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El mundo a sus pies | Relatos Eróticos de Fetichismo

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Desde que era bien pequeño, Marco siempre había sentido una extraña atracción por los pies de las mujeres que le rodeaban. Daba igual a quién pertenecieran, él siempre desviaba su mirada para fijarse en esos pequeños detalles de prematuro fetichista: el color de las uñas de los dedos, la curvatura del tobillo, el tamaño, el tipo de zapato y la cantidad de pie que dejaba al descubierto...
Su pasión, poco a poco se fue modulando y no sólo se conformaba en admirar y dejar escapar su mente por el infinito universo de los pies, sino que, enfermizamente, se agudizó su obsesión por las medias y panties femeninos, desechando todas las piernas y pies que no luciesen ese tejido sedoso que tanto realza sus admiradas extremidades femeninas.
Pasaba noches enteras masturbándose con las prendas robadas a su vecina, una oficinista cuarentona de muy buen ver en cuyo vestuario diario figuraban los panties y las medias, motivo por el que Marco siempre estaba pendiente para poder hurtar estas codiciadas prendas cada vez que su vecina tendía la ropa. Marco, en sus onanísticas imaginaciones soñaba con su vecina vestida para el trabajo, con una blusa blanca, una minifalda negra y embutida en unas medias transparentes de seda, calzada con unos zapatos de tacones infinitos, sujetados al tobillo por una estilizada correa. Imaginaba cómo se encontraba con ella en el ascensor y cómo ella se le insinuaba y le proponía que pasaran a su casa, donde, después de empujarle hacia la cama, le restregaba el tacón de sus todavía calzados pies por la entrepierna, dejando ver a su vez, el límite que sus muslos formaban con las medias. A Marco le volvía loco pensar cómo, después de quitarle lentamente los zapatos a su vecina, dejaría que sus pies buscaran frenéticamente su miembro, iniciando un suave masaje favorecido por el cálido tacto de los pies cubiertos por las medias.
En este punto, Marco ya conseguía vaciar todo el esperma sobre las medias de su vecina, iniciando una y otra vez el proceso que deseaba fervientemente que algún día sucediese.
En verano, Marco lo pasaba realmente mal, ya que, debido a la zona calurosa donde vivía, las mujeres dejaban en el fondo del cajón las medias para lucir al descubierto sus prendas.
Ese verano, Marco se tuvo que contentar con el aprovisionamiento de prendas robadas a su vecina durante el resto del año y con un regalo que le hizo mucha ilusión: un par de zapatos de su vecina de los que se había desecho porque le apretaban demasiado. Marco recordaba perfectamente uno de los días en los que vio a su vecina con éstos puestos. Eran realmente unas preciosas sandalias color morado que tan sólo había lucido una vez para una boda a la que Marco también había acudido por tratarse de un vecino del mismo bloque. Con su nuevo trofeo Marco pudo pasar feliz el verano, repitiendo el ritual nocturno de calzar su miembro con una media de seda e introduciéndola por una de las sandalias, proporcionándose unos masajes que le llevaban hasta la explosión seminal.
El otoño llegó antes de los esperado, pues una fuerte ola de frío inundó la ciudad donde vivía Marco y las mujeres volvieron a llevar medias y, especialmente, su vecina. Marco no sabía qué hacer para poder satisfacer su sueño de poder disfrutar en compañía de una mujer de su fetiche, hasta que un día en el que se encontró a su vecina en el ascensor le propuso que, pasara después del trabajo a su casa para tomar un café, invitación que ella aceptó gustosamente.
Marco pasó ese día pendiente del reloj, haciendo un inconmensurable esfuerzo de no masturbarse para poder estar en plenas condiciones en caso de que pudiera acceder a mantener una relación con su vecina.
Llegó la hora en la que su vecina accionó el timbre de la casa de Marco, el cual, apenas hizo esperar a su amor platónico. Su sorpresa fue infinita cuando vio la indumentaria de su vecina, vestida con un provocativo y corto traje de una pieza, dejando lucir unas bellísimas y largas piernas encorsetadas en unas preciosas medias color canela. Al final de sus piernas, coronando sus preciosos pies del 36, sus zapatos preferidos, unas sandalias color negro con correa alrededor de los tobillos. Marco tenía que hacer un fuerte esfuerzo para no desviar continuamente la mirada hacia los pies de ella. Le fascinaba ver cómo sus dedos emergían por la puntera de las sandalias, mostrando una breve línea de costura de sus medias de verano, suaves como la piel del melocotón.
Se sentaron en el cómodo sofá del salón de la casa y Marco fue a la cocina a preparar el café y conversación para alargar aquella deseada visita.
Cuando volvió a entrar al salón dispuesto a servir el café, vio cómo su vecina se estaba desabrochando una de las sandalias. La contemplación de esta escena parecía sacada de las fantasías de Marco. Él, servicial, le preguntó si necesitaba ayuda, obteniendo una respuesta afirmativa. Ella le explicó que, tras todo el día trabajando, le dolían mucho los pies y, si a Marco no le importaba, se descalzaría para estar más cómoda. Marco tomó con suma delicadeza el pie de su vecina, tratándolo como si se tratara del objeto más codiciado del mundo (puesto que para él así lo era).

 

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