Relatos Eróticos Fantasias

Insatisfacción | Relatos Eróticos de Fantasias

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

No os voy a contar la historia de mi vida porque, la verdad, sería un suplicio para gente tan simpática como vosotros. Pero se podría resumir en una sola palabra. Insatisfacción. Soy una mujer insatisfecha, lo reconozco. He probado infinidad de posturas raras, en sitios insospechados, con gente malformada, buscando quizá el punto de morbo que me llenara y me llevara a la excitación total. Pero hasta entonces no lo había conseguido. Soy una loca anorgásmica, lo reconozco. Ningún tío me ha hecho gozar, sentir ese escalofrío en mis entrañas que me hiciera gritar de locura y pasión. Son todos iguales. ¿Soy una misógina? Tal vez sí. Odio a los hombres. Me parecen simples, imperfectos, con el cerebro en la punta de la polla, con perdón si ofendo el mínimo sentido de autoestima que todavía le queda a algún tío despues de rebajarse ante nosotras para conseguir un polvo de 5 minutos. Patético.

Pero dejemos el tema. Os voy a contar una historia. Supongo que cientos de tíos babearán ahora mismo delante del monitor esperando oir las cosas raras que una tía desesperada por alcanzar un buen orgasmo puede hacer. Me da igual. Disfrutad ya que sois incapaces de conseguir que yo lo haga con vosotros.

Yo estaba en mi coche parada al borde de la carretera. El sitio era oscuro, ideal para que algún pervertido o violador intentara satisfacer sus asquerosas necesidades conmigo. No importaba. Quizá eso me diera el placer que aún no había conseguido. O quizá algún rudo y peludo camionero se parara a auxiliarme y terminara la faena que yo estaba empezando. Mientras esperaba, me entretenía hurgando con mi dedo en mi coñito pensando en todas estas posibilidades mientras contemplaba con abstracción la preciosa luna que asomaba por el horizonte. Con las piernas abiertas, mi mano abultaba sobre mis braguitas y metía y sacaba mi dedo con fruicción mientras acariciaba mi clítoris con el pulgar. pero lo único que conseguía con esto era ponerme perdida entre mis propios jugos, eso sí por suerte bastante abundantes. La Naturaleza me había premiado con una adecuada lubrificación para mi ardiente coñito pero a cambio me había dotado de una exigencia fuera de lo normal en lo referente al sexo. El olor a coñito, a excitación, se extendía en el interior de mi coche, mientras esperaba mirando a las estrellas.

Absorta estaba en estos pensamientos cuando de repente una luz inesperada inundó el oscuro lugar y un extraño zumbido me dañó por un instante los oídos. Pensé que podría ser un helicóptero de esos ultrasilenciosos. ¿Pero que coño hacía un aparato de esos en medio del campo a esas horas? Quizá un aguerrido policía viniera a socorrerme y me intentara penetrar con su porra viendo el lamentable estado en el que me encontraba.

No, no era un helicóptero. ¡No podía creerlo! Era uno de esos platillos volantes como los de las películas que aterrizaba a unos doscientos metros de donde yo me encontraba. Como en las películas una extraña compuerta se abría y observé como un ser salía de el aparato y se acercaba a mi coche. Era enorme. De unos dos metros y pico de altura y se acercaba a mí normalmente, como lo haría cualquier ser humano. Me sacó del coche, todavía permanecía con la mano em mi coñito, pero el movimiento en él había parado ante la sorpresa. Saqué la mano de mi braga instintivamente y me miró fijamente a los ojos. Tenía unos ojos extraños, grandes, profundos de un color azul-grisáceo. Con esa enorme claridad que emanaba de la nave lo podía observar perfectamente. Su cabello plateado y ondulado le daba un aspecto demasiado avejentado para lo que la tersura de su piel demostraba. Sus labios suaves y carnosos emanaban una sonrisa tranquilizadora que relajaba.

Me cogió mi aún húmeda mano. Su piel era suave y tersa como la de una chica. Me llevó suavemente a la nave mientras yo me dejaba arrastrar anonadada, como hipnotizada por su mirada. Una vez en la nave me llevó a una sala con una especie de camilla en el centro. Me tumbó allí y empezó a desvestirme con presteza. Yo alucinaba y me dejaba hacer. De repente me encontraba allí, totalmente desnuda sin reaccionar, aturdida.

Me observó sin dejar de sonreir. No emitió una sola palabra. ¿Aquello era un hombre o una mujer? No podría decirlo. Sus facciones eran ambiguas. Tenía una enorme belleza, pero su belleza era una especie de mezcla de sensual belleza y delicadeza femenina y al mismo tiempo aspecto masculino. No tengo palabras. Llevaba una especie de túnica de una sola pieza y observé como se despojaba de ella. Observé su desnudez.

