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La noche que me hize un hombre | Relatos Eróticos de Gays

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

A mis 29 años trabajo en una compañía de seguros. Mi labor consiste en ir de sucursal en sucursal por toda España revisando los clientes y situaciones en las que trabajan. Soy una especie de auditor interno, más o menos. Llevo en la empresa más de dos años. Llegué después de recorrer otras empresas buscando el trabajo ideal. Éste no lo era, pero me gustaba y además me permitía viajar a gastos pagados por toda España, lo que en el fondo sonaba bien. Éramos un equipo de cuatro personas, recorriendo el país en busca de fraudes. Pero a pesar de mi antigüedad en la empresa apenas conocía a mis compañeros.

Yo no soy nada introvertido, pero el poco tiempo que pasaba en la oficina de Madrid lo dedicaba a trabajar para irme cuanto antes a casa. Me gustaba tener mis aficiones, leer, ir al cine, al gimnasio… la verdad es que vivía bastante bien. Soy un tipo alto, rubio, con una media melena alborotada, que usa gafas de pasta. El gimnasio me permitía mantenerme en forma y moldear mi cuerpo un poco… a todos nos gusta gustar y gustarnos.

En mis viajes de trabajo siempre había viajado sólo pero en aquella ocasión mi jefe se empeñó en probar un nuevo método. Si viajábamos dos personas terminaríamos antes y así sería más fácil abarcar a todos los clientes, además de los gastos que reduciría el ahorrarse habitaciones de hotel, coches alquilados y un largo etcétera. Así que me citó el lunes a primera hora en la oficina para salir desde allí con Jaime.

Jaime era un compañero con el que había coincidido varias veces pero poco más. Apenas teníamos trato ni sabíamos mucho el uno del otro, ya que él llevaba poco tiempo en la empresa.

Así que el lunes, a las ocho de la mañana me presenté como siempre en la oficina para recoger las llaves del coche y salir pitando; en esta ocasión tocaba visitar Jaén. Cuando llegué allí estaba Jaime. Nos saludamos. Yo incluso me presenté, haciéndole ver que casi no le conocía.

Allí de pie esperando a que llegara Julia, la secretaria, con las llaves del coche, en lo que hablábamos del tiempo pude observar un poco a aquel muchacho en el que nunca había reparado. Era apenas unos centímetros más alto que yo, casi cerca de los dos metros, pero bastante más corpulento que yo. Moreno, con el pelo engominado formando una cresta muy informal que contrastaba con la elegancia del traje. Siempre le había visto fugazmente, por lo que aquellos detalles me parecieron interesantes. Tenía la cara afilada, de rasgos duros, a pesar de su edad, unos labios carnosos y ligeramente rosados y unos ojos tremendamente azules que me engancharon a su mirada desde ese momento.

Julia nos dio las llaves y se quedó mirándonos con una cara que lo decía todo. Tenía delante de ella a los dos tíos más altos de la empresa. Yo con mi metro noventa, mi pelo rubio cayendo sobre las gafas y mis ojos verdes, y Jaime con sus casi dos metros, su cresta y sus penetrantes ojos azules.

Nos despedimos de ella y nos fuimos a por el coche. Decidimos que conduciría yo y luego nos turnaríamos. Realmente no había necesidad porque en tres horas no da apenas tiempo a cansarse conduciendo, pero arrancamos así el viaje. Durante el trayecto empezamos a hablar de la empresa y del trabajo que nos encontraríamos en Jaén, de cómo repartirlo para optimizar el tiempo, de cómo serían los compañeros de allí, puesto que ninguno habíamos visitado esa oficina. De ahí la conversación derivó en cómo llegó a la empresa, el tiempo que llevaba y de ahí a nuestras vidas. Jaime enseguida me dio toda su confianza, pues comenzó a hablarme de su vida sin ningún reparo. Supe entonces que había estado a punto de casarse hacía unos meses, pero que al final por “problemas” decidieron suspender la boda y dejar la relación. Me costaba creer que alguien pudiera dejar escapar esa mirada, pero parece ser que su novia lo hizo. Después de eso se independizó y empezó a trabajar con nosotros, puesto que antes lo hacía en la empresa del que iba a ser su suegro. Me preguntó cuanto tiempo llevaba yo, qué me parecía el trabajo y varias cosas más. Al final acabamos hablando de aficiones. La suya era el fútbol. Jugaba en un equipo con compañeros de la universidad y le encantaba el deporte, algo en lo que coincidíamos. Iba a un gimnasio, como yo, aunque el traje no dejaba intuir nada especial.

