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Abel la dulce | Relatos Eróticos de Gays

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

El viaje hasta su apartamento se me hizo bastante corto, aún con sus cuarenta kilómetros. Abel me abrió la puerta vestido sólo con su albornoz, todavía con el pelo mojado. Sonriendo,después de las presentaciones y de una brave charla, me invitó a sentarme en el sofá mientras él terminaba de sacarse el jabón i arreglarse. Era un típico piso de estudiante, pequeño y con libros por todas partes. Un aparente desorden se mostraba por las escasas dependencias que alcanzaba a ver. Al chico lo conocía hacía relativamente poco, algo más de un mes. Respondiendo a un contacto nos enviamos un puñado de mails, aunque hasta el quinto o sexto no empezamos a intercambiar fotos. A mis treinta años justos, le sacaba ocho a él. Sin embargo, Abel parecía aún más joven. El maravilloso pelo rubio que no había visto en las fotos, ayudaba bastante a ello. También sus facciones suaves, casi aniñadas, le daban un aspecto de ángel maravilloso. Se había mostrado muy amanerado ya en los correos, pero en persona lo era algo más, si cabe. Eso me encantó ya de buen principio. Oyendo de fondo el correr del agua en la ducha me acerqué el vaso con el cubata que me había servido mientras, en el suyo, se iba formando una capa de agua por el contraste de temperaturas en la habitación. Tras un sorbo chafardeé un poco en un revistero del que saqué una revista de divulgación científica, casi oculta entre una montaña de revistas del corazón. A los cinco minutos de hojearla, Abel me dijo desde el baño que si quería podía poner la tele o música. Acercándome al mueble descubrí una extensa colección de música de varios estilos. De entre los compactos escogí el que mejor me pareció y lo puse en el lector. Volví al sofá y me acomodé en él disfrutando de la música y la bebida. No pasaron más de dos canciones cuando apareció "ella".

Sin decir nada, caminó pavoneándose por delante de mí hasta quedar justo enfrente, a unos tres metros. Saltaba a la vista que sabía muy bién lo que se hacía. Talones altos en unos zapatos rojos, medias negras con liga, minifalda blanca a juego con una corta americana que ocultaba un top fucsia..., un conjunto magnífico. También a su físico le había dado un buen repaso, lo único que no le hizo falta fue la peluca, le bastó con dar volumen a su precioso pelo que se revelaba ahora como una media melena arrebatadora.incluso los bonitos pendientes flanqueando su maquillada cara se mostraban cómo de lo más femenino. Una auténtica diosa a mis ojos. Coquetamente, se sentó a mi lado y tomó su cubata. Charlamos largo y tendido de nuestras aficiones, aventuras y mil y un temas que nos vinieron a la cabeza mientras la "anfitriona" no dejaba de llenar los dos vasos. la velada ya era encantadora y la idea, sugerida en nuestra correspondencia, de salir a tomar algo de esa guisa se mostraba cada vez más accesoria. Poco a poco nos íbamos acercando, cada vez que Clara, cómo se hacía llamar, se levantaba por algo se sentaba luego más cerca. Hasta que nos tocamos. Fue algo eléctrico, cómo la primera vez que me arrimé a una muchacha. Nuestras manos, con sus hermosas uñas pintadas se encontraron y se fundieron en un preludio de lo que iba a suceder. A partir de ese momento, todo sucedió más deprisa.

Sin remedio ni premeditación pasé mi mano por su espalda, abrazándola y atrayéndola hacia mi. En un instante nuestras bocas se unieron. El primer beso fue como una toma de contacto, solo los labios se juntaron brevemente. Separándonos, nos miramos a los ojos un instante; antes de que darnos cuenta, ya estábamos otra vez unidos por la boca. Pero esta vez nuestras lenguas se conocieron y se unieron tanto como nuestras manos momentos antes. Los manoseos ya eran ahora generalizados, nos acariciamos por encima de la ropa reconociendo la mayor parte de los rincones de nuestros cuerpos. Los besos se esparcían ahora por las mejillas, el cuello, las orejas... Hasta que la calentura fue tal que abandonamos los planes para nuestra cita. Lejos de prepararnos para salir, Clara se levantó y dejó caer sus faldas para mostrarme unas preciosas bragas negras como las medias. También la corta chaqueta a juego cayó sobre una silla dejándose puesto el cortísimo top que apenas ocultaba sus planos pechos. Radiante cómo la más hermosa de las mujeres, se acercó a mi, todavía sentado. Tirando de mis brazos, no le costó nada llevarme a su habitación.

