Relatos Eróticos Fetichismo

Sandrita | Relatos Eróticos de Fetichismo

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Antes que nada, quiero dejar en claro que el relato que os voy a contar es meramente ficticio, nada que ver con la realidad, pero a veces es bello fantasear, así nadie resulta lastimado, física o emocionalmente.

Hace ya algunos años, cuando vivía en Barcelona, trabajaba en una empresa de importaciones y exportaciones, me alojaba en una casa de huéspedes, la cual era muy bella y antigua, con grandes corredores, jardines internos y un gran zaguán a la entrada.

Mi habitación se encontraba precisamente al final de la casa en la parte alta de la escalera, junto a un patio lleno de hierbas y flores bellísimas, desde donde tenía plena vista de gran parte de la casa así como de la hermosa ciudad.

La dueña de la casa se llamaba Delfina, una mujer viuda de unos 40 o 41 años de edad, de tez blanca, estatura regular, ojos cafés y cabello castaño, aun conservaba una bonita figura, claro un poco desgastada por el tiempo y por el hecho de haber tenido a tres hijas, una ya de 25 años, otra de 23 y la más pequeña de 13 años de edad, de todas, ésta última, la más linda. Se llamaba Sandra, pero su mamá y después yo terminamos llamándola, Sandrita o Sandy.

Aquella forma de llamarla me producía cierto morbo ya que esas palabras eran una combinación de dulzura y erotismo a la vez. Bueno, Sandrita era, como ya había dicho, una niña muy linda, de ojos café claros casi color miel, piel morena clara, cabello castaño ondulado, espigada para su edad y ya comenzaba a adquirir forma de mujercita. Sus turgentes senos surgían de su pecho, formando una aureola en la punta y como no usaba aun sostén o sujetador, eran muy visibles a través de sus blusas o vestidos ligeros, lo mismo que su precioso culito, que era tal vez lo que más me llamaba la atención ya que era perfecto, con sus nalguitas abultadas, anchita ya de caderas y con una cinturita celestial.

Ya hacía tiempo que, mientras cenábamos todos reunidos alrededor de una gran mesa, la observaba con gran detenimiento y no me levantaba hasta después de que, con el pretexto de hacer charla, ella lavaba los platos, así como cada una de las hijas de Doña Delfina.

Mientras fingía que disfrutaba de la conversación pausada de Doña Defina en sobremesa, a hurtadillas admiraba aquella encantadora figura de niña. Me concentraba en tratar de visualizar sus breves bragas, lo cual no era muy difícil ya que por lo abultado de sus nalguitas, resaltaban de una manera sobrecogedora.

Algunas noches, cuando me retiraba a mi cuarto, entraba con mi miembro erecto a más no poder, y al recostarme, me imaginaba su lindo cuerpo junto al mío, mientras me hacía una hermosa paja que por lo regular terminaba en una tremenda eyaculación con lo cual conciliaba un sueño reconfortante que me hacia dormir toda la noche.

Por las mañanas, muy de temprano, despertaba solo para husmear a través de las cortinas de mi ventana y contemplar el desfilar diario de cada una de las hijas de Doña Delfina a la ducha del baño que se encontraba justo al nivel del patio, frente a mi recámara. No descartaba la remota posibilidad de que algún día, sobre todo Sandrita, olvidara cerrar la ventanilla deslizable del baño que daba hacia la mía y así poder tener la dicha de observarla desnuda, pero nunca ocurría eso, todas eran muy pudorosas y lo primero que hacían en cuanto entraban al baño era precisamente amargarme la mañana, cerrándola por completo. Aún así, me hice de unos binoculares, esperando aquel utópico día.