Y entre unas cosas y otras llegamos a Jaén, localizamos la oficina y nos pusimos a trabajar. Durante el día apenas si coincidimos puesto que yo estuve visitando a clientes de Jaén mientras él se quedó allí. A eso de las seis y media regresé a la oficina y comenté con el director los temas que traía de los clientes. Al poco se incorporó Jaime a la reunión desplegando ante mí una increíble sonrisa. Parecía que le había caído bien y que se alegraba de verme. A esas hora presentaba un aspecto ya cansado; venía sin la chaqueta y se había aflojado la corbata y desabrochado el último botón de la camisa. Se sentó a la mesa y al apoyar los brazos pude ver cómo a duras penas la manga de la camisa aguantaba la presión de aquellos brazos y aquellos bíceps. Creo que se me notó la sorpresa… Mi opinión sobre su trabajo en el gimnasio cambió en ese momento y empezaba a sentir demasiada curiosidad por este chico. Terminamos con el director a eso de las ocho y nos fuimos para el hotel. Aún no habíamos desecho el equipaje desde que llegamos. Una vez en la habitación comenzamos a deshacer la maleta.

La habitación era amplia, con dos camas bastante anchas y una mesilla central y dos a cada lado. Al frente de las camas un armario y la puerta del baño. La verdad es que nuestra empresa no ninguneaba con los hoteles y aquel estaba en la línea de lo que yo conocía.

Jaime me contó mientras tanto todo lo que habían hecho durante el día, a la vez que guardábamos la ropa en el armario. Se había quitado la corbata, al igual que yo, y se había desabrochado otro botón, que ahora dejaba ver brotar el vello de su pecho. No era excesivamente negro, no tanto como su pelo, y por lo que veía adivinaba que no sería muy abundante. La verdad es que ahora ya me moría de ganas por verle el torso completo aunque dudaba cuál sería nuestro comportamiento a la hora de ducharnos o cambiarnos. Y por fin salió el tema. Me dijo que se iba a dar una ducha antes de salir a cenar y yo le comenté que haría lo mismo.

—Si no te importa pasa tú primero, porque tengo que hacer un par de llamadas —me dijo.

Acepté. La pelota estaba ahora en mi tejado pero no quería parecer maleducado o caprichoso. Me quité los zapatos y los calcetines sentado en la cama mientras Jaime empezaba a hablar con alguien por teléfono. Se había tumbado en la cama y miraba al techo. Yo me quité la camisa y entré al baño cerrando tras de mi la puerta. En ese momento, cuando estaba cerrando la puerta, pude ver cómo Jaime se había incorporado y, a la vez que me veía desaparecer en el baño, se estaba tocado el paquete.

Cerré. Aquello me confundió. Podía ser que en ese momento necesitara tocarse, como hacemos todos los tíos en muchos momentos de día inconscientemente. Me miré en el espejo buscando si yo le había incitado a hacerlo. La verdad es que el gimnasio había moldeado mi cuerpo sin llegar a marcarlo en exceso. Una fina línea de vello rubio subía desde mi pantalón y se perdía en mi esternón. Mis abdominales estaban marcadas pero sin ser excesivas y en general tenía un buen aspecto físico. Me desabroché el pantalón, me lo quité y quedé en calzoncillos. Para entonces, con todo lo que había descubierto físicamente de Jaime y aquella última escena, mi polla había empezado a engordar sin llegar a la erección. Pensé que lo mejor sería ducharme y tratar de borrar esos pensamientos y esa media erección por lo que pudiera pasar. No quería que Jaime pensara cosas raras de mí en el primer día. Yo apenas le había hablado de mi vida privada.

