Relatos Eróticos Fetichismo

Iniciacion de una novata | Relatos Eróticos de Fetichismo

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Estaba en el gimnasio, practicando ese ejercicio que nunca le salía bien y
del que iban a examinarla dentro de pocos días.
Las otras dos chicas entraron y se sonrieron maliciosamente la una a la otra
en cuanto vieron que María, la nueva, se encontraba sola.
María era ya mayor de edad, como las sucias compañeras que se le acercaban
por detrás, pero su aspecto era el de una chiquilla, y era lo que
a las conocidas lesbianas del Centro de Estudios más les gustaba: una
novata a la que iniciar.
Habían cerrado por dentro la puerta del gimnasio y se le acercaban por la
espalda. Cuando llegaron a su altura una de ellas le gritó para que saltara
como lo hizo.
Pese al sobresalto, María se mantuvo tranquila
Qué susto me habéis dado, ¿venís a practicar?
Sí, exacto, ¿cómo lo has adivinado?, venimos a practicar
contigo
Vale, me llamo María y soy nueva. ¿Cómo os llamáis
Pero ellas no querían presentaciones de ese tipo, tenían su propia tarjeta
de visita.
Tienes unas zapatillas de deporte muy chulas. ¿Qué número
calzas?
Un 37, respondió sin sospechar nada extraño ni siquiera en la
insistencia con que las dos chicas le miraban el calzado.
Yo calzo el mismo número, ¿por qué no te las quitas y me dejas que me
las pruebe?
La otra sonrió, y repitió: Eso, que las pruebe, buena frase, yo
también quiero probar
Pero María seguía sin ver lo que estaba pasando: Ahora tengo que
practicar la voltereta lateral, luego...
Luego no, ahora, quiero que te descalces ahora mismo. ¿De qué color
llevas los calcetines
Advirtió la amenaza que había en la voz de la que hablaba y en los ojos que
la recorrían ya sin disimulo, de abajo arriba. Aún así contestó: No
recuerdo, creo que me he puesto unos con dibujos
También quiero ver esos dibujos. ¿Y tú, Marta, quieres ver esos
dibujitos?
Sí, Sonia, estoy deseando ver esos calcetines, y lo que hay debajo de
los calcetines
Mirar, no sé qué queréis, pero tengo que practicar, os pido que me
dejéis en paz, no quiero problemas con nadie, soy nueva, no sé de qué
vais
Esta chica además de nueva es sorda. Se lo voy a decir más despacio a
ver si lo capta- dijo- y después, silabeando lentamente repitió:
Queremos que te descalces, queremos que te quedes desnuda de tobillos
para abajo Y acabó en una fenomenal risotada.
Estáis locas, y sois unas gilipollas, no me asustáis, pero me
marcho
Marta, que no se vaya muy lejos
Y al instante Marta había saltado sobre María y la había sujetado del
cuello.
Trataba de zafarse del violento abrazo y se retorcía inútilmente.:
Suéltame, tortillera, paso de tías
Pero nosotras no, suéltala
Nada más verse libre de aquellos brazos trató de correr en dirección a la
puerta, pero las otras estaban esperándolo y se le colocaban siempre delante
mientras no paraban de repetirle: descálzate, enséñanos esos
piececitos del 37, no nos obligues a hacerte daño, descálzate,
tontita, y cosas semejantes.
María corrió hasta las duchas, allí no había dónde escapar más.
Sonia tomó de nuevo la palabra: Mira, no queremos dañarte, sólo
queremos jugar un poco con tus pies. Nos gustan los pies de nuestras
compañeras, conocemos el olor y el sabor de todas las que nos han
interesado, su tamaño, su forma, su suavidad, mmm, me estoy excitando. ¿Lo
entiendes? Tú sólo siéntate en el suelo y quítate las zapatillas y luego los
calcetines, muy despacio mientras nosotras nos vamos preparando. Y a
una señal, ambas comenzaron a desnudarse de cintura para abajo. Sin embargo
no se descalzaron, y la explicación llegó enseguida.
El plan es el siguiente: tú nos das tus pies desnudos y nosotras nos
masturbamos con ellos mientras nos quitas zapatos y calcetines y nos chupas
los deditos. Así nos gusta hacerlo. Y venga, que queda poco para la clase y
no queremos que nos jodas el chollo con tus remilgos. Descálzate de una
vez
María vio que era absurdo resistirse, delante de ella las dos chicas habían
empezado a acariciarse los muslos una a la otra y a juguetear con sus
lenguas mientras no le quitaban la vista de encima. Así que se sentó en un
banco y cruzó las piernas para hacer lo que le pedían.
Así, como una niña buena, despacito, que nos gusta el suspense
Se reían y le clavaban ansiosas las miradas.
María comenzó a desanudarse los cordones, primero de una zapatilla, luego de
la otra, y después se las quitó tan despacio como le habían exigido.
Mira, Sonia, qué calcetincitos más graciosos, sólo le llegan por el
tobillo. Levanta esta pierna, quiero olerlos
La muchacha obedeció y Marta se llevó uno de sus pies a la cara. Aspiró
profundamente sobre el calcetín mientras metía uno de sus dedos por debajo
de la prenda. María, al sentir el contacto en su carne, hizo un gesto de