Mi vida en esa casa continuó de la misma manera. Me iba temprano a trabajar y regresaba ya oscureciendo a cenar, me recreaba la vista y la mente con aquellas preciosas niñas –sobre todo con ya saben quien- y me iba a recostar, después de una jornada dura de trabajo. A todo esto, llegó el mes de Junio y con él, el ardiente verano. Eran días y noches muy calurosas, tanto que tenía que dejar abierta la ventana y las cortinas de mi recámara para que pudiera entrar aunque sea un poco de brisa del mar, calor que por fin hizo que mi sueño se hiciera realidad. Cierta mañana, escuché el tan conocido ruido de la ducha, pero ésta vez se percibía más intenso, lo que me hizo dar un salto de la cama y asomarme a través de la ventana de mi recámara. ¡Cuál fue mi sorpresa al percatarme de que por fin la ventanilla del baño no estaba cerrada sino abierta en su totalidad!, Abrí rápidamente el cajón del buró y saqué mis binoculares y lo que viene a continuación, ¡tal vez fue el día más feliz de mi vida! ya que, al enfocar bien, por fin pude ver a Sandrita completamente desnuda, su cuerpo era la cosa más linda que jamás haya visto en mis 37 años de vida, pude apreciar sus lindas tetillas, perfectamente delineadas, sus pezones pequeños pero erectos y ligeramente rosados, su ombligo de niña, sus preciosas nalgas y una deliciosa rajita bajo su vientre, apenas cubierta por unos cuantos bellitos rizados. Fue tal mi excitación al ver a esa ninfa que rápidamente saqué la polla de mi trusa y comencé a masturbarme, a acariciarla como si fuera la misma Sandrita quien lo estuviera haciendo con sus manitas, con sus labios, con su preciosa panochita. Aquello fue algo indescriptible, temblaba de la emoción, mientras admiraba la gracia con la que sus pequeñas manos enjabonaban su cuerpecito, como acariciándolo, como dejándose llevar por algún deseo aún desconocido a su edad.

Cuando por fin acabó de ducharse y cerró las llaves del agua, apresuré mi puñeta para terminar justo antes de que tomara su toalla y apagara la claridad del alba al cubrir su virginal cuerpo, pero aún no había visto suficiente, ¡No podía creer que tuviera tanta suerte!, ella caminó hacia el inodoro y aún desnuda y mojada por la ducha, abriendo sus lindas piernas mientras se sentaba, dejó escapar de su rosado coñito, un chorrito de orina, que con la sensación de cercanía de los binoculares, hasta imaginé poder olerlo así como el perfume de su mierda que al cabo de unos segundos, comenzó a salir gradualmente de su apretada colita y caía en pequeños pedacitos al agua del escusado, uno a uno, sin prisa. Ante semejante visión, mi enorme verga no pudo resistir más y soltó un tremendo chorro de semen que casi hace que perdiera el equilibrio, por la posición en cuclillas en la que me encontraba, seguida de otros chorros de leche hirviendo que se impactaban contra las cortinas de mi ventana. Ella se limpió sus cositas con papel higiénico, cubrió su cuerpo con la toalla y salió del baño, y yo, como pude, limpié el desastre, y dentro de mí, sentí que aquello apenas era el principio de algo aún más bello por experimentar.

Ese día, durante mis horas de trabajo, no podía quitarme del pensamiento aquella extraña y voluptuosa experiencia, y al llegar a la casa, cuando ya oscurecía, como todos los días, encontré a Doña Delfina y a sus hijas, preparando la cena. Esta vez, mi deseo por esa niña se transformó en delirio, pareciera que ella, a partir de ese día, también comprendiera el deseo que provocaba en mí, porque llevaba puesta una hermosa mini falda roja de tablillas, ligera, que permitía que pudiera apreciar sus torneadas piernas y su rico culito, mientras se contoneaba grácil al caminar de aquí para allá por la cocina, y una blusa verde de escote que resaltaba la belleza de sus lindos pechos que remataban en dos pezoncitos apenas perceptibles. Nos sentamos a la mesa, y ella, extrañamente se sentó frente a mí, cosa que me puso tan nervioso que mi cuerpo comenzó a temblar y sudar copiosamente. Al ver mi frente sudorosa, Sandrita tomó una servilleta y me la ofreció, diciéndome: ¡hace mucho calor!, toma la servilleta para que seques el sudor de tu frente, diciendo esto, de una forma tan dulce y sensual que solo hizo que tragara saliva por la emoción, ya que ella rara vez se dignaba siquiera a voltear a verme, mucho menos a hablarme. Pero esta noche, era distinta, la sentía diferente, y pensé, en un arranque de nervios, que tal vez ella había dejado la ventana del baño abierta a propósito y que se había percatado que la estaba espiando, y mientras pensaba esto, ella me miraba de una forma extraña, se podría decir que con cierta malicia, tal vez. De cuando en cuando, mientras cenábamos, sentía el roce de sus piernas con las mías y luego nuevamente sus hermosos ojos se clavaban en los míos, haciendo que, como si fuera un chiquillo tímido, bajara la mirada hacia mi plato.