Salí de la ducha y agarré el albornoz. Me sequé un poco el pelo y salí a la habitación. Y allí estaba Jaime, sentado a un lado de la cama, en calzoncillos y escribiendo un mensaje en el móvil. Estaba de costado y antes de que se diera cuenta de que había salido pude ver aquel brazo gigantesco y esas espaldas enormes que imaginaba bajo su camisa. El giró la cabeza para comprobar que había terminado y yo para no ser descubierto continué andando hasta el armario quedándome de espaldas a él haciendo que buscaba algo que ponerme. Oí la puerta del baño y supuse que ya estaba dentro. Madre mía. No podía creer lo que estaba viviendo. Un tiarrón impresionante iba a convivir conmigo durante esa semana, y lo peor es que vería y viviría escenas de este tipo durante todo ese tiempo. En ese momento no me creí con fuerzas para soportarlo. En cualquier momento Jaime me descubriría observándole y aquello supondría un problema que habría que explicar. Vaya embolado en el que me había metido mi jefe…

Me acababa de poner los pantalones, y nada más sentarme para colocarme los calcetines se abrió de repente la puerta del baño. Levanté la mirada y vi a Jaime agarrando la puerta con una mano tras él y la otra apoyada en el marco de la puerta. Era la primera vez que lo tenía de frente. En ese momento el tiempo se paró. Le miré tranquilamente el torso deleitándome con sus pectorales marcados y poblados por una capa de vello moreno que dejaba ver lo que había debajo. Bajé la mirada y comprobé que sus abdominales eran una verdadera tabla de lavar ropa, perfectos. Y luego miré su paquete. Llevaba aún los bóxers blancos que le había visto en la cama, sólo que ahora marcaban lo que sin duda era un pollón. Lo cargaba a la izquierda y la bolsa del bóxer estaba completamente llena por unos huevos que suponía igual de grandes. La piernas, de un auténtico futbolista, bien formadas y musculosas continuaban hasta sus pies.

—¿No tendrás champú? Con las prisas creo que me lo he dejado en Madrid.

Aquellas palabras me devolvieron a la tierra. A duras penas balbuceé que sí y me levanté hacia el baño. El se apartó y al pasar rocé sin querer el formidable paquetón de ese Adonis. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Procuré parecer lo más natural posible porque la situación, desde que llegamos al hotel, se me estaba escapando de las manos. Le di el bote del champú y Jaime me devolvió una sonrisa que me hizo pensar que todo iba bien y que quizás no hubiera notado nada extraño en mi comportamiento.

Cerré la puerta y me senté en el borde de la cama mirando fijamente el armario. Oí como empezaba a caer el agua y no pude por menos que imaginarla cayendo sobre el escultural cuerpo de Jaime. Cómo deseaba estar allí para verlo ducharse. Me embobé en aquel pensamiento sin darme cuenta de nada más. Mi polla había crecido considerablemente dentro del calzoncillo pero yo no era consciente de nada. Mezclaba aquella visión, la real y la creada en mi mente, con la idea de terminar el día lo más dignamente posible antes de que Jaime se diera cuenta de que estaba siendo descaradamente deseado. Y en mis pensamientos seguía sumido cuando se abrió la puerta del baño y apareció entre el vapor el cuerpo de mi compañero con solo una toalla a la cintura, que debía ser la de las manos por lo poco que cubría.

Jaime me miró.

—¿Qué haces? ¿Pasa algo? —me dijo, al verme absorto, con la mirada perdida aún mirándolo a él.

—Nada, estaba pensativo —acerté a decir.

—¿Y en qué pensabas? ¿Igual en esto? —y se agarró el paquete por encima de la toalla.

Aquello era insoportable. Me había descubierto, y lo peor de todo es que no sabía en qué momento del día se había dado cuenta de que le observaba. Seguramente fue más rápido de lo que yo pensaba y había estado disfrutando todo el tiempo, poniéndome a prueba para ver cuál sería mi siguiente reacción.

