Relatos Eróticos Filial

Una buena madre | Relatos Eróticos de Filial

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Acababa de cumplir los dieciocho años cuando todo esto ocurrió. Pasó sin buscarlo, sin haberlo planeado nunca, pero desde entonces mi vida tomó otro rumbo, inimaginablemente más pleno. Y todo ello pasando por encima del más prohibido de los deseos: el incesto. Sí, como fantasía todos hemos tenido una alguna vez, pero sin más anhelo que el de un pensamiento caliente, más por prohibido que por deseo.


Mi madre es una mujer de lo más corriente, una madre tipo de su edad, con su físico de 40 años y dos hijos en su haber. Y yo, típico adolescente, me había masturbado infinidad de veces pensando en ella. O incluso algo más, probando el peligro, lo inaccesible: me había hecho más de una paja espiándola mientras orinaba con la puerta entornada, o cambiándose de ropa, o mientras dormía la siesta. Le levantaba un poco la falda para verle las bragas, o miraba de cerca por entre su escote sus grandes tetas mientras me la meneaba; incluso rocé más de una vez mi polla tiesa en sus manos o en su cara. Despierta, sólo le había arrimado el paquete a su culo con la excusa de llegar al armario de los vasos mientras ella fragaba los platos, o le daba algún cachete inocente en sus nalgas. Todo esto, claro, de una manera casi inconsciente, sin pensar que era mi madre y que era una mujer: en mi mente adolescente sólo era ver unas tetas, hacerse unas pajas y poco más.


Pero todo cambío un día cuando mi hermano pequeño, de quince años, tuvo que ir al médico porque su pene tenía demasiado estrecho el prepucio y se lo estrangulaba cuando empezó a tener sus primeras erecciones. El médico, para intentar evitar una operación, sencilla pero molesta, le ordenó unas pomadas dilatadoras y unos ejercicios, y advirtió a mis padres para que siguieran su evolución y le informaran. Mi hermano no tenía constancia y mi madre siempre estaba recordándoselo; mi hermano se quejaba por pereza y no se aplicaba las pomadas ni hacía los ejercicios, consistentes en subir y bajar la piel, una vez erecto el pene, y forzar de vez en cuando un estiramiento que siempre resultaba doloroso. Mi madre decidió encargarse ella misma de que hiciera los ejercicios. Incluso nos hizo intercambiarnos el cuarto para ver si dándole más intimidad conseguía que cumpliera con la prescripción médica.


Con el nuevo cuarto vino un descubrimiento mayor: mi madre dejaba de ser sólo mi madre para pasar a ser una mujer y deseable. Mi cama se apoyaba en la pared del cuarto de mis padres, y desde el primer día que conseguí oirlos follar, sus jadeos, los ruidos de su cama, las obscenidades que se decían para calentarse, mis espionajes, tocamientos, y por supuesto, mis pajas, crecieron en progresión geométrica. Y también mis atrevimientos: me la sacudía, sin correrme, por debajo de la mesa mientras comiamos, mirándola; o en sus siestas, me corría a su lado si esperar a hacerlo en el baño. Cuando se iba a casa de mi abuela, me entraba al servicio con una foto suya, la llamaba por teléfono y le echaba la leche por la cara al portarretratos mientras oía su voz.


A todo esto, mi hermano seguía sin hacer caso de su problema, y mi madre, harta, decidió que si no se lo hacía ella no habría manera de evitar la operación. Así, cada tarde, cuando mi padre salía a trabajar, para que no se enfadara con mi hermano, mi madre iba a su cuarto, le hacía bajarse los pantalones y ella misma le aplicaba la pomada y le bajaba la piel a tirones a la polla de mi hermano. Yo les espiaba sin que me vieran: mi hermano, aunque empalmado, estaba totalmente avergonzado, y hacía como que leía un cómic para taparse la cara y no ver lo que le estaban haciendo. Yo no conseguía entenderlo; le tenía la mayor de las envidias: mamá le hacía una paja cada tarde, sin corrida, claro, y el muy imbécil no quería ni verlo. ¡Para morirse! Yo sólo alcanzaba a, como buenamente podía, pajearme sin que me vieran espiarlos, aunque tampoco me era difícil: mi hermano tapándose la cara y mi madre haciendo su trabajo... Un día, y aunque no me pilló con la polla fuera, sí me vió espiándoles, y, cuando acabó con mi hermano vino a mi cuarto a reconvenirme:


-Juan, ¿ te parece bonito mirar a tu hermano, con la vergüenza que sabes que tiene?- me dijo. –Si se llega a enterar, ya podemos acabar el tratamiento.


