Relatos Eróticos Fetichismo

Olor de pies | Relatos Eróticos de Fetichismo

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Cerca de mi casa hay un gimnasio de mujeres. Se encuentra en un primer piso, no muy alto, de tal forma que es posible ver a través de una pequeña ventana o respiradero lo que ocurre dentro.

Cuando regreso del trabajo, ya de noche, suelo entretenerme unos instantes en la pequeña ventana y ver sin ser visto. La mayoría de las mujeres que hay dentro son ya mayores, nada atractivas y de cuerpos más bien obesos. Una noche, al asomarme, comprobé que una de esas mujeres venía hacia el hueco. Se sentó y dejó sus sudorosos pies cerca de la diminuta ventana para refrescarse. En ese momento, entre el susto por ser descubierto y la visión tan cercana de aquellos pies sucios que transpiraban más de la cuenta por el ejercicio, sentí una erección incontrolada. Pensé en alejarme a la carrera y olvidar aquello, pero algo dentro de mí me obligó a quedarme. Y aún mucho más, pues noté que mi excitación crecía cuanto más cerca de aquellos pies estaba. Así que comencé a olerlos sin calibrar mi progresiva degeneración. Casi a punto de la eyaculación, ya fuera de toda realidad, saqué mi lengua y rápidamente lamí sus dedos. Los gritos de la señora comenzaron de inmediato, sin saber qué la había ocurrido y yo me lancé a la carrera hasta llegar a mi portal. Solo allí, entre jadeos, con el corazón latiendo apresurado, en la semioscuridad de la escalera, pude comprobar que me había corrido sin tocarme. Tanto que parecía que me había orinado.

A partir de ese día, cada vez que pasaba por el gimnasio, me empalmaba violentamente. Repetí la operación algunas veces más. Cada vez más atrevido y menos cuidadoso. Las señoras cada vez gritaban menos y ponían a refrescar sus pies con más frecuencia.

Una noche, en la que había bebido un poco más de la cuenta, después de lamer el pie de turno, tropecé contra unos cubos y me caí haciendo mucho ruido. Quedé dolorido y traspuesto, intentando recobrar el sentido. El alcohol me nublaba la mente y fui lento y torpe. Cuando quise recuperarme, ya tenía a mi alrededor unas seis mujeres corpulentas que me levantaron violentamente de los pelos y de la camisa y me arrastraban hacia el interior del gimnasio. Al llegar allí, me tiraron sobre unas colchonetas mojadas por el sudor.

- "Así que este es el degenerado que le gusta chupar pies...!" - dijo una de ellas.

- "Lo..lo siento. Por favor...yo no..." - acerté a decir.

- "Calla, cerdo!!. Ahora mismo vamos a llamar a la policía."

- "No, se lo suplico, señora... "- dije. - "No se volverá a repetir..."

"Claro que se volverá a repetir"...dijo la más gorda dando un paso al frente. "Todas las veces que a nosotras nos venga en gana, ¿verdad?". Las demás entendieron el mensaje.

A partir de ahí, comenzó mi suplicio. Me ataron las manos y me tumbaron de espaldas. La mujer más gorda me puso su pie en la cara y me ordenó que se lo lamiera. Pensé que lo encontraría agradable pero me equivoqué. Aquel pié sudado olía mucho más rancio y su sabor era sencillamente repugnante. Ella insistía más y más, abriéndome incluso la boca con los dedos y metiéndomelos dentro. Cuando acabó con uno, hizo lo mismo con el otro mientras las otras mujeres la coreaban y reían como posesas. Alguien decidió convertir aquello en una especie de orgía del asco y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba desnudo al igual que ellas.

A todas tuve que lamer sus pies sudados, dedo a dedo, tragandome toda la suciedad que llevaban impregnados. La gorda no dejaba de ofrecer sugerencias. Una de ellas consistió en raspar las plantas de sus pies contra mis dientes, de tal modo que todas las escamas caían dentro de mi boca. Apenas podía tragar aquella seca inmundicia y supliqué algo de beber. De tanto lamer mi lengua era como una esponja seca.

De inmediato, la más gorda tomó la iniciativa. "En eso mismo estaba pensando ahora mismo, cerdo. En darte de beber". Y la vi colocarse encima de mí cabeza y, desnuda como estaba, agacharse hasta colocar su sexo abierto y chorreante a la altura de mi boca. Al instante comenzó a orinar y sus amigas llegaron al éxtasis y sus risas se convirtieron en gritos. Bajo amenazas, comencé a beberme su orina, de fuerte olor y sabor acre. Tan amarillenta y caliente que sentí cómo me abrasaba la garganta.

Al terminar, otra mujer ocupó su lugar y restregando su coño se corrió mientras se meaba. Aún chorreaba de orines cuando se levantó y entre risas dijo "La siguiente". La siguiente...no tenía ganas de orinar. Me miró con odio, y me escupió en la cara. Una y otra vez.

"Cabrón...te vas a enterar", dijo. Y entonces se sentó en mi boca, abriendose las nalgas. Mis peores sospechas se confirmaron al ver aparecer por su enorme ano, un aluvión de excrementos que fueron a parar a mi cara. Yo cerré la boca, pero la mujer me dio un terrible tirón de pelo y tuve que abrirla. Aquello no perecía tener fin. Toda mi cara estaba cubierta hasta la altura de mis ojos. Casi sin poder respirar. Al levantarse vi a las otras mujeres acercarse y comenzaron a mear y a cagar por todo mi cuerpo. Cuando acabaron, tomaron varias sillas y se pusieron a mi alrededor. La mas gorda dijo.

"Hoy vas a tener el banquete más grande de tu vida", y todas empezaron a restregar sus pies por mi manchado cuerpo, obligándome a lamerlos y a limpiarlos. No se las horas que pude estar lamiendo pies y tragando mierda. Casi al amanecer, se metieron a las duchas y me desataron. Apenas podía moverme...y en cuanto lo hice, comencé a vomitar sobre las colchonetas. Litros y litros de mierda, orines, saliva y alcohol.

La más gorda me miró fijamente y dijo: "Nuestro joven amigo aún no puede irse a casa...Tiene que limpiar con la lengua todo lo que ha ensuciado ¿verdad?".

 

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