En ella una cama grande para el tamaño del cuarto, pegada a la pared, se mostraba preparada para acogernos. La dulce Clara se sentó en una de las puntas y comenzó a desbotonarme la camisa. Luego me soltó el cinturón y entreabrió los pantalones sin llegar a tocar nada. Besó mi pecho mientras, por encima de los levis, acariciaba mis nalgas. La lengua se movía juguetona por entre mis tetillas y yo ya tenía los pezones como los de una chica. No pude aguantar más aquella excitación y, poniéndome a su altura, volví a besar al joven travestí. La recosté suavemente en la cama y me desnudé por completo en un momento, puesto que "ella" había hecho ya parte de la faena. Volvía mirarla y vi entre sus piernas, oculto por sus bragas, un bulto que no conseguía empañar su lado femenino en absoluto. Cómo un león en celo me tumbé ante él y comencé a besar su tersa barriguita. El top me impedía llegar más arriba, dónde estaban las tetas que deseaba morder, chupar y lamer. Así que decidí tirar para abajo. El ombligo y sus aledaños se mostraron cómo una fuente infalible de cosquillas para mi amante pero, inexorablemente, descendí hasta dar con la goma de las braguitas. Entre el delicioso olor del gel de baño, casi camuflado, me llegó otro que no reconocí en ese momento. Reseguía la piel inmediatamente superior a la goma arrancando gemidos a Clara, cuando descubrí la fuente de aquel nuevo perfume. Una mancha húmeda, pequeña pero nítida, indicaba el lugar en el cual se ocultaba el glande del muchacho. Lo lamí por encima de la suave tela obligando a gemir aún más a Carla. Estaba durísimo, tanto que parecía mentira. Acariciaba dulcemente las bolas que se revelaban al final del gigantesco clítoris hasta que estalló en mi cabeza un chispazo. No sé si por instinto, saqué aquella maravilla por un lateral de las bragas. Apareció una tranca preciosa, pequeña pero preciosa. Mucho más recta que la mía, con sólo una vena marcada bajo ella y enseñando desvergonzadamente una cabezota roja y mojada. Nunca me hubiese creído capaz de aquello pero, sin dudarlo, besé la punta de aquella verga. Clara pareció temblar por un instante. Tampoco él, por lo que sabíamos el uno del otro, había tenido nunca una experiencia real. Después del primer contacto, sólo atinó a articular susurros de ánimo para mi y mi nueva faceta sexual. Continué hacia abajo besando el tronco de aquella pollita, aunque no ofrecía el gustito del glande, por lo que regresé a él. A Clara le encantó la idea y, apartándome sólo un segundo, se quitó las bragas que quedaron colgando de uno de sus tobillos. Ahora toda su ingle se mostraba cómo un paraíso con poco pelo y bién cortado. Me entretuve unos instantes besanbo el limpio pubis de la chico, lamiendo el interior de sus depilados muslos para volver a la base de la tranca metiéndome los huevos en la boca uno a uno.Volví a mi sitio preferido y alojé el pequeño glande dentro de mi boquita. Teniéndolo dentro, le dediqué unos golpecitos de lengua sacados de los tantas veces leídos relatos eróticos. Decididamente parecían funcionar. El joven gemía cada vez más y comenzaban sus jadeos, los cuales me excitaron tanto que sólo se me ocurrió pajearle a la vez que besaba aquella punta. Llegó sin avisar. Un chorretón de lefa invadió mi garganta y casi vomito. En medio de la sorpresa, saqué su nabo de mi boca pero éste siguió escupiendo trallazos de semen dejándome perdido. Clara se convulsionaba como una puta, corriéndose tan a gusto que chillaba sin darse cuenta. Cuando se relajó, luego de haberme limpiado un poco el esperma que goteaba por mi cara, me tumbé junto a "ella" apoyando mi mano en su entrepierna. Su erección había remitido y la verga estaba ya algo morcillona aunque sentía con total claridad cómo seguía palpitando.

Abrazados y calientes como nos encontrábamos, no tarde demasiado en pedirle a Carla mi propia satisfacción. Sonriendo como una chiquilla traviesa se puso de rodillas a mi lado mientras yo me semiincorporaba. Me senté apoyando mi espalda en la cabecera de la cama y mi polla quedó apuntando al techo. Dura , caliente, nervuda y visiblemente inclinada a la izquierda. Mayor que la de Clara/Abel en diámetro y longitud, fue largamente observada y palpada por el guapo travestí. Volvimos a morrearnos tiernamente sin dejar "ella" su toqueteo, acariciando todo lo acariciable alrededor de mi velludo pubis. Jugando con los huevos, con la tranca y ensortijando el pelo que los rodeaban fue descendiendo hasta la fuente del mayor de mis calores. Repitiendo mis anteriores pasos, besó la caperuza de la verga transmitiéndome un escalofrío mayor que los que me producían las mamadas de mi novia. Siguió tragando lo que buenamente pudo de mi enhiesto falo, casi la mitad. Me encantaba ver cómo el duro miembro desaparecía dentro de su gruta para reaparecer brillante de su saliva. Su lengua reseguía cada uno de los pliegues de la piel que envolvía la polla, causándome unos espasmos casi incontrolables. Sin embargo, al poco rato, levantó su linda cabeza dijo con una casi femenina voz -¡Dámela, mi amor, hazme mujer!-.