Sin decir más se acercó hasta mí y deslizó su toalla dejando ante mí su polla. Era larga, bastante más que la mía, pero además era gruesa y colgaba en el centro de dos formidables huevos. No podía creerlo. Con todo, fui capaz de ver que tenía afeitada la zona púbica y mantenía sólo un matojo de pelo en la parte superior de su polla. Aquello me hizo calentarme aún más, hasta que Jaime dijo las palabras mágicas: “¿te gusta?”. Aquello fue como un resorte. Me acerqué a aquella polla y comencé a levantarla con la mano. Era pesada y estaba empezando a reaccionar ante mis manos. Comenzó a tomar dureza y a estirarse hasta que ante mí tuve una impresionante polla de unos 22 centímetros. Acerqué mi cara y pude olerla. Después la descapullé despacio hasta encontrarme un glande formidable. Sin más me lo llevé a la boca. Estaba completamente caliente y en mi boca la sensación era increíble. Empecé a abrir la boca para tratar de introducirla lo más al fondo posible mientras que para sacarla apretaba mis labios y mi lengua contra ella para ensalivarla bien.

Jaime empezó a relajarse, colocó sus manos en su cintura y se dejó llevar. Yo proseguí con aquella mamada empujando mi cabeza cada vez más lejos para tratar de tragármela toda. Jaime empezaba a disfrutar porque de su boca comenzaron a salir pequeños gemidos. Su glande empezaba a tocar mi garganta, pero yo seguía forzando para comérmela toda. Era la primera vez que tenía la sensación de tener la boca completamente llena por algo, sólo que aquel algo era una polla tremenda.

Al cabo de unos minutos Jaime sacó su polla y me puso en pie. Me miró con esos ojos azules tan penetrantes y me besó. Un escalofrío recorría nuevamente mi cuerpo al sentir esos labios rodear mi boca. Estaban tremendamente húmedos y su lengua se abría paso en mi boca rebuscando por todos los rincones. Mientras me besaba había empezado a acariciarme los pezones, para después bajar hasta mi bragueta y zafarse de los botones de mi pantalón. Metió la mano dentro y comenzó a masajear mi polla que estaba desde hacía un buen rato demasiado dura.

Al poco sacó la mano del pantalón y de un empujón me tiró contra la cama. Caí en ella y él tiró de las perneras de mi pantalón para quitármelo. Cuando sólo me quedaban los calzoncillos se tumbó sobre mí para seguir besándome. Notaba sus pectorales duros contra los míos y el roce de su vello en mi pecho. Y notaba aquel falo enorme sobre mi paquete. Con sus manos me agarraba la cabeza contra la cama como no queriendo dejarme escapar. Poco a poco sus besos fueron bajando hacia mi cuello y de allí a mi pecho. Me masajeó con su lengua y sus dientes mis pezones hasta ponerlos duros como rocas, y siguió bajando siguiendo la línea de vello que comenzaba hasta llegar a mis calzoncillos. De un plumazo se deshizo de ellos y dejó al aire mi polla, dura y desafiante al techo de la habitación.

Abrió la boca y lentamente empezó a meterse mi polla en la boca hasta que no quedó nada al aire. Era increíble, de una tacada había engullido mi polla, que no era nada pequeña. Noté su garganta y empezó un sube y baja con la cabeza que me volvía loco. Aquel tío, ese desconocido hasta esa mañana, además de estar tremendamente bueno me estaba comiendo la polla de una forma increíble, lo que a pesar del placer, me hizo pensar que no era su primera vez y que tenía una práctica o innata o muy bien adquirida. En una de aquellas agarró mis piernas con sus manos y las levantó de un golpe, dejando al aire mi rubio culo. Pude verle a través de mis piernas como cambiaba su cara al ver mi culo, como en su cara se avistaba algo morboso. Lentamente bajó hasta mi culo y comenzó a pasarme la lengua alrededor de mi agujero. Aquello empezaba a ser tremendamente excitante: me estaba comiendo el culo mi compañero de trabajo!

