajaba y, entre la multitud caminante, una chica se quedó parada mirando el tren. Llevaba el pelo muy corto y teñido de rosa eléctrico, que destacaba junto a su paraguas amarillo. Era delgada y alta, de firmes pechos y trasero prieto. En su rostro, una mirada de vergüenza y extraña satisfacción. Y los dos pómulos enrojecidos.

 

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