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El pub de viejos rockeros nunca muere | Relatos Eróticos de Hetero

Publicado por Laura el 04/10/2020

Me llamo Laura. Tengo 20 años. Mido 1,58 (no soy muy grande jjjj), 52 kilos, pelo castaño oscuro, ojos negros y un cuerpo bonito y proporcionado para mi estatura. Tengo varios tatuajes (espalda, brazo izquierdo, antebrazo derecho, muslo derecho y costado izquierdo) que me dan cierto aspecto de chica mala (aunque en realidad soy una buenaza...). Hace unos meses empecé a trabajar en un pub de lo que podríamos llamar "viejos rockeros" (una edad media de 30 y muchos para arriba, mucha melena y chalecos vaqueros y esas cosas) no muy lejos de mi casa. De hecho, a Manolo, el dueño lo conozco desde que era niña. Manolo tiene 64 años, uno de esos viejos rockeros que, a pesar de su calvicie, sigue con su pelo largo sobre los hombros. Decidí preguntarle un día si necesitaba a alguien (buscaba un trabajo que compaginar con los estudios), a lo que contestó "no mucho, pero con una chiquilla preciosa como tú, seguro que me vienen más clientes jajaja". Así que no me lo pensé y decidí servir copas a los puretas del barrio. Pronto me convertí en un poco la mascota del local (me llamaban afectuosamente "la chiquilla" y me tomaban un poco el pelo, pero siempre con mucha educación y simpatía). Hace un par de semanas, tras echar el cierre y recoger un poco, Manolo plantó la botella de Jack Daniels en la barra y dijo "venga, hoy vamos a echar un trago, que invita el jefe", así que allí nos pusimos mano a mano, yo detrás de la barra y el sentado delante en un taburete. Fueron cayendo los chupitos uno tras otro mientras Manolo hablaba ("me acuerdo de cuando eras una cría, cómo pasa el tiempo, y ahora te tengo aquí currando..." ese tipo de cosas) y, cuando me quise dar cuenta, la cabeza me daba vueltas como una noria.
-Bufff, voy a dejarlo, qué menudo pedal llevo jajaja.
-Hostia, sí, perdona. Que vas a creer que te quiero emborrachar o algo jajaja. Voy a dejar la botella y nos vamos.
Se metió detrás de la barra y pasó detrás de mí rozándome, de forma totalmente involuntaria, el culo con la mano.
-Hostia, perdona.
-Tra... tranquilo-dije.
Sentí una electricidad que me recorrió todo el cuerpo con ese contacto. "Estás borracha, tía. Lárgate" pensé. Pero me quedé clavada en la misma posición mientras Manolo acababa de trastear en el almacén.
Ideas raras empezaron a circularme por mi mente nublada de alcohol. ¿En realidad había sentido ese latigazo de morbo ante el contacto de un tipo que me sacaba 44 años?. "Estás borracha. Vete y no hagas tonterías" volví a pensar. Pero no me fui. Al oir los pasos de Manolo, lo único que hice fue seguir en la misma posición, pero sacando el culo para estrechar aún más el paso tras de mí. No giré la cabeza, seguí mirando al frente. Noté como Manolo se paraba junto a mi trasero, probablemente preguntándose qué demonios pasaba, pero no dijo nada. Noté su movimiento intentando pasar entre la pared y mi culo. No me moví ni un milímetro. Se quedó ahí parado. Yo seguía esperando, con la mirada clavada en el frente y la frase "¿¿qué coño haces???" rebotando en el interior de mi cabeza.
Pasaron uno, dos, tres segundos.
-Laura...-dijo Manolo con una voz trémula.
En ese momento apreté más mi trasero contra su bragueta, sin decir palabra, con la adrenalina de la locura inundándome los sesos.
-Joder..
