Relatos Eróticos Fantasias
El calor de un amor en un bar | Relatos Eróticos de Fantasias
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Empuje la puerta verde y esta cedió sin apenas resistencia dejando paso a la penumbra. Caminé en dirección al trozo de barra que aunque mal aparecía iluminado. Al son de "To love somebody" me mantenía erguido y me sentía el blanco de todas las miradas que partían de la oscuridad. Miradas que una vez que examinaban al recién llegado y comprobaban su escaso interés desaparecían en el espacio.
Tiré del banco de madera y me senté, los pies me colgaron, había vuelto a suceder, elegí el lado al que le faltaba la traviesa, con un ademán ya habitual giré el asiento. Ahora sí pude apoyar los pies y adopté mi pose acostumbrada en aquella esquina de la barra, todo estaba volviendo a ocurrir.
En la esquina opuesta estaba ella, me había visto perfectamente entrar y se entretenía con algo que desde aquí no podía ver, espere, ella sabía que yo esperaría.
Observé la barra de madera, pulida a golpe de vidrio, en la que apenas se adivinaba por algunas esquirlas que un día estuvo barnizada. En cierto modo me recordaba a alguien.
El ambiente difícilmente se cargaba allí, el techo alto y el eterno ventilador que pendía de él contribuían a que esto no ocurriese, a pesar de las continuas humaredas y los efluvios de calor humano que emanaban de cada mesita. Esas mesitas, testigos mudos de tantas y tantas confidencias de amantes, verdades, mentiras, sentimientos, amores, desamores, cuantas y cuantas veces habían soportado el peso de tanta dignidad e indignidad humana.
Las escasas lámparas colocadas estratégicamente para no alumbrar cumplían a la perfección su cometido alrededor del local, solo permitían comprobar las mesas ocupadas interpretando los bultos presumiblemente humanos que pululaban a su alrededor.
Todo aquello me traía recuerdos entrañables, era feliz así , evocando sentimientos que podía paladear. Los que tenemos poco, con poco somos felices y esa sea, quizás, nuestra riqueza.
En ese momento ella me miró, era preciosa, sonrío de esa manera que sabía que me volvía loco, pausadamente, abriendo lentamente la boca hasta forzar una mueca perfecta, dejando asomar una dentadura blanca, lineal. La mejor compañera que podían tener sus labios gruesos, rojos y magistralmente dibujados en esa carita redonda de cutis suave, limpio y lindo.
Sus ojos verde claro - ¿o eran azules? - ¿ o azul verdoso? - Solo sé que aquellas dos maravillas confluyeron en mí, guardadas por hermosas pestañas morenas que erguidas y gruesas como lanzas me recordaban cierto cuadro.
Juliana, que así se llamaba, era una morenita encantadora de pelo corto, negro como el azabache y brillante como él. Su cuerpo era menudo pero compensado, de senos redondos bombeados hacia arriba, cuyos entresijos permitía imaginar perfectamente ese escueto suéter que los dibujaba, insuficiente para cubrir su cintura en la cual reinaba redondo, su ombligo, que descarado era la prominencia más acusada de un vientre liso y deseado.
Sus ojos seguían clavados en mí. Desde la oscuridad comenzó a avanzar. Sabía lo que quería y me lo iba a dar.
Sus caderas se mecían acompasadamente acompañando el ruido seco que hacían sus enormes tacones al golpear sobre la tarima.
Calzaba unos zapatos de media plataforma y tacón de vértigo que con ínfimas tiritas asían el pié, pequeño y compuesto por deditos cada uno de los cuales por separado era una obra de arte y en conjunto una miniatura propia de los mejores artesanos chinos.
Sus piernas delgadas pero fibrosas eran la mejor unión que se podía encontrar entre esos pies y la cadera en la que se adivinaba un pubis prominente que ella se encargaba de realzar con unas mallas ceñidas.
En la mitad de la barra estaba la otra, también de formas redondas y perfectas. Esperaba paciente, sabía que su turno llegaría.
