Relatos Eróticos Fetichismo
La mujer de mi vecino | Relatos Eróticos de Fetichismo
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Vivo en un bloque de pisos donde habitamos cuatro matrimonios. Es una comunidad donde todos nos llevamos bien, pero, en especial, el matrimonio que vive enfrente nuestro y nosotros. Nos conocemos desde apenas hace dos meses, pero siempre salimos juntos los fines de semana, y algunos días de diario. Él y yo, además, somos compañeros de trabajo, pero he de reconocer que me llevo mejor con su mujer.
Es una chicha simpática, de unos 30 años, delgada, con pecho más bien pequeño, pero de cintura para abajo, el cuerpo mejora, ya que tiene un culo firme y apretado, y unas piernas como a mí me gustan, largas y macizas. La verdad es que, entre ella y yo, nos encargamos de amenizar las veladas de los cuatro cuando salimos por ahí, contando cosas graciosas y metiéndonos con todo el mundo. Su nombre es Eva, y el de su marido Emilio. El de mi mujer es Mari, y el mío Fran.
Sé que ella me gusta, nunca he intentado nada, porque la tengo como una de tantas mujeres que me gustan, sólo para eso, para mirarlas y contemplarlas. Yo no sé si a ella le gustaré, pero la verdad es que nos llevamos muy bien, y no hay día que no entre en mi piso a decirle algo a mi mujer.
Muchas veces, cuando ella entra, estoy yo en un cuarto aparte, haciendo cosas con el ordenador. Ella, cuando no me ve en el salón, siempre pregunta a mi mujer por mí, y entra, hasta el cuarto del ordenador, para ver lo que estoy haciendo. Miramos juntos páginas de Internet, comentamos cosas, y yo cuando la tengo cerca, intento poner mi brazo de tal manera que, con mi codo, pueda tocar alguna parte de su cuerpo. Yo siempre estoy sentado y ella detrás de mí, de pie. Cuando quiere escribir algo, tiene que hacerlo sobre mí, y yo noto cómo apoya sus tetas sobre mis hombros.
También noto, cómo cuando estamos sentados, y estamos hablando los cuatro, que ella si está a mi lado, y cada vez que me dirige la palabra, pone la mano sobre mi pierna, como el que no quiere la cosa. Además, muchas veces, cuando su marido trabaja en un turno diferente al mío, a mí me gusta invitarla para que tome café en mi piso, con mi mujer y conmigo, y así pasar la tarde hablando de nuestras cosas.
Me gusta siempre sacar conversaciones sobre ropa interior, o temas parecidos que me pongan cachondo, para así poder saber algo más de sus intimidades. Un día por ejemplo, le dije que a mi mujer le había comprado un tanga color morado, y ella empezó a contarnos que ella tenía muchos, de varios colores. Pero que normalmente se los ponía en verano, y cuando iba a fiestas. Le gustaba vestir bien por dentro tanto como por fuera. Así, que yo me imaginaba que cada vez que salíamos a dar una vuelta, y ella iba vestida elegantemente, seguro que llevaría debajo lencería bonita y erótica.
Otro día, Eva, vino a mi casa para ayudarle a mi mujer a depilarse las piernas. Yo estaba en el sofá viendo la tele, y ellas a lo suyo. Mi vecina se probaba a menudo la maquinilla en sus piernas y para ello se subía el pantalón del chándal hasta las rodillas. Yo le miraba las piernas, intentando imaginarme el total de las mismas, y sobre todo su parte alta. En unas de las veces ella me dijo:
- Fran, toca mis gemelos y verás cómo deja esta maquinilla las piernas de suave" -
Yo le toqué la parte de la pantorrilla y noté que tenía las carnes de la pierna muy blandas.
- Tienes las pantorrillas flácidas, ¿eh? - le dije yo.
- Sí, la verdad es que no estoy muy contenta con mis piernas. Son muy gordas y poco prietas- me contestó.
- No creo que sea así. Además, a algunos hombres les gustan las piernas como las tuyas.
La verdad es que ella se veía unas piernas muy feas, pero yo creo que no estaban nada mal. Me ponía cachondo ese tipo de piernas, macizas, sin llegar a ser gordas y flácidas. Subí la mano hasta sus muslos, eso sí, por encima del chándal, para comprobar si por aquella zona eran iguales.