Por mi parte hacía ya rato que deseaba oir aquello, aunque no tenía ninguna intención de desperdiciar la inocente pero fabulosa mamada. Decidimos que la desfloración, por lo menos la defloración con "fuego real", debía ser a lo clásico, ya tendríamos tiempo para experimentos si aquello funcionaba. En un periquete se había colocado de rodillas con la cabeza pegada a la almohada. Su maravillosa espalda subía desde la cama para terminar coronada por el magnífico y terso culo de Clara. Le separé las piernas y le orienté los pies hacia el interior. Tras esto su ano quedó totalmente expuesto. Conteniendo apenas mi profundo deseo, besé la parte posterior de sus piernas, degustando el sabor salado de su piel, llegando hasta detrás de las rodillas, dónde sufría unas cosquillas enormes. Lentamente volví a subir lamiendo los muslos de Abel entre sus ronroneos. Aún por encima de las medias percibía con claridad el calor que emanaba mi amante. Pronto llegué a las bonitas nalgas, a las que besé con ternura, y me dirigí al verdadero objetivo.

Un cerrado ano se mostraba en medio de la pulcra rajita de Clara. Lancé la lengua hacia él y pareció abrirse para acogerla al tiempo que un chillidito salió de la garganta de Abel. Estuve un buen rato mojando el esfínter del muchacho/muchacha mientras él no paraba de gemir cada vez más excitado. Al fin, era ya tal la dilatación que podía follarle con la lengua sin ningún esfuerzo.

Clara alcanzó a indicarme el cajón de la mesita de noche entre sus espasmos.Desviando un momento mi atención de su cuevita, obedecí. Como había intuido, en medio de revistas y juguetes de todo tipo, había un frasco de lubricante con base de agua junto a un paquete de condones. Metí uno de mis dedos en el bote y, sacándolo embadurnado con la vaselina, lo enterré muy despacio en el ya abierto ano de Clara."Ella", gimiendo como una perra, buscó el final del dedo hasta que sus nalgas chocaron con mis nudillos. -Tranquila, mi amor, pronto te llegará-, le dije tiernamente al oído. Enseguida procedí a repetir la operaciàn con dos dedos, a lo que también respondia ella de la misma forma: exigiendo su ración de rabo. Mientras me esforzaba en besar su espalda y cuello, pese a lo forzado de mi postura tras de ella, conseguí ponerme el preservativo. Al fin habíamos llegado al tan ansiado momento. Para ambos se trataba de la primera penetración real, aunque nuestras colitas estuviesen acostumbradas a todo tipo de Consoladores, vibradores, clavijas, bolas... , aquel juego prometía mucho más.

Lentamente y en silencio, apoyé la punta de mi rabo en su entrada. Clara se dio por aludida con una inspiración larga y profunda. Apreté suave pero continuo y, en un momento, el maravilloso ano se había tragado la polla.sólo un tenue grito escapó de la garganta de mi amante cuando mi pubis chocó con sus nalgas. Me detuve allí por un rato mientras acariciaba la espalda del chico, le pedí si quería que la sacase pero me lo prohibió tajantemente. Entonces comencé un pausado mete y saca coincidiendo con el inicio de sus gemidos. Pasaba mis manos por encima de sus piernas, sintiendo sus medias que me excitaban más a cada caricia. Aquello iba de maravilla, mejor de lo que habíamos esperado. Pronto me encontré sobando sus huevos, descubriendo que la verga de Clara había reaccionado de nuevo. Mientras la enculaba, le hice una paja más bién torpe, pero que dio fruto en pocos minutos. Sin llegar a correrse, unos jugos viscosos mojaron mi mano y la pasé por su espalda diciéndole frases cariñosas. Estábamos tan enfrascados en nuestrio primer polvo, que no me di cuenta que me venía. Fascinado mirando la polla entrando y saliendo del apretado esfínter, me llegó una sacudida orgásmica que transmití a Abel/Clara en forma de rápidos y duros apretones. Chillé al vaciarme cómo una loca al tiempo que el travestí me apretaba el pene con sus músculos. El placer alcanzó el grado sumo para retirarse lentamente mientras nos dejábamos caer los dos sobre la cama envolviéndonos en besos y caricias.

 

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