Yo, confuso, y sabiéndome culpable no sólo de eso sino de hacerme pajas mirándola, dije lo primero que se me vino a la cabeza:


-Es que creo que yo también tengo ese problema aunque no tan grave, claro, y tengo un poco de miedo, y quería ver que le hacías, y ...- ya no supe que más decir, pero no sabía que, sin querer había hecho diana en el centro.


-¡Vaya, hombre, voy a tener que tocarle el pene a todos los hombres de la casa! A ver, enséñamela, no tengas vergüenza.


¡¿Vergüenza?! No sabía ella las ganas que yo tenía. Después del primer segundo, mientras se agolpaban en mi mente todas mis fantasías, y mi polla empezaba a ponérseme morcillona, me hice un poco el remolón. Mi madre, sentándose en la cama, me hizo poner delante de ella y empezó, impaciente, a desabrocharme los pantalones. De un tirón, me bajó pantalón y calzoncillo hasta los pies, y cuando levantó la cabeza, mi polla, bastante gorda ya, aunque gacha, apareció ante su cara:


-¡Caray, Juan, esto no es el pitito de tu hermano! ¡Jolín, ya es como la de papá!-me dijo, divertida.- A ver como tienes esto...-decía, mientras me cogía la polla con una mano y se ayudaba con la otra para bajar la piel. Encima, con un mohín muy suyo, frotaba la punta de la lengua con su labio inferior, poniéndome más cachondo, si cabe, de lo que me estaba poniendo capullando y descapullando mi polla. Al poco, se dio cuenta de que una polla totalmente tiesa apuntaba a su cara. Sorprendida, pensativa, me miró sin dejar de pelármela unos segundos más, y, de repente, algo azorada, se levantó y me dijo que creía que no tenía ningún problema, pero que me la vería de vez en cuando para cerciorarse; me dijo que cenariamos en una hora y salió. Yo no salía de un estado de embriaguez mental, y no sabía si gritar de rabia o dar gracias por parar en aquel momento, poque unas sacudidas más y hubiera eyaculado en la cara de mi madre. Me tumbé en la cama sin temer que entrara mi madre, o dándome igual, y me la meneé con fuerza hasta que me corrí murmurando "mamá, mamá" entre jadeos de placer.


Durante toda la semana siguiente seguí masturbándome espiando a mi madre, pero sin correrme: quería provocarme un recalentón para que, si surgía una nueva ocasión, mi madre me sacara la leche a la menor sacudida.


Y la ocasión se presentó un viernes por la tarde, una semana y media después, cuando mi hermano se había librado de su ración de paja desaprovechada porque mi padre se lo llevaba a un campamento del colegio a unos 130 kms. de nuestra ciudad. Mi madre entró en mi habitación y me dijo:


-Venga, Juan, que hoy no tengo al cabezota de tu hermano, y puedo verte a ti- dijo, sentándose de nuevo en la cama. Yo no le quitaba los ojos de encima: llevaba el camisón de dormir, sin sostenes, y era como tenerla desnuda delante de mí. Mi madre se proponía avergonzarme creyendo que yo me asustaría de pensar en que una nueva erección me pusiera en evidencia delante de ella; así, vistiendo provocativamente, esperaba que yo apartara la vista y evitara la excitación. ¡Qué equivocada estaba! Yo no podía dejar de verle las tetas, y verla a ella desabrocharme los botones del vaquero con mi paquete a centímetros de su cara me volvía loco de deseo. En aquel momento creo que se dio cuenta de su error, pero ya no podía hacer nada, así que me bajó de nuevo los pantalones, asió mi polla tiesa y empezó a capullar y descapullar como si no pasara nada. Miraba mi glande aparecer y desaparecer y después me miraba a mi, para seguir mirando mi polla otra vez, y así durante algún minuto. Después me miró otra vez con cierta expresión de duda; creo que, la pobre, debió de pensar que yo estaba como un burro porque ella misma me había provocado el calentón con aquel camisón; miró hacia mi polla otra vez, y yo creí que en aquel momento se levantaría y se iría, dejándome otra vez con la polla a reventar; pero en vez de eso, me cogió la polla más fuerte con la otra mano, como dejándome ver del todo sus tetas moviéndose al ritmo de su mano que, ahora sí, decididamente se movía a ritmo de paja. Cuando empecé a suspirar fuertemente, intuyendo la inminente corrida, acercó mi polla a sus tetas, y en el momento que el glande tocó su piel, chorros de leche, hirviendo de cientos de pajas retenidas durante 10 días, saltaron de mi polla para estrellarse en el cuello y las tetas de mi madre, entre jadeos que la llamaban "mamáaaa, mamáaaa". Ella no dejó de meneármela, con los ojos entornados, la mirada fija en el surtidor de esperma y la boca un tanto entreabierta, hasta que la última gota de semen resbaló hasta su mano, y, después, se levantó de la cama y se fue de la habitación.