- No, por aquí arriba las tengo algo más duras- me dijo Eva.
Era verdad, yo lo único que quería era tocarle las piernas como fuera.
En otra de las reuniones, que tuvimos los cuatro en mi piso, ella y su marido nos enseñaron unos vídeos que habían grabado en unas vacaciones. Eva tenía el mando a distancia y, siempre que salía ella, paraba la imagen y la rebobinaba para que la viéramos otra vez.
- Mirad, veis, aquí estamos en la playa de Torrevieja, - ella aparecía en bikini en la pantalla, - ves Fran, cómo mi cara engaña, parezco delgada vestida, pero mira que cuerpo tengo de cintura para abajo. - me dijo dirigiéndose a mí.
Estaba delgada de cintura para arriba, como he dicho, pero, de cintura para abajo, estaba maciza, no gorda como ella se creía. Además, su culo era firme y enhiesto.
Salía otra imagen, vestida con un traje de chaqueta. La paraba y rebobinaba para que la viésemos mejor. La verdad es que estaba muy elegante.
Cierto día, quedamos los cuatro para ir a la capital de la provincia, a comprar algunas cosas. Nos fuimos en mi coche. Cuando ellos salieron, pude ver a Eva vestida con una chaqueta gris, una camisa de color fucsia y una falda hasta las rodillas color gris, a juego con la chaqueta, y una raja en un lateral. Llevaba puestas unas medias negras, que simulaban un dibujo de red, y calzaba unos zapatos negros, con un tacón de tamaño mediano.
Eva se sentó en el asiento trasero detrás de mí, y su marido Emilio, detrás de mi mujer. Cuando llegamos a la capital, y cada vez que nos bajábamos, todos salíamos del coche, y la última en hacerlo era Eva. Yo miraba a través de la ventanilla, y entonces ella procedía a bajarse del vehículo, y al hacerlo, podía ver por la raja que llevaba en la falda, gran parte de sus piernas cubiertas por aquellas medias que me ponían a cien. Como tuvimos que hacer varias gestiones, fueron muchas las veces que nos subimos y bajamos al coche. Todas las veces que nos bajábamos se repetía la situación. Yo, como ya lo sabía, me bajaba extremadamente rápido, para adelantarme a ella, pero siempre era igual, aunque me bajara despacio, ella permanecía un rato en el coche, hasta que a mí me veía de pie, junto a su ventanilla. Yo notaba que cada vez eran más exagerados sus movimientos, y cada vez podía alcanzar a ver más parte de su pierna. Claro que todo esto puede ser que sólo estuviera en mi mente, a mí me gustaba pensar que ella lo hacía adrede, pero la realidad era que tan sólo era casualidad.
A la hora de comer, nos fuimos al McDonalds. Emilio entró en el servicio, y Eva se quedó con nosotros. Ella le estaba contando a mi mujer algo sobre la ropa que llevaba puesta, así que como a mí me interesaban esos comentarios me uní a la conversación.
- ¿Has visto Fran, qué medias más chulas llevo? - me dijo al verme interesado.
- Claro, están guapas, esas son de las que a mí me gustan. Con dibujos grabados en forma de red fina.
- No son grabadas - me dijo, mirando a mi mujer. - Es que llevo puestas dos medias. Me puse las de red primero, pero creí que iba a pasar frío y me puse un panty negro encima.
Esta revelación, unido a que se subió la falda por encima de las rodillas, para dejarme ver mejor las medias, me puso bastante cachondo. Me gustan mucho las medias de las mujeres, y la verdad es que éstas, en sus piernas, eran preciosas. Miré el trozo de pierna que hay por encima de las rodillas que me mostró. No estaba yo acostumbrado a ver esta parte del cuerpo, ya que casi siempre, lo máximo que le veía era hasta las rodillas, ya que imperaba la moda de las faldas largas.