Preferí no pensar y disfrutar de aquello. Los lametazos cada vez eran más intensos y la lengua de Jaime se empezaba a abrir camino por mi culo. De vez en cuando notaba un golpe de saliva en él para después repartirla con su lengua. Me bajó las piernas y me pidió que me girara para ponerme boca abajo. Una vez así prosiguió con sus lametazos a la vez que con sus dedos masajeaba el exterior de mi culo.

—Tienes un culazo de miedo, cabrón. Y quiero follármelo —me dijo con una voz transformada por la lujuria.

No dije nada, preferí esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Nunca me habían follado. Disfrutaba del sexo con los tíos a tope pero no me gustaba que nada entrara en mi culo, a no ser que fuera una lengua. En alguna ocasión había dejado a alguien meter algún dedo pero la sensación de desagrado era mayor que la de dolor, con lo que había descartado esa practica. Pero aquello era otra cosa. Ese semental quería follarme y no sería yo quien le dijera que no, a menos que la cosa se torciera demasiado.

Y me abandoné. Empecé a pensar, a darme cuenta que aquel tío, aquellos dos metros me estaban proporcionando un placer increíble. Fue tal mi abandono que no noté como Jaime me lubricó el agujero de mi culo y comenzó a masajearlo de tal forma que consiguió dilatarme sin darme apenas cuenta. Y entonces noté como su polla empezaba a avanzar a través de mi culo. Mi primera reacción fue contraer, no notaba nada desagradable ni doloroso, pero el instinto me obligaba. Entonces Jaime se dejo caer sobre mi agarrándome los brazos y con una voz tremendamente susurrante y morbosa me dijo al oído: “relájate Marcos, vas a disfrutar por completo de mí esta noche”. Y diciendo esto arqueó su espalda un poco para clavarme su polla por completo en mi hasta ahora virgen culo.

En ese momento sentí que me desvanecía, que perdía el conocimiento, que no estaba en este mundo. No notaba nada, sólo sentía un placer enorme, parecía que el tiempo no avanzara. Un segundo después noté que la polla de Jaime retrocedía, dejando ardiendo el interior de mi culo, para volver a clavarse entera de nuevo. Volví a sentir aquella sensación, algo más ligera, y así cada una de las veces que Jaime penetraba en mí.

Cuando creyó que estaba lo suficientemente acostumbrado a su gran rabo dentro de mí empezó a entrar y salir con más rapidez. Notaba como cada vez que la metía ardía por dentro pero necesitaba desfogarme más y más, tenía la sensación de gemir y gritar más fuerte. Jaime mientras tanto seguía sobre mí y con su cabeza junto a la mía mientras oía su respiración en mi oreja cada vez más fuerte. Empecé a gemir cada vez más fuerte, me excitaba oírle respirar así y él, al oírme respiraba más fuerte y bombeaba más fuerte. Estaba fuera de mí. Era una sensación completamente nueva que había estado descartando mucho tiempo.

—Fóllame Jaime, fóllame. Quiero que me folles como a una perra.

Oí estas palabras pero tardé en descubrir que las había dicho yo. Era mi otro yo el que hablaba. Era un yo desatado por el placer que estaba recibiendo el que dijo estas palabras.

—Te voy a dar rabo como nunca te lo han dado —me dijo Jaime al oído con una voz completamente morbosa. Comenzó un mete saca cada vez más rápido, su pelvis chocaba contra mi mientras notaba sus huevos golpeando mi culo. Me la estaba clavando hasta el fondo con un compás rápido a la vez que con una de sus manos me había agarrado del pelo y me sostenía así con fuerza, para que no me moviera.

Prosiguió así durante algún tiempo hasta que decidió parar. Se levantó de mí y yo quedé tendido en la cama con el culo completamente roto esperando de nuevo aquella polla. Decidí darme la vuelta con un giro y levantar mis piernas. Mi culo se presentaba ante Jaime dispuesto a volver a ser follado. Él entendió mi actitud y acercó de nuevo su polla a mi culo, metiéndola despacio y sin resistencia, de nuevo hasta el fondo. Empezó a meterla y a sacarla casi al instante. Justo lo que quería colocándome así: ver a ese tiarrón follarme. Ante mí la cara de Jaime completamente desencajada y con una mirada viciosa que me excitó más. Quería verle así. Quería ver a ese semental follándome, empujando su polla hasta el final de mi culo. La imagen era maravillosa y la sensación de placer que estaba disfrutando aún más.

