Relatos Eróticos Autosatisfaccion
Piecitos de mi vecina | Relatos Eróticos de Autosatisfaccion
Publicado por Vecino el 09/06/2025
Tenía yo unos 26 años. Y justo a un lado de mi casa se había mudado una familia que pronto se volvió parte de mis fantasía. La mamá, su hija de unos 23 años, un hijo de unos 4 o 5, y mi Yuri, 19 recién cumplidos. Morena, bajita, de no más de 1.55, con una carita tan tierna como traviesa. Sus facciones eran finas, delicadas, su sonrisa casi parecia inocente… pero su cuerpo, escondido la mayoría del tiempo bajo ropa suelta, aunque era delgadita tenía curvas que no podía dejar de imaginar.
Cuando llegaba del gimnasio, a veces con sudadera ancha o pantalones flojos, no dejaba ver mucho. Pero los días que usaba ropa más pegada, le daba de golpe a mis ganas. Sus pechos apenas marcados, una cintura diminuta y unas pompis redondas, paraditas, que parecían pedir unas nalgaditas. Pero lo que realmente me enloquecía eran sus pies. Pequeños, morenitos, con las uñas siempre pintadas de blanco. Me obsesionaban. Cada vez que la veía en sandalias, deseaba tenerlos entre mis manos, en mi cara, en mi boca.
Debo decir que cuando más la veía bonita, llamativa e inalcanzable, provocandome fantasías, era cuando la veía por las tardes y noches echando novio afuera de su casa.
Una tarde lluviosa, llegué a casa y la encontré afuera, en una banca que tienen afuera de su casa, con su hermanito. La lluvia ya había comenzado a molestar, y sin pensarlo, les dije que pasaran a mi casa a cubrirse. Ella aceptó con esa sonrisita que sabía usar bien. Entramos, y de inmediato le prendí el Xbox al niño, para poder platicar con ella tranquilo.
Yuri traía jeans pegaditos que se aferraban delicioso a sus piernitas pero más a ese culito redondo. Un suéter gris muy grande, de esos que caen por un hombro y le daban un aire aún más dulce., la hacían ver más pequeña y tierna. Y unas sandalias con tiras transparentes que dejaban ver perfectamente sus deditos mojados. Me costaba trabajo mirarla a los ojos sin que se me fuera la mirada a sus pies.
—Tienes los pies mojados! —le dije, con una sonrisa que no podía esconder mi intención.
—Sí… un poquito —respondió bajando la vista, pero sin esconder esa chispa en la mirada.
La invité al cuarto de al lado, donde tenía toallas. El niño ya estaba bien clavado con el videojuego, así que ella no dudó. Cerré la puerta y busqué la toalla, pero mi mente ya no podía pensar en otra cosa.
—Siéntate... - le di una toalla y le dije
--Mientras yo seco tus sandalias —me ofrecí.
Ella levantó su pie sin decir una palabra, y cuando se la quitó, quedé hipnotizado. Tenía los dedos un poco fríos, mojados, perfectos. Acerqué su sandalia a mi cara, sin poder evitarlo. La olí. Era una mezcla de plástico, humedad, y un aroma sutil a perfume o crema, como frutas... Me volví loco.
La miré un segundo y me dijo
-Sabía que te gustaba. Ni sorpresa, ni rechazo. Solo siguió mirandome, seria, como esperando algo.
Me incliné sin dudar. Le besé los dedos. Uno por uno. Lamí suavemente el arco de su pie, su talón, y cuando llegué entre sus deditos, ella suspiró bajito. Levantó el otro pie y lo puso cerca de mi cara. Me estaba dando permiso. Me estaba entregando esos pies que tanto había deseado.
Seguí besando, lamiendo, perdiendo la razón. Su respiración era cada vez más agitada. Le desabroché el botón del pantalón y comencé a bajárselo con calma, sin quitarlo por completo por si el niño interrumpia. Ella se levantó un poco y dejó que lo hiciera.
Me lancé como con hambre. La lamí sin prisa, lento, primero sobre su tanguita negra, después sintiendo cómo se movia al contacto de mi lengua. Ella se ponía la mano en la boca y sólo me veía, como si no creyera que por fin hice algo por cumplir mi fantasía. No tardó en soltarse y poner sus manos en mi cabeza para jalarme hacía ella y gemir muy bajito.
Después, sin que yo dijera nada, estiró sus piernas y me ofreció de nuevo sus pies. Puso el izquierdo en mi boca, y el derecho comenzó a moverlo entre mis piernas, sobre mi pantalón y yo no podía aguantar más... Desabroche mi pantalón y con su pie me ayudó a bajarlo. Me quito el pie de la cara, y me hizo un footjob que todavía recuerdo como el mejor. Esos dedos morenitos, suaves, resbalando por mi verga ya al borde del explotar...
No aguanté mucho. Me vine con fuerza, directo en sus pies, cubriéndolos de lechita caliente. Ella sonrió. No se limpió. Solo se puso las sandalias de nuevo, dejando que todo quedara ahí, embarrado entre sus deditos. Se subió el pantalón y salimos del cuarto como si nada. Su hermanito apenas se dio cuenta de que nos habíamos ido.
Yo no podía dejar de mirar sus pies mientras ella cruzaba una pierna sobre la otra, jugando con las sandalias llenas, moviendo los dedos con mi leche y dejando colgar las sandalias de sus dedos embarrados, como si no se cansara de provocarme. Platicamos y nunca quite mi mano de sus piernas, sobre el pantalón pero como lo disfrutaba.
Platicamos un poco de lo que pasó, y me dijo que me dejaría jugar con sus pies cada que se pudiera.
Un rato después, sonó su celular. Era su mamá. Había llegado a casa y ya tenían que irse.
Cuando se fue, me dijo si al otro día le había favor de llevarla a la escuela, claro que acepte. Me despedí de ella, la choque con el niño y los acompañe a la puerta, salude de lejos a su mamá, y vi a mi morenita irse a su casa, la lluvia mojando sus pies de nuevo y yo quedándome con ganas de secar sus pies otra vez... Lo mejor es que si siguió pasando, pero ya luego lo escribiré