Comimos y decidimos ir al cine. Yo caminaba detrás con mi mujer, y delante iba Eva y su marido. No podía evitar fijarme en ese culo prieto, que había debajo de la falda, y que se movía insinuante a cada paso que ella daba. Entré el último en la sala, y no sé cómo se las apañaron, pero, de los cuatro asientos que cogimos, los dos centrales nos tocaron a Eva y a mí. La película estaba interesante, pero era larga. Llegado a un momento de ésta, Eva, se ve que estaba incómoda, subió sus piernas para quedarse sentada sobre ellas, de manera que sus rodillas tocaban mi mano, que estaba apoyada inocentemente en el brazo común de su sillón y el mío. No puede seguir el resto de la película, sólo me concentraba en los dedos de mi mano izquierda, que estaban en contacto con sus rodillas. Miré hacia abajo, y con la claridad que daba la imagen en la pantalla, pude apreciar que la falda se le había subido un poco al adoptar aquella postura. Las medias de red, a la altura de la rodilla estaban muy estiradas. Notaba claramente en mis dedos, el suave tacto de los panty, y las ondulaciones de las medias de red que llevaba debajo. Tuve otra intensa erección, otra de tantas que había tenido aquella tarde.
Cuando salimos del cine, ya había oscurecido. Íbamos, mi mujer y yo, comentando la película, y escuchaba a Eva decirnos a todos desde atrás:
- Joder, qué punto, ahora tengo calor en las piernas con tantas medias. -
Cuando nos íbamos a subir al coche, Eva se metió esta vez por la puerta contraria, de manera que quedó sentada en el asiento posterior al de mi mujer. Le dijo a su marido:
- Es igual, ahora cuando salgamos a la carretera me subo la falda. Con la oscuridad no se me ve nada. -
Salimos, y yo sentí, cómo cuando estábamos ya en la oscuridad, Eva se subía la falda. El ruido que ésta hacía, al rozarse con las medias, era inconfundible. También escuché empezar a respirar profundamente a su marido, por lo que deduje que se estaba quedando dormido. Empecé a pensar en todo ello, y no me podía concentrar en la conducción. Estaba deseando de pasar por algún pueblo, donde hubiera luz, y mirar hacia ella, para ver sus piernas. Sabía que llevaba la falda recogida del todo.
Después de varios kilómetros, por fin avisté un pueblo. Miré a mi mujer, que viajaba a mi lado y dormitaba, mientras escuchábamos la radio. Emilio también parecía estar completamente dormido. Al llegar a la travesía se iluminó algo más el interior del coche, y yo, sin cortarme un pelo, giré la cabeza un poco hacia mi vecina Eva, simulando comprobar si también dormía. Ella iba mirando por la ventanilla, callada. Aproveché para bajar la vista, y pude ver, todavía algo en sombras, las piernas de Eva descubiertas hasta medio muslo. En ese momento, ella también giró la cabeza, y nuestras miradas se encontraron. Yo, rápidamente, volví la cabeza hacia la carretera algo decepcionado. Me había imaginado que llevaría la falda subida hasta arriba, del todo, iba todo el camino imaginándome el panorama que tenía detrás de mí, y cuando por fin puedo comprobarlo, veo que tan sólo lleva al descubierto medio muslo.
Hice el resto del camino hasta el pueblo con un sabor agridulce. Desde que la conocí, no hago nada más que pensar en cosas que no son, que sólo están en mi cabeza. A cada gesto que ella hace, me creo que se me está insinuando, y que todo lo que hace tiene una intención oculta. La lástima es que eso sólo está en mi cabeza.
Al llegar al pueblo, Emilio se despertó. Me dijo que lo dejara en la oficina donde trabajamos, a pesar de que eran casi las nueve de la noche. Emilio quiere ascender de puesto y sé que lleva varias semanas trabajando en un proyecto, al que se dedica fuera de horas. Varios son los días que terminamos en la oficina, cuando tenemos turno de tarde, y me tengo que volver solo a casa, porque él prefiere quedarse un par de horas más.
- No te preocupes por mí, que ya cenaré un bocadillo en el bar de al lado, tardaré un par de horas. Tengo que terminar el trabajo esta semana, y voy muy retrasado - dijo Emilio a su mujer.
- No pasa nada cariño, yo te esperaré levantada. Si quieres, te espero para cenar juntos.
- No, cena tú. Creo que hoy llegaré un poco tarde a casa.