—¿Te gusta como te follo? ¿Te gusta sentir mi polla dentro de ti? ¿Te gusta, cabrón?

Jaime me estaba retando. Estaba tratando de sacar de mi todo. Comencé a decirle que sí, que me diera más fuerte por el culo, que quería sentirle bien fuerte. Él seguía bombeando. De repente paró, clavándomela hasta el fondo. Se quedó mirándome fijamente y me escupió en la cara. Yo instintivamente abrí la boca. Me pasó la mano por la cara limpiándome su saliva y me metió dos de sus dedos en la boca. Yo los agarré con los labios y empecé a pasarles la lengua alrededor. Jaime volvía a follarme, pero estaba absorto lamiéndole los dedos.

En uno de sus bombeos me dio un cachete en el culo. Y al momento otro.

—Toma. Te voy a dar rabo zorra. Te voy a follar bien follada.

Jaime estaba completamente entregado follándome y disfrutaba con ello. Le veía demasiado acostumbrado a estas cosas y eso me ponía a cien. Yo había levantado los brazos y agarraba con toda la palma de mi mano sus pectorales masajeándolos y agarrando sus pezones los pellizcaba. Siguió bombeando un rato más hasta que paró y sacó su polla. Se retiró y yo me incorporé para besarle con vicio esos labios carnosos y sentir su saliva inundando mi boca. “Quiero que me folles tío” me dijo Jaime. Yo le tumbé en la cama pero no para follarle. Aún no quería deshacerme de esa sensación de estar empalado por aquel rabo. Le agarré la polla, la escupí y empecé a masajéasela para después sentarme a horcajadas sobre él. Coloqué su polla completamente vertical y simplemente me dejé caer. Parecía que aquella polla iba a salirse por mi boca. Emití un grito que cambió poco a poco de timbre hasta convertirse en un gemido, en un susurro. Me incliné hacia delante y volví a dejarme caer poco a poco mientras veía la cara de Jaime a cada clavada mía. Estaba realmente disfrutando. Me apoyé sobre su pecho y me coloqué sobre el comenzando a botar. Si hubiera tenido un gorro en la mano lo hubiera movido al aire como si fuera un vaquero. Estaba disfrutando no solo de aquella polla y aquella sensación sino también de la visión espectacular de Jaime tendido en la cama, con su pecho cubierto por ese vello tan erótico que empezaba a brillar por el sudor.

—Que culo tienes, tío. Sigue así botando, tío. Que bien que te mueves zorrita. Sigue, sigue.

Marcos comenzó a hablarme y yo estaba fuera de mí. Comencé a gemir, casi a gritar mientras él seguía jaleándome. Aquello no tenía fin. Mi culo era un saco sin fondo y se tragaba su polla con una facilidad increíble. Cada vez necesitaba más polla dentro.

Marcos me pidió que parara y me retiré de él. Estaba agotado y me abalancé sobre él para besarle y notarle debajo de mi cuerpo. El empezó a besarme mientras me abrazaba y me pasaba las manos por la espalda amarrándome con fuerza para que estuviera más cerca de él. Bajó hasta mi culo y me dio un cachete. Yo reaccioné al golpe y Jaime volvió a hacerlo a la vez que me escupía en la boca, para después pasarme la lengua por ella antes de volver a besarme. Me había puesto a tope, mi polla estaba más dura que nunca y él lo notó.

Me dio la vuelta y empezó a bajar hasta que se la metió en la boca. Empezó a comérmela otra vez y yo me dejé caer hacia atrás y cerré los ojos. Aquella boca era un prodigio. Nadie me había mamado la polla tan bien como este tío. Cuando quise darme cuenta y abrir los ojos Jaime acababa de clavarse mi polla en su culo. Noté su cara, como si una gran carga sobre su cuerpo hubiera salido volando, esa cara era de relajación total, como el descanso merecido. Me lanzó una mirada llena de lujuria y empezó a levantarse y sentarse en mi polla, clavándola hasta el fondo.