Más tarde, ya en la plática de sobremesa acostumbrada, ella se atrevió a preguntarme que si sabía algo de álgebra ya que en la prepa le habían encargado una tarea que le parecía muy difícil, a lo que respondí que claro, que podría ayudarla, claro, si ella quería. Asintió con la cabeza y rápidamente fue por su cuaderno y regresó rápidamente, apoyando una rodilla sobre la silla e inclinándose justo a mi lado.
No se como pude soportar la cercanía de su cuerpecito al mío, su candor, su aroma de princesita, sin que se me notara lo nervioso que estaba y como pude, leí pausadamente el problema de álgebra que estaba escrito en su cuaderno, mientras escuchaba y hasta olía su respiración de niña, junto a mi rostro. Mientras leía, se me vino a la mente una idea brillante, seguidamente le dije que en mi recámara tenía un libro muy bueno de álgebra que aún conservaba desde la escuela, así que la invité a que me acompañara, mientras su mamá asentía con la cabeza, sin pasarle por la mente mis lujuriosas intenciones.

Le cedí el lugar con la mano, mientras subíamos por las empinadas escaleras, para poder apreciar sus lindas piernas y hasta pude ver con el vaivén de su falda, el inicio de sus nalguitas, tersas, firmes, y un coñito abultadito, cubierto imperceptiblemente por una pantaletita blanca de encajes que provocó en mi, una erección inmediata.

Al entrar al cuarto, le pedí que se sentara en mi cama, mientras yo buscaba el libro dentro del armario y mientras lo buscaba, a hurtadillas volteaba levemente mi mirada hacia sus lindas piernas, las cuales estaban a unos centímetros de mí. Por fin encontré el libro, lo saqué del armario, me senté a su lado y me puse a buscar el tema de “ecuaciones de segundo grado”. Para entonces, pude notar que las piernas de Sandrita se abrían y cerraban casi imperceptiblemente, como cuando uno esta nervioso, por lo que le pregunté que si estaba incómoda, a lo que me respondió que -¡para nada!, lo que pasa es que tenía algo de ganas de hacer “pipí”-, que si la esperaba un momento mientras iba al baño. Inmediatamente se me vino a la mente lo sucedido en la mañana y le dije que por supuesto, que la esperaría, que mientras revisaría bien el problema algebraico.

En cuanto bajó las escaleras y entró al baño, nuevamente corrí al buró y sustraje mis binoculares, y esta vez, con más cuidado que en la mañana, corrí un poco las cortinas de la ventana para poder observarla mientras orinaba y si, la ventanilla del baño permanecía abierta, y como la luz del baño era muy intensa, pude observar perfectamente como, de una manera delicada, subía con sus manitas los costados de su minifalda y bajaba lentamente sus bragas hasta sus tobillos, mientras se sentaba en el inodoro, abriendo de par en par el compás de sus piernas, de tal manera que pude ver otra vez su hermoso coñito, mientras dejaba salir su chorrito de orines, mmmmm, aquello me puso aún más excitado, pero tenía que ser discreto ya que, esta vez regresaría al cuarto y no quería que fuera a verme nervioso, así que nuevamente dejé los binoculares y fingí haber estado leyendo su tarea.

Ya de pié frente a mi, me preguntó que si ya sabía como resolverla, mientras recargaba inocentemente sus rodillas en las mías, cosa que me puso el miembro a mil!, tanto así que pude observar con el rabo del ojo, como su mirada se clavó en medio de mis piernas, y como tragaba saliva por la emoción de ver el tamaño de semejante miembro viril bajo mi pantalón de mezclilla.