La voz de Manolo sonó como un susurro de incredulidad, de alguien que se encuentra la lámpara de los deseos y no sabe qué hacer con ella. Empezaba a tener la sospecha de haberla cagado, cuando noté sus manos agarrarme las caderas y su paquete aplastarse contra mis nalgas. No puedo describir el latigazo de morbo que me sacudió de arriba a abajo. Empecé a hacer movimientos circulares con mi culo, sintiendo como su paquete iba creciendo inexorablemente y sus manos me agarraban cada vez con más avaricia.
-Me cago en la hostia, Laura...
Me di la vuelta y la miré con mis ojos de borracha. Ahí tenía a un tipo 17 años mayor que mi padre, calvo, gordo... y estaba deseando que me follara.
-Pero qué estamos haciendo, chiquilla...
Sus ojos se enturbiaban con una niebla de vergüenza y el destello de un niño al que le han regalado un juguete nuevo. Sentí sus manos bajar hasta mi culo y magrear con ansia aquellas tiernas nalgas que le brindaba. Su mano subió mi minifalda y sentí cómo el canto de su mano derecha se paseaba de la raja del culo a mi coño por encima de las bragas. Aquello me sacó una sonrisilla etílica que disipó toda duda en Manolo de que lo que estaba ocurriendo fuera algún tipo de equívoco. Su cara se abalanzó sobre la mía buscando mi boca. Sentí su lengua intentando abrirse paso entre mis labios, tarea que decidí facilitarle abriéndolos y acoplándolos a los suyos. Su lengua invadió mi boca recorriendo cada uno de sus rincones. Un sabor a whisky, tabaco y lujuria invadió desde la la punta de la lengua hasta la campanilla. Le dejé jugar a su antojo saboreando la saliva de aquel sexagenario como si de néctar se tratara. Tras trabajarme la boca a su antojo, me bajó los tirantes del top y mis pequeños pero firmes pechos quedaron al descubierto. No tardó en atacarlos como si de un león que se abalanza sobre una gacela se tratara. La sensación de ser una perra que me embargó sintiendo la lengua de ese casi anciano recorriendo mis tetas y cuello fue apoteósica. Tras jugar un buen rato con mis pezones, su lengua volvió a introducirse en mi boca, pero esta vez decidí yo llevar la voz cantante y atrapé su lengua entre mis labios y empecé a chupársela de dentro para fuera, una especie de follada de lengua que le hizo volverse loco.
-Hija de puta... -susurró con la respiración a 100 por hora.
Noté cómo me cogía de los muslos y me sentaba a horcajadas sobre la nevera de las cervezas. No iban a haber romanticismos ni hostias: un aquí te pillo aquí te mato en toda regla.
Le desabroché el pantalón y emergió su polla dura como un trozo de marmol. Se la masajeé con la mano mientras su lengua seguía explorando lo rincones más reconditos de mi boca y sus manos deslizaban mis bragas por las piernas para quedar finalmente colgando de mi pie derecho.
Me arrimó de un golpe brusco contra él y noté su capullo chocar contra mis labios vaginales. Aún en todo aquel frenesí irracional, una bombilla de lucidez se encendió en mi cabeza. ¡Un condón!
-Manolo, espera, tendrás goma, ¿no?
Me miró con unos ojos inundados de lujuria y sinrazón. Sin decir nada, empezó mover su pene a lo largo de mi humedecida vagina. Aquel cabrón no iba ponerse condón. Aquel cabrón se sabía con cartas ganadoras y me iba a poner cachonda hasta que le suplicara que follara a pelo.
Intenté mantener la cabeza fría.
-Manolo, tío...
Una sonrisa entre sádica y divertida asomó a sus labios. El movimiento del roce de su polla se aceleró y la lubricación exagerada que manaba de mi coño era imposible de disimular.
-Manolo, n...
No pude acabar la frase. Con un movimiento seco su polla se introdujo en mi coño y un gemido estridente de placer escapó de mis labios. "Es una broma", pensé, "ahora la sacará y se pondrá un condón entre risas". Una segunda sacudida. Una tercera. Mis esperanzas de la broma se desvanecían. Decidí rendirme a la evidencia: un viejo 44 años mayor me estaba follando a pelo. Y en mi fuero interno sabía que era eso lo que había deseado desde el principio. Relajé el cuerpo y empecé a recibir sus envestidas como una niña obediente. Me abracé a él para comunicarle mi claudicación: era suya y podía utilizarme como quisiera. El placer que las embestidas de aquella polla de 64 años hacían recorrer mi espalda eran desconocidas para mí: nunca en ningún polvo anterior había sentido nada igual.