Había entrado con total facilidad. No sé si dilató sólo del placer que obtuvo follándome o simplemente no había necesidad de dilatación. Notaba su culo contra mi abdomen. Estaba caliente, por dentro y por fuera. Y Jaime también. Me miraba con ojos lascivos mientras me hacía gestos con la cara. Sacaba la lengua y la dirigía hacia mí, como queriendo que se la agarrara con mis labios.

Mantuvimos esta posición por un rato más antes de tumbarle sobre la cama y comenzar a metérsela despacio, observando como a cada embestida Jaime iba tornando los ojos, cada vez más, parecía que se le iban a salir. En una de esas me agarró de las caderas y me empujó contra él haciendo que le asestara toda mi polla de golpe.

Soltó un grito y empezó a pedirme que siguiera follándole, que le diera bien fuerte, que ahora él era mi perra, que quería que le follara como a una perra, que necesitaba que le follara fuerte.

—Clávame tu rabo tío, clávalo fuerte. Dame bien. Que gusto sentirte dentro de mí, sigue follando a tu perra, no pares.

A mí sus palabras me estaban encendiendo cada vez más y más, y el propio movimiento me hizo temer correrme en ese momento. Así que me separé y me tumbé en la cama.

—Quieres rabo? —le dije— pues lo vas a tener. Quiero que te sientes en mi polla y cabalgues como una autentica puta.

La cara de vicio de Jaime lo decía todo. Estaba deseando hacer eso desde el principio. Se sentó al instante y comenzó a moverse arriba y abajo, moviendo el culo en círculos. Era un polvo increíble. Marcos no dejaba de gritar, de pedirme que le follara más y más, de decirme que así es como se follaba a las perras, que él era mi perra y que hiciera con él lo que quisiera.

Yo estaba a tope. En cualquier momento iba a explotar. Le agarré la polla y empecé a pajearle mientras él seguía subiendo y bajando con frenesí. Yo no podía más, así que le levanté un poco para que me dejara sacar mi polla y comencé a pajearme. Apenas me dio tiempo a usar las manos porque mi polla enseguida comenzó a disparar leche en todas direcciones. Yo estaba roto, gritaba a cada disparo, me sentía volar.

Jaime debió excitarse sobremanera al verme y comenzó a derramar su leche sobre mí. Notaba los impactos en mi pecho, en mi cara, parecía cera caliente, era como si me quemara. No paraba de escupir leche; sus gemidos se fundían con los míos y yo me sentía inundado por los trallazos de semen de los dos.

Poco a poco los jadeos fueron perdiendo intensidad. Jaime se acercó y empezó a lamer el semen derramado, primero por mi pecho, después el que caía por mi cara, por la comisura de mis labios y me entregó un beso inimaginable lleno de humedad, leche y saliva. Yo quería arrancarle los labios con mis besos, era la mejor sensación que había tenido nunca. Jaime terminó recostándose sobre mí, removiéndose para que su pecho también se impregnara con aquella formidable corrida. Notaba su pecho duro y su vello mojado por el sudor y el semen.

Quedamos así durante unos minutos hasta que decidimos ducharnos y pedir algo para cenar porque se nos había hecho realmente tarde. No sé cuanto tiempo estuvimos disfrutando de aquel polvazo. Al día siguiente apenas si podía moverme. Tenía el culo abrasado y un dolor me impedía casi andar, pero aún así el recuerdo de aquella sensación hacía que el trofeo mereciera todo ese dolor. Aquella noche, con Jaime, me había convertido, por fin, en todo un hombre. Un hombre al que un semental había follado como nunca hubiera imaginado.

Acabamos la semana en Jaén y volvimos a Madrid. Jaime acabó confesándome esa misma noche que su novia le descubrió con otro tío y decidió dejarle. Era lo mejor para todos, porque desde entonces la productividad de nuestro equipo se incrementó, nuestro jefe nos elogiaba y, lo mejor, mantuvimos esa relación desde entonces guardando un grato recuerdo de cada ciudad visitada.

 

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