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El peor relato de mi vida | Relatos Eróticos de Hetero

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Elsa leía en voz alta, sentada sobre la cama, con las piernas recogidas a un lado. Llevaba puesto un pijama corto, con una camisa verde de tirantes blancos, uno de los cuales, el izquierdo, resbalaba lentamente cada vez que ella alargaba la mano para pasar una hoja. Hugo se sentaba a los pies de la cama, escuchando la lectura.

Era triste. Uno de los personajes, el hermano de la protagonista, se había suicidado porque había quedado en la ruina. Todos se dolían de su muerte, el entierro era muy triste y la primera doncella de la hermana, que era la amante de él, daba mucha pena. El capítulo había terminado y Elsa había cerrado el libro y se había inclinado sobre el borde de la cama para dejarlo en el suelo.

De alguna manera se habían puesto a hablar de la muerte. Ella pensaba que ningún sentimiento podía llegar a ser tan espantosamente malo como para decidir dejar de existir para siempre.

- Ni siquiera puedo recordar cuál puede haber sido el peor momento de mi vida- comentó. Le miró luego un momento frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos- ¿Cuál ha sido el peor momento de tu vida?

Hugo la miró, de forma un poco extraña. Dejó que hubiera una pausa pero no dudó la respuesta. -Hace cinco minutos -. Elsa levantó una ceja. -Estabas leyendo sin prestar atención a nada más que al libro. Ese tirante se te estaba cayendo -señaló el tirante -. Te ha dado tiempo a leer y pasar tres páginas antes de que resbalara casi del todo. Y justo cuando sólo faltaba un milímetro, un momento más para descubrir el pezón..., has cerrado el libro, has subido el tirante, has dejado el libro en el suelo y te has puesto a hablar de la muerte. -Hizo un silencio teatral y dijo, pausadamente -¡Ese ha sido el peor momento de mi vida!

Elsa le sonreía divertida desde el otro lado de la cama, sentada con las piernas cruzadas, con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla en las manos. -Eso ha sido muy bonito. Él también sonrió y alzó la cejas. Ella miró al techo, como meditando una posibilidad. Luego, componiendo una expresión que quería parecer seria, la planteó. -Y...¿puedo yo hacer algo para devolverte el mejor momento de tu vida?-. La sonrisa de él se abrió y ella explicó apresuradamente- Quiero decir que no me gustaría que te quitaras la vida sólo por culpa de un tirante mío.

Con lentitud, Hugo alargó la mano para desenganchar la tira de tela, esta resbaló por el brazo pero sin llegar a descubrir el pecho. El chico hizo un gesto de disgusto y Elsa tuvo que aguantarse la risa y dejar que él desprendiese el otro tirante para que la prenda cayera libremente hasta la cintura.

A Hugo le dio la sensación de que, más que resbalar la prenda, habían sido los pechos los que habían saltado por encima de ella. Sonrió imaginándose el efecto y se arrimó para tenerlos más cerca. Ella sacó los brazos de los tirantes y la camisa, demasiado estrecha para pasar por su cadera, se quedó arrugada en la cintura.

Hugo tiró del elástico de las bragas y del pantalón del pijama al mismo tiempo, mientras la besaba. Una de sus piernas se desprendió de ambas prendas y Hugo se inclinó sobre ella, pero Elsa se empeñó en liberar totalmente su otra pierna y luego le empujó. Él pensó que estaba jugando pero ella insistió hasta que le dejó totalmente tendido sobre la cama.