Juliana continuo caminando hacia mí mientras su figura iba llenando todo el bar. Observé como en la mano izquierda llevaba un vaso largo todavía mojado, lo traía dando pequeños golpes de muñeca para acabar de escurrirlo, eran los primeros pasos del ritual. A partir de ese momento solo había dos personas en el mundo.
Se paró unos metros antes de llegar a mí, justo delante de la cubitera del hielo, su picardía no permitía que la sonrisa se fuese de sus labios.
Metió la mano en la cubitera, me gustaba que los cogiese con su mano, uno a uno los cubitos húmedos chorreantes se deslizaban por sus dedos e iban entrando en el vaso, desde aquí podía oír su zumbido al deslizarse por el cristal hasta acabar en un ruido seco, casi gutural.
Con ademán mecánico apartó el flequillo que caía sobre su rostro inclinado y fue a colocarlo tras su oreja, los aros plateados que colgaban de su lóbulo tintinearon.
Se volvió hacia la pared y la busco, estaba allí inmóvil esperando su turno. La cogió por el cuello y tiró de la botella, el liquido que contenía comenzó a moverse, al trasluz parecía como si el Whisky quisiera salir a empellones, pero su mano que aprisionaba el estrechamiento de la botella se lo impedía.
Por fin recorrió la distancia que la separaba de mí, las dos manos ocupadas, sin prisa, me lanzó un beso y yo sonreí. Sabía perfectamente que lo haría.
Puso primero el vaso encima de la barra, me miro sin decir nada solo quería cerciorarse de que yo estaba atento, con la punta de los dedos de su mano derecha cogió el borde del vaso y comenzó a hacer pequeños movimientos circulares, los cubitos se movían con musicalidad dando la sensación de estarse colocando cada uno en su puesto, sus dedos aún estaban húmedos y el vaso podría resbalar en cualquier momento, pero eso no sucedería ella sabía perfectamente lo que hacia.
Lo dejó reposar de nuevo, sacó la botella de Whisky y cogiéndola por el cuerpo la agitó un poco. Como dándola un pequeño masaje con los dedos índice y pulgar comenzó a desenroscar el tapón hasta que el irrellenable quedó liberado, la inclinó sobre el vaso pero apenas si salió un pequeño hilo de liquido - ella seguía sonriendo- bruscamente la agitó de nuevo, presionando en su punta la volcó para rápidamente volverla a su posición original. Ahora si, el líquido salió a borbotones chocando con los hielos y filtrándose entre estos iba a depositarse en el fondo, toda esta cantidad de movimiento se hacía acompañar de unos sonidos únicos e inconfundibles, produciéndose en mi un conjunto de sensaciones próximas al clímax.
Cuando el whisky llegó a su medida exacta (siempre la misma), el chorro cesó. Todo había terminado. Había vuelto ha repetirse una vez más. Aparté la mirada del vaso, y busque sus ojos, algo ocurría, la expresión pícara no había desaparecido.
Sus gruesos labios rojos comenzaron a abrirse y lentamente de entre ellos comenzó a asomar descaradamente un cubo de hielo totalmente transparente a la vez que las gotas de agua humedecían la carne enrojecida que aprisionaba aquel trozo de agua congelada. Tras esa masa translúcida podía adivinarse su lengua que sujetaba el hielo para que este no fuese a parar dentro de su boca, era prodigioso como había permanecido todo este tiempo allí sin delatarse.
Con una especie de succión inversa el hielo fue a parar al vaso chocando con el resto y salpicando algunas gotas de Whisky que fueron a caer en la barra. Paso la lengua por sus labios recogiendo los restos de líquido que quedaron en ellos y tras saborearlos un instante tragó.
Tomé y bebí un sorbo sin apartar la mirada de ella, que ya se alejaba. Había asistido impasible a toda la maniobra, no lo esperaba.
Juliana y yo llevábamos seis años de feliz matrimonio y nunca paraba de sorprenderme. La gente no se explica que puedo encontrar yo en ir, como voy cada día, a ver a mi mujer servir copas, creen que soy excesivamente celoso... y es que no se fijan.