Disimuló un poco y luego, algo absorta en su pensamiento, se sentó junto a mi, tan cerca que podía escuchar su leve jadeo por la excitación que sentía al verse en esa situación. Tratando de alejar de mi los malos pensamientos, comencé a explicarle la forma de resolver la ecuación y ella, como no pudiendo concentrarse en la tarea, puso su mano sobre mi pierna, diciendo, oye, ¡que listo eres!, ¡no sabía que sabías tanto! y reímos un tanto de compromiso y otro tanto de nerviosismo. Claro que si, le dije, no por nada soy el nuevo encargado del Depto. de Finanzas de la empresa para la que trabajo, a lo que respondió en tono dulcemente juvenil, ¡ohhhhh!, ¡que padre!, ¡felicidades!, ¡Arturo, te mereces un beso!, a lo que pregunté maliciosamente, ¿en serio? ¿mmmmmm?, y ella dijo, ¡por supuesto! y acto seguido, se acercó a mi y me plantó tremendo beso en la mejilla, moví un poco más mi rostro hacia el de ella y le dije, ¿en la mejilla?, -bueno, ¿en donde quieres que te lo dé?-, bueno, ¿porque no en los labios?. Me miró fijamente sin alejar su rostro del mío y cerrando sus preciosos ojos, me ofreció sus tiernos y carnosos labios. Un escalofrío se apoderó de mí, como si fuera un chaval, sentí mariposas en el estómago, pero no podía desaprovechar esa oportunidad, así que sin más pensarlo, besé sus labios tiernamente para que no fuera a asustarse, pero, nada de eso, sentía su excitación también, así que la abracé contra mi cuerpo y nos besamos apasionadamente como dos enamorados, introduje mi lengua para paladear el dulce néctar de su boca y ella movió su lengua en torno de la mía en un tierno y cálido beso. Al cabo de un rato, ya sin importarme nada, comencé a tocar con mis manos sus muslos, se sentían tersos, tibios, firmes, y noté que ella temblaba mientras lo hacía, y sin dejar de besarnos, llegué hasta lo más íntimo de su ser, pude notar que su pantaleta en la parte que cubría su conchita, estaba tibia y húmeda como un bollo recién sacado del horno, continué acariciándola y besándola, mientras ella gemía y me decía -mmmmm, ¡que rico se siente eso!, ¡sigue, no pares!, por supuesto que no iba a detenerme, como pude hice a un lado su braguita y sentí en mis dedos su rajita palpitante y húmeda por la excitación, rodeada por unos pelillos mojados, apenas perceptibles. Me retiré de sus labios y coloqué los míos en su conchita, comencé a lamerla de arriba abajo, hasta su anito, pausadamente, sin apresurarme, como dejando que las cosas fluyeran naturalmente, y así fue porque al poco rato, sus piernas apretaron fuertemente mi cabeza y vi un chorrito de juguito sexual, manar de su rajita, lo lamí y me tragué hasta la última gota. ¡Aquello era algo maravilloso!, fue entonces cuando sentí su mano colocarse sobre el bultote que se había formado en mi pantalón, y con voz apenas perceptible, me dijo: ¡que pitote tienes!, ¿te gusta?, le pregunté, y ella sin responderme asintió con su cabeza y sonrió. ¿Quieres verlo?, pregunté maliciosamente y ella nuevamente asintió con la cabeza. Acto seguido, me incorporé un poco, y abriendo la bragueta del pantalón, con mucha dificultad, pude sacar ese enorme trozo de carne de 21 cm de largo y 2 pulgadas de diámetro. Pude ver como sus ojos se salían casi de las órbitas, al verme aquella arma. Le dije: ¿quieres tocarlo?, y sin más ni más, se inclinó sobre éste, y tomándolo con ambas manos, sin poder siquiera cubrir la mitad de éste, comenzó a subir y a bajar el pellejo, dejando por momentos, totalmente descubierta la descomunal cabeza, sin quitar un momento la vista de aquel objeto sexual, como absorta.