Mientras Eva hablaba con su marido, que ya estaba abajo, de pie junto a su ventanilla, yo aproveché para volver a mirarle las piernas. Mientras hablaba con él, ella se estaba bajando la falda hasta las rodillas. Volví a sentir el roce de la falda con las medias, y ya sólo podía ver lo poco que me enseñaba la raja lateral de la falda.
Llegamos a casa, y aparqué el coche cerca de la puerta. Mi mujer y yo sólo habíamos comprado algunas cosas, pero Eva y Emilio habían hecho la compra para el mes, y llevaban el maletero de mi coche hasta arriba de bolsas.
- Ayuda a Eva a meter las cosas dentro - me dijo mi mujer, viendo que Eva no podía con una caja de leche.- Yo mientras me voy a duchar, y voy a ir haciendo la cena.
Cogí la caja de leche y la llevé dentro del piso de Eva. Ella iba delante de mí, con cuatro bolsas cargadas hasta el tope. Las dejó bruscamente en el pasillo, y se dispuso a entrar en su dormitorio.
- Deja la caja en la cocina, por favor, Fran- me dijo ella.
Al dejar la leche donde me había dejado, y al volver a salir de la cocina para ir al coche a por más bolsas, pasé por la puerta de su dormitorio. Miré disimuladamente a través de la puerta que estaba entreabierta, y pude ver a mi vecina de espaldas con la falda subida, de tal manera que sólo tapaba su potente culo, bajándose los panty. Observé un segundo más la operación, y observé que, debajo de dichos panty, llevaba unas medias de red, que le llegaban hasta la parte alta del muslo. Antes de que se volviese y me viera, salí otra vez hasta el coche, pensando en esas macizas piernas que acababa de ver, adornadas con esas medias de red que me estaban poniendo tan cachondo durante toda la tarde.
Cuando volví a entrar otra vez con más bolsas, vi a mi vecina, que llevaba los panty en la mano, cruzando el pasillo que conducía hasta la cocina para entrar en el cuarto de baño, que estaba enfrente de su dormitorio, y meterlos en un armario que tenía allí, donde guardaba parte de su ropa interior. Como no sabía dónde poner las lechugas que ella había comprado, entré en el cuarto de baño para preguntarle dónde ella las guardaba.
- ¡ No, entres, qué estoy meando! - me dijo cuando ya me encontraba en el interior. Salí rápidamente golpeado por aquellas voces, pero se me quedó grabada en la retina aquella imagen. Eva estaba sentada en el water, con la falda subida del todo, ahora sí que la tenía subida, y no como en el coche, y las bragas las tenía en los tobillos. Pese a aquella postura, no pude alcanzar a verle el coño, porque lo tapaba con la falda, pero poco me faltó. Yo seguí metiendo bolsas en su cocina, y pasé varias veces más por la puerta del cuarto de baño, pero ésta ya estaba cerrada.
Cuando ella salió, noté que en su cara había cierto aire avergonzado.
- ¿Me has visto algo? - me dijo en cuanto llegó a la cocina donde yo estaba guardando algunas cosas.
- No te he visto nada. ¿No ves que ha sido muy poco tiempo?. Es que no me imaginaba que estuvieras meando, como tenías la puerta entreabierta.
- No pasa nada. No cierro la puerta porque no me importa que me vean desnuda, pero, que alguien me vea meando, no me había pasado nunca, y me he asustado. - me dijo ella.
- ¿Qué pasa, que ya te había visto alguien desnuda alguna vez por casualidad? -le pregunté.
- Bueno, algunas veces ha coincidido que ha venido visita, y yo me he estado duchando, y al ir los amigos de mi marido con él a la cocina, a tomar unas cervezas, yo he tenido la puerta entreabierta, y me han visto a medio vestir.
Ella me contaba esto mientras se agachaba a colocar las cosas en los muebles de abajo. Yo la miraba a ella, desde esa posición cenital, y me imaginaba que ésa es la imagen que tendría de ella si me la estuviera mamando.
- La verdad es que tú llevas toda la tarde intentando verme algo, y por fin lo has conseguido - me soltó Eva, de sopetón, mientras se dirigía al salón a coger más bolsas. - ¿Crees que no he notado como te bajabas del coche, rápidamente, para ver mis piernas mientras yo me bajaba?