rechazo y recogió la pierna. Pero el efecto no fue el que hubiera deseado,
pues Marta tenía el dedo que había introducido formando gancho, y al retirar
la pierna, el calcetín quedó sujeto a su mano, y el blanquísimo pie de María
quedó al aire..
La que parecía llevar el mando, abrió desmesuradamente los ojos.
Vaya, qué quesito más fresco y más blanquito tienes. No me quedo con
las ganas de liberar también al otro, y te lo voy a quitar con los
dientes
La chica se arrodillaba para coger en su boca el otro calcetín, y María
aprovechó el momento para empujarla y salir corriendo buscando la salida.
Pero una vez más fue un intento fallido. Marta era muy veloz, y mucho más
alta que ella y en dos zancadas la tenía de nuevo atenazada por el cuello.
Dejadme, por favor, no me gusta esto, dejadme y no se lo diré a
nadie, de verdad
Pero Sonia estaba enfurecida por el empujón recibido, y no escuchaba sus
ruegos.
Túmbala en la colchoneta Y la chica calló al suelo pataleando
y en un instante se encontró aprisionada bajo el cuerpo de Marta que le
apretaba los brazos con sus rodillas.
Cambio de planes,- amenazó la otra mientras le
atenazaba con fiereza el pie aún cubierto. Se lo introdujo en la boca, lo
mordió con furia y le arrancó el calcetín.
La chica gritó de dolor y de vergüenza, porque Sonia primero había vuelto a
morder, esta vez ambos pies desnudos, y ahora le estaba arrancando la parte
inferior del chándal.
Vas a notar mis dedos en tu coñito, y te va a gustar. No te
retuerzas, que me excitas más.
De un solo tirón le quitó los pantalones y las braguitas. Después se
descalzó con velocidad y ya le estaba restregando las plantas de sus pies
por su abierta rajita.
María gritó todo lo que pudo, pero de pronto notó que algo tapaba su boca.
Era uno de los pies de Marta, que se había descalzado a su vez con mucha
dificultad por la postura que seguía teniendo sobre los doloridos brazos de
la muchacha.
Chúpamelos, chupa mis dedos y deja de chillar, pequeña novata
Los pies de Marta olían mal y eso le produjo un gesto de repugnancia.
¿No te gustan mis deditos, niña escrupulosa? Ya veo, los tuyos en
cambio huelen muy bien, eres una chica muy limpia, eso me gusta ,
lamía y mordisqueaba como una hambrienta los pequeños dedos de la pobre
muchacha aterrada, que pedía entre sollozos que la soltaran.
La escena sin embargo aún fue larga. Ambas amigas se turnaban los pies de
María para introducírselos con frenéticas sacudidas en sus coños, y luego
les pasaban la lengua por las plantas, le mordían los tobillos, el empeine,
le acariciaban y retorcían los dedos. Otras veces eran ellas las que metían
sus pies desnudos en el chochito de María y se los pasaban por la boca
gritando que chupara.
Pero María se negaba a separar los labios. Y Sonia le gritó aún más fuerte:
Te has portado mal, muy mal. Pero voy a concederte tus deseos. No te
gustan las tías, ¿verdad?, pues tengo algo que sí va a encantarte. Manuel,
ya puedes salir.
Y ante el espanto de la pobre prisionera, surgió del fondo del gimnasio un
hombretón altísimo desnudo ya y con un enorme miembro en brutal erección.
Ya era hora, me la he machacado ya tres veces viendo vuestro
espectáculo. Abridla de piernas bien abierta, que me temo que ésta es
todavía virgen.
María se sacudía con todas sus fuerzas, gritaba que sí, que era virgen y que
no quería dejar de serlo de esa manera, prometía que lo olvidaría todo.
No, mi niña, esto te prometo que no lo vas a olvidar en tu puta
vida dijo el gigante y la sujetó de los muslos para separárselos aún
más pese a que ya las chicas la tenían sujeta de los pies, apoyada sobre el
cuello, de forma que María sintió que iban a partirla en dos.
El hombre metió profundamente dos dedos en su coño, los restregó un rato en
su interior, luego los sacó, se lo chupó y dijo: Rica, rica, es el
mejor bocado que me habéis traído, gracias, mis lesbianitas.
Inmediatamente apuntó su verga dura, nervuda, rocosa y de un golpe brutal la
introdujo hasta el fondo en el cuerpo de María, que sólo pudo lanzar un
lastimoso quejido al sentirse empalada.
Las chicas siguieron en su tarea implacable de pasar sus lenguas por los
pies de su víctima, mientras el salvaje bombeaba su polla con fuerza
descomunal dentro y fuera de aquel lacerado coñito.

Cuando despertó, se encontró tumbada sobre una colchoneta en el gimnasio.
Estaba vestida, calzada, sin dolor alguno. Una voz tranquilizadora le decía:
María, ¿estás bien?, te han encontrado desmayada aquí, tal vez una
mala caída mientras practicabas, no hemos querido moverte hasta que venga un
médico.
Estoy bien, estoy muy bien contestó María sonriendo mientras
no advertía la entrada de dos compañeras que se habían prestado rápidamente
a ayudar a la nueva.

 

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