Ella tiró también de la única prenda que llevaba él. El pene apareció, rebotando un momento entre el elástico y su vientre. Hugo vio cómo Elsa tiraba los calzoncillos al suelo y gateaba, contoneándose, hasta la cabecera de la cama, donde cambió las luces del techo por las de noche, colocó algunas almohadas y procuró que el cuerpo del chico quedara acomodado sobre ellas. Girando sobre sus rodillas ella le besó profundamente sin dejar que él llegara a tocarla con las manos. Hugo volvió a mirar hacia abajo y la observó mientras ella se inclinaba a besarle el ombligo, sus labios recorrieron su vientre acercándose peligrosamente a las ingles, aquella parte también recibió su parte de cariño. La sintió succionar sobre la cara interna de su muslo derecho, un punto erógeno, desde allí su lengua fue dibujando círculos, volviendo sobre sus pasos hasta el lugar en que el contacto le hizo sentir casi cosquillas, gimió, estaba temblando y le pidió que lo dejara.

Ella pareció acceder pero, antes de haberle dejado descansar, Hugo vio cómo cogía su miembro con las manos y lo frotaba varias veces antes de introducirlo en su boca. Él respiró profunda pero suavemente, cerrando los ojos y arqueando un poca la espalda. Estaba muy caliente y el rozar con una zona, también tibia, de ella le hacía sentir un cosquilleo, fuerte pero no del todo doloroso. Sabía que entre sus piernas estaría aún más caliente y sintió un fuerte tirón en su propia entrepierna sólo de pensarlo.

Veía cómo la cabeza de ella subía y bajaba, más deprisa y más despacio. Succionaba al subir, tirando de él, y le soltaba al bajar. Él sabía lo que sucedería después y se dio cuenta de que empezaba a retorcerse más de anticipación que a causa de lo que ella le estaba haciendo.

Efectivamente, Elsa levantó la cabeza, sin soltarle, e hizo como si soplara pero sin dejar escapar el aire, con los labios apretados en torno al pene. La presión y el calor se concentraron en la punta y Hugo abrió la boca emitiendo, en un susurro, lo que hubiera debido ser un grito. Se incorporó un poco y aferró la parte del cuerpo de ella que encontró más cerca.

Elsa dejó escapar el aire, haciéndole sentir alivio y desazón al mismo tiempo; pasó la lengua por encima y alrededor y le estampó un beso. Luego levantó la cabeza para recorrer con sus ojos el cuerpo de él.

-Me estás clavando las uñas -, dijo en voz baja y casi indiferente, sin dejar de mirar su cuerpo.

Hugo tardó un momento en darse cuenta de que se había dirigido a él, aflojó la mano y le soltó el brazo. Volvió a sentir sus labios recorriendo sus ingles, la tensión anterior había desaparecido y pudo disfrutar del contacto. Un momento después ella estaba montada sobre él, besándole la boca, mordiendo su barbilla, lamiendo sus mejillas. Él alargó sus manos hacia los pechos y ella arqueó la espalda para hacérselos llegar a la boca. Hugo eligió, no eran exactamente iguales vistos de cerca pero, además, uno de ellos lucía un lunar al borde del pezón; se fue a por ese.

Ella se arqueó más, agarrándole le cabeza y los hombros. Un hilo, muy fino, parecía estar sujeto, por uno de sus extremos, al pezón y, por el otro, a la parte más baja e íntima de su cuerpo, de manera que cada vez que él succionaba conseguía tensar el hilo y tirar gratamente del extremo opuesto.

Elsa empujó su cabeza para separarle y Hugo vio alejarse el lunar. Luego la mano de ella se metía entre sus piernas, su cuerpo se elevaba, se detenía un momento sobre él para que notase el calor y se movía un poco para disfrutar momentáneamente del tacto suave sobre la carne irritada, finalmente, ella se sentaba encima dejando que los dos resbalasen uno sobre otro.

Hugo notó el calor a lo largo de todo su miembro, apretó la mandíbula. La vio cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás. Luego ella le miro, abrió una sonrisilla pícara y susurró.

-¡Mío!

Él dejó descansar sus manos sobre las caderas de ella, dio un toquecito a un lado, como un director de orquesta dando comienzo a una pieza, y los dos empezaron a moverse rítmicamente.

 

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