- ¿Yo?. Pero si eras tú la que te quedabas la última para bajar. - le contesté mientras iba detrás de ella
Ella siguió hablando, ignorando lo que yo acababa de decir.
- Si lo que quieres es ver esto, sólo tienes que pedírmelo. - acto seguido, se sentó en el sofá y se subió la falda hasta la cintura, mostrándome sus largas piernas, vestidas con sus medias de red, y sus bragas negras semitransparentes, con dibujitos, que dejaba intuir su vello púbico.
Yo quedé atónito ante aquella escena. Pero duró poco. Rápidamente volvió a bajarse la falda.
- ¿Ya? - pregunté yo deseoso de poder seguir contemplándola.
- Ya te he dicho que si quieres verlo, me lo tienes que pedir.
- Por favor, súbete la falda otra vez.
- ¿Por qué?- preguntó ella sonriente.
- Porque quiero ver tus maravillosas piernas y tus excitantes bragas- le dije decidido.
Ella, sonriente, se volvió a subir la falda y mostró nuevamente sus bragas.
-¿ Te gusta lo que ves?
- Me encanta. Tienes unas piernas que me vuelven loco. Me excitas mucho. - y, sin poder aguantarme más, me arrodillé y puse mi mano en su muslo, sobre aquellas medias de red. Ella pareció incomodarse y se retiró un poco. Me sujetó mis manos por las muñecas y me dijo:
- ¡ Oye, que te doy la mano y te tomas el brazo!. Yo sólo te he dicho que puedes mirar, pero no tocar.
Pero ya era tarde para ella, yo estaba verdaderamente excitado y no podía más. Deshaciéndome de su presa, le cogí las piernas por las pantorrillas y se las separé, mientras la terminaba de tumbar en el sofá. Ella empezó a resistirse y a forcejear. En esa postura, le pude ver mejor la entrepierna, y, decidido, aparté las bragas a un lado para poder ver su almeja. La tenía rasurada en la zona de los labios, lo que a mí me terminó de enloquecer.
- No, Fran, yo no quería ponerte así. Simplemente quería que miraras mi cuerpo, que me dijeras si te gustaba, pero esto no lo podemos hacer, los dos estamos casados. - suplicaba ella mientras intentaba zafarse de mí.
- Ya es tarde Eva. Yo no me puedo contener, tienes un cuerpo irresistible.
A pesar de sus forcejeos, logré meter un dedo en su coño, y fue como si se hubiera paralizado de golpe. Cesó en su forcejeo y comenzó a calmarse.
- ¿Te gusta esto verdad?- le pregunté yo.
- Sí, Fran, claro que me gusta. Pero no debemos hacerlo.
- Entonces dime que pare. - le dije inquisitivo, a lo que ella contestó:
- ¡ Méteme el dedo hasta lo más profundo de mi coñooo!.
La había convencido, y se estaba empezando a excitar, igual que yo. Noté cómo, poco a poco, su coño se iba mojando.
- Vamos a la cama. Quiero follar contigo en la cama de mi marido. - me sugirió ella. Los dos nos levantamos y fuimos, entre achuchones y roces, a su dormitorio.
Allí, ella comenzó a desnudarme. Me quitó salvajemente la camisa y me bajó los pantalones. Quedé en calzoncillos. Después, ella comenzó a desabrocharse la camisa. Se la quitó y dejó al aire un hermoso sujetador negro de encaje. Su pecho no era abundante, pero era muy bonito. Localicé la cremallera de su falda y se la bajé. A continuación, ésta calló por su propia inercia, y allí quedó su cuerpo semidesnudo: en sujetador y bragas negras, y con las medias de red hasta la parte alta del muslo. La giré para contemplarla por detrás y vi, con fascinación, que no eran unas bragas lo que llevaba, sino un tanga, que se le metía entre las dos piernas insinuantemente. La apreté contra mí, y mi polla tiesa, a través de mis calzoncillos, le metió la tirilla del tanga un poco en el interior de su hermoso culo.
