Relatos Eróticos Flechazos

En los grandes almacenes | Relatos Eróticos de Flechazos

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Esto que voy a contar ahora es real, al menos las situaciones lo son, aunque está claro que yo no puedo relatar los hechos objetivamente, si puedo decir que he intentado contarlo sin "inventarme" nada. Que lo disfrutéis: La historia comienza en julio del 96, buscando un trabajo que me diera un dinerillo que gastarme durante el resto del año, así que tras mucho buscar, encontré un trabajo como reponedor en unos grandes almacenes, nunca había trabajado en eso, pero me adapté rápidamente, y tras 15 días trabajando de madrugada, conseguí trabajar por la tarde, un turno mucho más cómodo. El primer día que trabajé por la tarde todo el mundo me trató de mala manera, sobre todo el encargado, (en este caso encargada) de coordinar a los reponedores, pero no le di la mayor importancia, al fin y al cabo era el novato.

Era la hora del cierre y ya no había nadie en el centro comercial, salvo los reponedores; yo me quedaría hasta las doce de la noche trabajando, y eso hacía hasta que al agacharme a coger una caja, noté un pellizco en el culo, que casi me hizo daño, me quedé un segundo así, sin saber que hacer, cuando vi por debajo de mis piernas otras piernas ¡de mujer!, me di la vuelta y contemplé a mi jefa con traje de calle, una blusa que se transparentaba, sin sujetador, y una falda bastante corta, tenía un foco detrás y esa visión de sus tetas bajo la blusa transparente, y el pellizco en el culo me pusieron cachondo, así que la agarré antes de que pudiera reaccionar, ella intentó zafarse, y consiguió que nos fuéramos los dos al suelo, entre las cajas de fruta que debía trasladar.

Ella cayó sobre mí, y jugó a dominarme sujetándome las muñecas contra el suelo, yo ya tenia la polla completamente dura, y ella sentada encima lo notó, se levantó la falda a la altura de la cintura y comenzó a mover las caderas lentamente hacia delante y atrás frotándose contra mí, sin quitarse las bragas, ya húmedas, que dejaron ver un coño depilado, pero con un pequeño matojo negro sobre el clítoris, que chorreaba y deseaba sexo. Tras un rato eterno, paró y me desabrochó el cinturón, me bajó los pantalones y los calzoncillos a la altura de las rodillas, cogió mi verga con una mano y empezó a masturbarme con fuerza, mientras con la otra mano jugaba con mis huevos, yo solo podía jadear de placer en aquel momento, Así hasta que decidió ponérsela en la boca, un par de lametones para lubricarla y empezó a chupármela y mamármela, arriba y abajo, como una loca, sin parar; siguió un rato así hasta que casi me vine y la cogí por la cabeza, pero ella consiguió zafarse, paró y me dijo que no quería terminar así, que ahora me tocaba a mí.

Me quité los pantalones, y todavía con la polla erecta, la tumbé en el suelo boca arriba, y sujetando el pequeño trozo de tela húmedo que eran sus bragas, vi un clítoris carnoso y mojado, y aunque me sentía explotar la polla todavía tendría que esperar, le lamí los labios, y comencé a succionar suavemente y a lamer el clítoris, metiéndole también un dedo húmedo, lo que provocaba leves espasmos en sus piernas, que me sujetaban la cabeza.

Cada vez pedía más, y yo la masturbaba cada vez más rápido, además rompí los botones de la blusa, y comencé a magrear y a pellizcar los duros pezones con la mano libre, ella movía sus caderas con frenesí, mientras jadeaba, hasta que note que se iba a correr, y yo también decidí que no quería acabar así tampoco, así que paré, me arrastré hacia delante, le aparté de nuevo las bragas y coloqué la polla, que seguía dura, en la entrada de su cueva, totalmente lubricada, ella abrió las rodillas, yo le mordí los labios y le metí la polla suavemente pero hasta el fondo, los dos comenzamos a mover las caderas; a cada acometida mía, seguía un movimiento reflejo suyo, hasta que empecé a metérsela más rápida y más violentamente, ella ya casi no se movía, solo se entregaba y recibía los pollazos con la boca entreabierta; al fin nos corrimos los dos a la vez, abrazados, besándonos y sintiendo cada uno los espasmos del otro.

Estuvimos un rato tumbados en el suelo, y después ella se levanto sin decirme nada, cogió sus bragas, se bajó la falda, ató como pudo su blusa, y me dijo sonriendo: "Venga, a trabajar so gandul, a ver si te ganas el puesto de empleado del mes". La cinta de las cámaras de seguridad se encargó de que ninguno de los dos pueda ser nunca empleado del mes en esa empresa

 

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