Yo creo que lloré de gusto cuando me acosté en la cama, regodeándome con el recuerdo de lo que había pasado momentos antes, pero una punzada de preocupación me invadió, pensando en que me había aprovechado de mi propia madre, así que salí para ver que hacía o si le iba a decir algo, o ...
Mi madre se había quitado el camisón, manchado de mi leche, se había limpiado el pecho y estaba sentada en el retrete desnuda, meando como tantas veces la había visto mientras me masturbaba con los ojos clavados en el culo de mis sueños; pero tenía la frente apoyada en sus manos, los codos en las rodillas, en una posición que me dio a pensar que estaba preocupada por lo que acababa de hacer: había masturbado a su propio hijo, primero, creo, sintiéndose un poco culpable, y, luego, un poco caliente por la situación, lo que le hacía sentirse muy confusa, asustada y preocupada.


-Mamá, ¿te encuentras bien?- dije yo, sacándola bruscamente de sus pensamientos. Ella, sin moverse, me respondió en un tono serio, de disculpa:


-Lo siento, Juan, hijo, no ha sido culpa tuya; no sé que me ha pasado, ni porqué... No te preocupes, no volverá a pasar...Vas a pensar que tu madre es una puta, y yo...


Seguía hablando, pero yo ya sólo veía a la mujer que me acababa de hacer la mejor paja de mi vida, mi madre, desnuda, con las tetas colgando hacia los muslos, con aquel hermoso culazo redondo a pocos centímetros de mi verga, que ya estaba dura otra vez, y que solamente quería tener más sexo con ella. Me acerque, puse la polla delante de su cara, que ella mantenía agachada entre sus manos, me armé de valor y le dije:


-Mamá, tranquila, te quiero mucho. Mucho más que antes; mírame;... y házmelo otra vez.


Mi madre, sobresaltada por mis palabras, alzó la vista y allí tenía otra vez delante de ella la polla tiesa de su hijo, la polla que la había hecho perder la cabeza. Pero ahora, mi madre, en un segundo, eligió entre su culpabilidad y rechazo, y su deseo y excitación. Su elección le hizo abalanzarse hacia mi, y, cogiéndome de las nalgas, me atrajo hacia ella, metiéndose la polla en la boca de un solo golpe, para, entre jadeos de auténtica zorra, mamarme la polla como nunca antes debió haber hecho: lamía mi glande, mamaba la polla, chupaba mis huevos mientras me la pelaba, me apretaba las nalgas y me metía algún dedo en el culo, y me hablaba como yo ya sabía que le gustaba después de mis espionajes en la pared de mi habitación, sólo que no se las decía a mi padre sino a mi:


-¿Te gusta, cariño? ¿Te gusta ver como la puta de tu madre te chupa la polla? Dímelo, vamos, dímelo- mi madre se había vuelto hacia el lado opuesto de su conciencia culpable, herida por el incesto, y con esa lujuria derramada, superar la culpa con sexo puro... y duro. Mis sueños más ardientes se veían, más que cumplidos, superados. Había convertido a mi madre en una verdadera guarra hambrienta de sexo.