Se zafó un poco de mí, y se desabrochó el sujetador. Quedaron sus tetas al aire, ni pequeñas ni grandes, pero con un pezón muy oscuro y una areola grande para el tamaño de aquellos senos. Se terminó bajando el tanga, y pude ver que llevaba el coño rasurado al cero, a excepción de una pequeña mancha de pelo, que se había dejado en la parte superior de su raja.
Se acercó a mí y me quitó los calzoncillos. Se puso de rodillas, delante de mí, y comenzó a chupar suavemente el largo de mi polla, recorriendo, con la punta de su lengua, la vena gruesa que tengo en ella. Yo, mirándola desde aquella postura, me acordé de cuando minutos antes estaba casi en aquella postura en la cocina, pero vestida. Las mamadas cada vez eran más exageradas, y comenzó a succionar mi capullo. Al rato ya se la metía entera, y se la sacaba rítmicamente para volver a engullirla entera. El placer era máximo. Nadie me la había comido como me la estaba comiendo ella. Todo ello, se unía a la tensión que teníamos, al pensar que su marido podía venir de un momento a otro, y mi mujer, pronto vendría preguntando por mí para la cena.
Ella se levantó y se inclinó sobre la cama, apoyando sus manos en el filo de ésta. En esa postura me mostraba su gran concha, ya roja y mojada, y su hermoso culo. Yo me agaché detrás de ella, y comencé a pasarle la lengua a lo largo de toda su raja, parándome algo más en su clítoris, porque notaba que al llegar a éste, Eva se estremecía y gemía más profundamente, debido al placer que le proporcionaba. Mi lengua fue hasta su culo, y volvió a su coño, internándome, esta vez, todo lo que pude en su vagina. No me pude resistir y le di un bocado en los labios del coño.
- ¡Ah!. Me haces daño. - y diciendo esto se levantó y se tumbó sobre la cama, con las piernas abiertas, las medias puestas, y los zapatos de tacón pisando la colcha.
- Aquí tienes mi coño. Quiero que me metas esa polla lo más profundo que puedas. Quiero que me desgarres el coño.
Esas palabras hacían gran efecto en mi. Mi polla estaba dura como una piedra, pero todavía quería disfrutar un poco más de ella antes de metérsela. Le cogí un pie, y pasé la punta de mi capullo por todo el zapato, que quedó manchado con las gotitas de semen que yo tenía allí. Fui subiendo mi polla por sus pantorrillas y la parte de atrás de las rodillas, notando cómo el capullo se enterraba en las carnes tiernas de sus piernas. Seguí por la cara interna de su muslo, y noté cómo ella llegaba a un estado de excitación muy alto, ya que su cuerpo percibía cómo mi polla se dirigía poco a poco a la zona donde más placer le iba a dar, y se contraía conforme yo me iba acercando a su vagina. Pasé muy cerca de ésta, por la ingle, pero pasé de largo. Dirigí mi capullo al poco vello que tenía y se lo acaricié con él. Seguí subiendo mi polla hasta sus tetas, y la froté con sus duros pezones. Subí por el hueco, entre sus dos tetas, y pasé por el cuello, hasta llegar a su boca, donde ella se la volvió a tragar entera. Su lengua estaba frenética, no paraba de chuparme el capullo.
- Métemela ahora, por favor, no aguanto más. Necesito que me penetres ya, porque mi coño arde en deseo de acoger a tu polla. Hace mucho tiempo que no me meto nada que no sea la polla de Emilio y, en este momento, necesito la tuya. - dijo, en un desesperado intento de pronunciar palabra. Yo apenas la pude entender, debido a que gemía y suspiraba muy rápido, y sus palabras se perdían en su garganta.
Inicié el camino de vuelta, por entre sus tetas, y me dirigí de nuevo a sus muslos, al elástico de sus medias, y desde aquí, la agarré bien por sus nalgas, dejando bien abierta su concha, que no paraba de palpitar, y coloqué la punta de mi polla en los labios de su coño. Ella lanzó un pequeño gemido de placer, y no pudiendo esperar más, apretó su pelvis hasta mí y se clavó la polla entera hasta los cojones. Lanzó un grito desgarrador, que temí oyeran los vecinos, entre ellos mi mujer. Comencé a sacarla y a meterla sin parar, y ella me acompañaba con su cuerpo. Me puso las piernas sobre mis hombros, y yo, a la vez que la penetraba, iba sobando esas piernas, y esas medias, que me habían tenido obsesionado toda la tarde.