No tenía asomo de vello en todo el cuerpo. En realidad no había ningún detalle destacable en su anatomía. No tenía ningún organo sexual visible. Simplemente un cuerpo liso y blanco. Estaba alucinando. No tenía pezones, nada. Pareció adivinar mi curiosidad, y como si leyera el pensamiento unos pechos empezaron a formarse ante mi atónita mirada. Crecían y crecían. Veía como se iban formando. Redondos, preciosos, y los pezones despuntaban al horizonte rígidos. Creo que me tomaba a mí como ejemplo y me imitaba. No sé. O a lo mejor sabía como me gustaban. No pude resistir la tentación de tocarlos. Eran firmes, duros, altivos.

Estaba convencida. Me leía el pensamiento. Sus pechos eran exactamente como yo deseaba. Era algo increíble. Subió a la camilla y empezó a acariciar mi cuerpo. De una forma que jamás hombre o mujer lo había hecho. Cada centímetro de mi piel era sensualmente explorado. Cada vez que las yemas de sus dedos rozaban casi imperceptiblemente mi piel, una descarga eléctrica recorría mi cuerpo. Se dió la vuelta y se colocó sobre mi cabeza entre sus dos piernas. Allí no había nada. ¡Era neutro! No había ni ano, ni genitales. Nada. Pero eso tenía arreglo. Deseé que un maravilloso y precioso coñito apareciera ante mis ojos, y en un segundo se empezó a formar. Era perfecto. Rosadito, húmedo, jugoso. Con un clítoris enorme. Sus labios eran apetitosos, carnosos, abiertos. Aquello era lo que cualquiera podría desear. Con sólo desearlo aparecía ante tus ojos. Por primera vez yo jadeaba de emoción.

Metí mi lengua en su coñito. No sabía a nada. Deseé que supiera a miel y enseguida su fluído apareció dulce y apetitoso en mi boca como si la mejor miel saliera de su interior. Mi lengua lamía su interior con fruicción. Jamás había comido un coñito con sabor a miel. Al menos con ese sabor sin haberlo untado antes. Empecé a pensar en muchos sabores, y cambiaba en cuanto lo deseaba. Fresa, chocolate, vainilla. Aquello parecía una máquina de helados.

¿Y si cambiaba de sexo? Pensé en un miembro enorme, precioso. Y volví a observar como todo volvía a su forma original y se formaba una enorme y sugerente polla ante mis ojos. Era grande, de 30 centímetros y muy gruesa. Todo lo que deseaba se hacia realidad. ¿Y por qué sólo una? En el lugar donde deberían ir los testículos apareció una segunda polla de igual tamaño pero un poco más fina. Metí las dos en mi boca como pude. Estaban en completa erección y llenaban toda mi boca. Como me sentía algo incómoda noté como se ajustaban a mi boca en cuanto lo deseé. Aquello era increíble. Mi imaginación no tenía límites. En lugar de culo deseé el mismo coñito de antes y ahora tenía dos pollas y un coñito. Increíble. Cogí la polla inferior y la introduje en su coñito. Era moldeable. Y observé que entraba en su totalidad. Aquel coñito parecía que no tenía un tope. cuanto más grande hacía la polla más se metía. Aquella polla tenía ya como 50 cm y seguía introduciendose en aquel coñito sin límites.

"Fabriqué" otro coñito encima de la otra polla, en la zona del pubis e hice lo mismo. Aquello era lo nunca visto. Parecía un sueño. En ese momento deseé que me penetrara con esa polla de 50 centímetros. Un placer enorme me embargó. Mi coño estaba al máximo e hice lo mismo con la otra polla en mi culo. Los dos coñitos chorreaban sobre mí incesantemente un fluído caliente como si de una fuente inagotable se tratara. ¿que podía desear mas? Su boca desapareció de su cara y se conviertió en otra enorme polla. Y la metió en mi boca mientras sus pechos me acariciaban los míos como si de manos se tratara. Sus manos acariciaban mi cara. Aquello podía tomar la forma que yo deseara. Quiza solo tenía la forma que yo quisiera. Era una especie de camaleón. Y yo gozaba de placer. Su boca se convirtió en un coño cuando me cansé de polla. Y empecé a chuparlo de nuevo con avidez.

Ya no estaba insatisfecha. ¿Era aquello la respuesta a mis plegarias? Continúamos haciendo el sexo con desenfreno, como jamás antes lo había sentido. Era perfecto. Llegué a un orgasmo intenso. Y un sopor me invadió a continuación.

Me desperté a la mañana siguiente en mi coche. ¿Habia sido un sueño? No, allí había ocurrido algo de verdad, todavía se notaban las marcas del aterrizaje a doscientos metros. Arranqué y me dirijí en dirección a mi casa. A la noche siguiente él o ella fue de nuevo puntual a la cita...

 

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