Yo bajaba mis manos hacia sus tetas, estrujándoselas, o le acariciaba el culo, metiéndole un dedo en el ojete como un gancho o dándole palmadas en las cachas. Me ponía ciego de vicio cogerla de la barbilla y ver como se llenaba la boca con mi polla hasta que mis huevos golpeaban en sus labios, o como éstos abrazaban arriba y abajo todo el rabo desde la punta a la raíz en un movimiento continuo que alternaba con caricias de su lengua. Y toda la calentura iba saliendo por mi boca, como ella quería:


-Sí, mamá, sí, me gusta; qué bien lo haces, mamá, eres una puta chupapollas; y quiero correrme en tu boca y que te bebas mi leche; sigue, ...mamáaa, putaaa...


Ella, sin contestarme más, aceleró el movimiento de mamada, tocándome el ojete y apretándome los huevos hasta que no pude aguantar más y me corrí...


-¡¡Me corroo, mamáaa,... eres una puta, mamáaa, putaaaa...!!-grité, muriéndome por un par de minutos, mientras mi madre se tragaba toda la leche que podía.


Por fin, acabó mi orgasmo y me abracé a ella como cuando era pequeño, rodeándole el cuello y besándola:


-¡Mamá, te quiero, te quiero!


-¡Y yo cariño, y yo a ti!- y así estuvimos un minuto mientras mi corazón bajaba del cielo para entrar en mi cuerpo de nuevo. Pero mi madre no lo quería allí mucho tiempo, y, levantándose y agarrándome del nabo, aún gordo, me arrastró fuera del baño y me tiró encima de la cama:


-¡ Aún no has acabado, hijo mío!¡Hay mucho por hacer! Mi madre, a horcajadas sobre mí, me besaba el cuello, me pasaba las tetas por la cara, me acariciaba los huevos, y yo no tenía más manos para sobarle el culazo. Mi polla se encabritó en un minuto de acción maternal.


-Así cariño mío, y ahora, mete ese pollón tuyo en el coño de tu mamaita. ¡Fóllame, amor mío, fóllame bien fuerte! Yo rugía de deseo con cada palabra que me decía. Oir a tu madre decir todo eso y verla abrirse de piernas cogiéndose de las rodillas, mientras con cara de lujuria agita su lengua como una cerda es algo que ningún hombre podría soportar. Nuevas obscenidades salían por mi boca mientras, como un martinete, mi polla entraba hasta lo más profundo de su ser, para salir un segundo y volver a entrar con más fuerza. Sus piernas abrazaron mis riñones y sus manos apretaban mis nalgas haciendo que costara trabajo salir de ella. Su lengua chupaba mi boca cuando no me llamaba, excitándose con la idea de que era su hijo con quien estaba follando:


-Juan, hijo, fóllame.¡Fóllame, cabrón!¡Rómpeme el culo, hijo de puta!- y diciendo esto, estalló su orgasmo en mil llamaradas que salían por cada poro de su piel, mil gritos atronando en mis oidos:


-¡Me corrooo, me corroo!¡Qué gustooo! ¡Ahhhhh!!!! Yo no paré de bombear hasta que noté que sus miembros aflojaban su presa; entonces saqué mi polla ardiendo y me sente sobre sus tetas. Mi madre me agarró la polla y me hizo una paja, sacándome la lengua lujuriosa para que golpeara mi glande:


-¡Aahh! ¡Ahhhg!- no podía hablar, con la boca abierta y la lengua moviéndose como una serpiente viva que quisiera comerme la picha, pero sus jadeos y su mirada de perra me daban a entender lo cachonda que mi madre estaba por todo lo que ella y yo, madre e hijo estábamos haciendo. Un segundo más tarde me dejé ir por última vez aquel día, mirando como mi leche llenaba la cara de mi madre, que entre lengüetazos, seguía:


-¡Dame tu leche, hijo, llena de leche a tu mami! –suplicaba mientras lamía mi polla, limpiándola de semen, pasándosela por toda la cara, poseida por un furor increible.


Exhaustos, nos tendimos en la cama, nos estuvimos besando con las piernas entrelazadas, y cogiéndonos por el culo nos dormimos hablando sobre cómo y cuándo hariamos partícipes de nuestro juego de amor tanto a mi hermano como a mi padre: mi madre ya soñaba, y yo también, con verse llena con tres pollas a la vez, la de su marido y las de sus hijos. Espere que nos cueste tan poco como lo fue empezar para nosotros.

 

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