- ¡Ah, Fran, así, jódeme más deprisa, ah, qué gusto, hacía tiempo que no sentía así. ¡Ah!, ¡no pares ahora, que estoy a punto de correrme! -, sus gritos eran fortísimos. No había visto a nadie gritar así mientras la jodían. Se le veía que estaba gozando como nunca. Llegó a su primer orgasmo y abrió más sus piernas, clavó sus uñas en mi culo, y ayudó con sus brazos a que las embestidas pélvicas fueran más brutales. Su coño emanaba líquidos en gran cantidad. Llegué a pensar que me había corrido sin darme cuenta. Cuando hubo pasado su éxtasis, se retiró sacando mi polla de su coño y me puso boca arriba.
- Ahora, te voy a hacer que te corras en treinta segundos, voy a cabalgar encima tuya como tu mujer no lo hará en la vida. Mi marido está a punto de venir, y no nos podemos entretener más, ¡so cabrón!, vas a hacer que me divorcie.
Se montó a horcajadas sobre mí y se metió la polla entera otra vez. Comenzó a follarme salvajemente, no tenía fin, no se cansaba.
- Vamos, Fran, córrete, que tenemos que irnos. Mi marido está al venir, nos va a pillar. Venga, concéntrate y mira como saltan mis tetas, vamos, ah, me voy a correr yo por segunda vez.
La verdad es que no hacía falta que me concentrara. A duras penas había aguantado hasta ese punto, y estaba deseando de correrme, pero quería disfrutar de ese momento toda la vida, porque no sabía si se repetiría alguna vez. La velocidad que ella había imprimido a sus sacudidas era irresistible, no aguanté más y me corrí, a la vez que ella alcanzaba su segundo orgasmo, en menos de dos minutos. Llené de leche su coño, mientras ella gritaba sin parar y saltaba sobre mi polla, metiéndosela y sacándosela, sin parar. Pese a haberme corrido, mi erección seguía todavía como al principio, y ella se dio cuenta de que yo estaba insaciable esa noche. Poco a poco, fue parando el ritmo, hasta que se la sacó. Se dio la vuelta para chupármela y yo aproveché para atraer hacia mí su coño, e hicimos un maravilloso 69 para limpiarnos nuestros sexos mutuamente.
Cuando terminamos, ella quedó tumbada en la cama casi sin aliento.
- Rápido, recoge tu ropa y vístete, que como yo siga viendo esa polla tiesa que todavía tienes, voy a cometer una locura y voy a volver a follarte, aunque mi marido entre por esa puerta.
Yo me vestí, mientras ella se quitaba, por fin sus zapatos de tacón, y sus medias de red, quedándose como su madre la trajo al mundo. Su cuerpo era precioso, lo contemplé estando yo ya vestido, desde la puerta de su dormitorio. Se puso unas bragas blancas, que sacó del cajón de su mesita, y se enfundó un excitante camisón largo de seda blanco, con una raja en el centro que llegaba desde los pies hasta sus pechos.
- Cuando venga mi marido me lo voy a follar. Estoy muy excitada esta noche y necesito otro polvo más.
Me despedí mientras la veía terminar de guardar la ropa con aquel camisón. Lamenté no poder ser yo quien terminara de saciarla aquella noche. Cuando volví a mi piso, mi mujer me estaba esperando en la cocina, mientras terminaba de poner la mesa.
- ¿Por qué has tardado tanto?- me dijo.
- Hemos estado mirando una cosa en Internet.
A la mañana siguiente, me encontré en el hueco de la escalera con otra vecina de ese bloque. Cuando nos metimos en el ascensor, me dijo:
- Qué bien te lo pasaste anoche con la mujer de Emilio, ¿eh?
- ¿Cómo sabes tú eso?, - pregunté sorprendido.
- Teníais la ventana del dormitorio suyo abierta y lo vi todo. La verdad es que ella disfrutó bastante. Sus gritos llegaron hasta mi casa.
- ¿Me mantendrás el secreto? - le pregunté.
- Eso depende de lo que me des a cambio -, contestó