Le pregunté que si nunca había visto un pene, y me dijo que no, que en la vida real no, que solo había visto algunos en unas revistas para adultos que habían llevado unos compañeros de su escuela, pero que no se comparaban ni en lo más mínimo con el tamaño del mío, que era enorme, que como era posible que se pudieran tener relaciones sexuales con tremendo armamento, que debía doler mucho. Le dije que si se hacía con cariño y ternura, el dolor pasaría rápidamente para dar pasó a un placer indescriptible. Me miró fijamente y me preguntó: ¿quieres hacérmelo?, ¿que? ¿el amor?, bueno, solo si tu quieres y si guardas el secreto, ya que tu eres aún una niña y yo ya soy un hombre, si alguien se entera, me meterías en un grave problema, a lo que ella respondió, no, como crees, en verdad quiero que me hagas tuya, ya, por favor, ¿si?, y le respondí, nada me haría más feliz, mi niña querida. Le dije que si antes de penetrarla me podía dar una mamadita con su boquita y así fue, apenas podía introducir en su tierna boquita la cabezota de mi enorme verga, lo hacia una y otra vez, como alucinada, hasta que comencé a sentir temor de una eyaculación prematura, así que retiré suavemente su boquita de mi miembro y tiernamente la recosté sobre la cama, bajé lentamente sus braguitas ya empapadas por la excitación y abriendo sus piernas nuevamente comencé a lamerle su conchita, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, una y otra vez, hasta su ano, y luego le introduje lentamente mi dedo meñique en su coño que parecía tener vida propia ya que se contraía y se dilataba repetidamente al compás de aquella deliciosa mamada, podía nuevamente saborear sus juguitos vaginales que tenían un sabor agridulces y olían a perfume de rosas. Luego, cuando noté que su vulva estaba más dilatada, saqué mi dedo meñique e introduje mi dedo anular, mientras seguía lamiendo aquella virginal rajita de amor. Ella jadeaba y gemía como gatita, hasta el punto de preocuparme de que su mamá o alguna hermana pudiera escucharla, por lo que le dije: shhhhhh, no grites, mi niña, nos van a escuchar y ¡la que se va a armar!, así que tuvo que cerrar sus labios y morderlos en ocasiones, mientras apenas escuchaba un sonido gutural salir de su boca, fue entonces cuando le pregunté: ¿Estas preparada?, ¿Quieres que te la meta hasta el fondo?, mientras tomaba con mis manos mi enorme erección, y ella contestó que siiiiii, por favor, ya la quiero adentro, hazlo con cariño, papito, ¿si?, claro que si. Me coloqué encima de ella, sosteniéndome con los codos para no sofocarla con mi peso, y besé nuevamente su boquita, introduciendo mi lengua hasta su campanilla, mientras que, con mi mano apuntaba mi troncote, de tal manera que la cabezota quedara justo en la entrada de su coñito, aún virginal. Fue entonces cuando, como con la mirada, la advertí de lo que se acercaba y ella cerró los ojos y apretó sus labios contra los míos, al momento en que presionaba mi cintura contra la de ella, de una forma casi brutal, ya que aquella rajita era minúscula en comparación con mi verga. Ella gemía en silencio, mientras nos besábamos, y así seguí presionando, hasta que poco a poco, sentí que su himen cedía a mis bajas pasiones, pudiendo entrar ya el glande hinchado en su estrecha cavidad y luego, pausadamente dejaba que entrara un poco más aquel enorme falo dentro de su ser, lo que hacía que Sandrita fuera una mezcla de sentimientos encontrados de dolor y placer. No apresuré las cosas y dejé unos cuantos segundos lo que había entrado de mi pene dentro de ella, sin moverme, para que poco a poco su estrecha vagina se fuera amoldando a mi, luego empujé un poco más, sintiendo como se deslizaba lentamente mi pene por su caverna de amor, hasta el punto en que ya no entró más, sentí que mi glande tocaba algo, algo que ya no podía ser avasallado, cual himen virginal. Había seguramente alcanzado su entrada uterina y ¡lo increíble es que aún quedaba un poco menos de la mitad de mi verga por entrar!. Tuve que resignarme a llegar hasta allí y suavemente comencé mis movimientos naturales de entrar y salir, entrar y salir, y sentía como el cuerpo de aquella jovencita se arqueaba, jadeaba, gemía y sufría de increíbles espasmos su vientre ante aquel delicioso galopar.

Así estuvimos por alrededor de media hora, yo tratando de contener mi orgasmo y de disfrutar al máximo aquel momento divino, que probablemente no iba a experimentar nuevamente en mi vida, y ella disfrutando de un placer indescriptible, luego de que el dolor en sus entrañas había desaparecido gradualmente. Durante esos instantes, sentía como mi verga continuamente era bañada por los jugos vaginales de Sandrita, producto de sus múltiples orgasmos y veía como sus ojos se humedecían cada vez que se venía, hasta el punto en que el rubor en su rostro comenzó a dar paso a un palidecer evidente y a formársele unas sensuales ojeras bajo sus lindos y vidriosos ojos, fue entonces cuando comprendí que era el momento de acabar. Saqué mi enorme, duro e hinchado pene de entre sus entrañas y lo coloqué sobre su lindo rostro, mientras me lo sacudía con violencia, para dejar paso al más placentero orgasmo jamás experimentado en toda mi vida. Chorros enormes de semen bañaban literalmente el rostro y cabello de aquella niña, uno y luego otro y otro, fue algo increíble. Su rostro quedó completamente cubierto por aquella leche hirviendo, mientras apenas podía respirar, debiendo abrir su boca, la cual también ya había sido completamente saturada con mi semen y escurrían chorros blancos por sus orejitas y su cuello.

Aquello fue la experiencia más linda de mi vida. Desgraciadamente, Doña Delfina, algo sospechó y al poco tiempo me exigió que me fuera de su casa y que me alejara de la niña, por el bien de todos.

Creo que fue lo mejor, pero, al fin de cuentas, mi fantasía ya se había hecho realidad.

Espero que les haya gustado mi relato ficticio.

 

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