Aún con la cabeza nublada por el morbo y el placer, pensé que aquel hombre tendría la suficiente cabeza para sacar la polla en el último momento. Acerqué mi cara a su oreja para susurrárselo... ¡cuando noté que se tensaba, su polla se ponía durísima y un cargamento industrial de semen me inundaba por dentro! ¡Aquel cabrón iba tan cachondo que se había corrido en tres minutos!
-¡Manolo, no me jodas!-grité aterrorizada.
Un "ahhhh" descomunal brotó de su boca mientras me apretaba contra sí y descargaba todo aquello en mi coño. Me abracé a él, como la niña asustada que se abraza a su padre sin saber qué hacer.
Me separó un poco de sí sin sacarme aquello. Me miró. Una lágrima caía por mi mejilla.
-Tchssss... no llores...
Parecía mi padre cuando de pequeña me consolaba ante la rotura de alguno de mis juguetes.
Empezó a acariciar su nariz con la mía. Yo seguía llorando.
-Venga... ¿no te ha gustado?
Asentí con la cabeza mientras las lágrimas seguían brotando de mis ojos.
-Pero ha sido un poco corto...
La polla seguía allí metida sin dar ninguna señal de perder vigor mientras sentía resbalar el semen por los labios de mi coño.
-¿Quieres que te folle otra vez?
Derrumbada su cabeza sobre mis hombros, inundada en lágrimas, susurré "sí".
-¿A pelo otra vez?
"Sí, por favor". No podía creerlo. Estaba suplicándole a un tipo de 64 años que me follara mientras toda la simiente de su descarga anterior aún resbalaba por las paredes de mi coño
Me lamió una lágrima con la lengua, esa lengua medio blanquecina por años de alcohol y tabaco. Deseé tener esa lengua en mi boca y, leyéndome la mente, la introdujo con un movimiento de tornillo que me recorrió desde el paladar hasta la campanilla. Noté el movimiento de su pene entrando y saliendo engrasado por todo aquel semen. El placer de esa sensación de lubricación excepcional me sacó un orgasmo cuyo chillido de placer no pude dismuular. Vi una sonrisa dibujarse en la cara de Manolo, una sonrisa qué claramente decía "qué zorra eres, niña".
Me derrumbé sobre él, mi cabeza apoyada sobre su hombro, sintiendo en peso muerto sus embestidas, su polla restregando por el interior de mi coño aquel semen ya añejo. Jadeaba como una putilla, deseando que aquella polla me profanara durante horas. Manolo empezó a divertirse, a hacer movimientos circulares, a pararse y mirarme a la cara para ver esa mirada de "sigue follándome, por favor" que yo ya no podía disimular. Manolo se había encontrado a una veinteañera más puta que las gallinas y se iba a divertir. Una especie de vergüenza placentera me invadía al pensarlo.
Pasaron uno 10 minutos de orgasmos ensoñados cuando noté como Manolo aceleraba el ritmo. No sé porqué, pero pensé que esta vez quizá se arrepentería y la sacaría antes de correrse. Como si me leyera la mente, me susurró entre jadeos "si quieres ahora me corro fuera". Le miré, sabía que no quedaban más de 4 o 5 embestidas antes de que aquello estallara como un geiser. Le metí la lengua en la boca y, como se si de un detonante se gubiera tratado, sentí el perdigoneo de semen dentro de mí. Una electricidad como nunca me recorrió de arriba a abajo. Aquel viejo me acababa de dar el mejor polvo de mi vida con mucha diferencia.
Tras un par de minutos, Manolo se separó de mí. Vi su polla ya algo flácida totalmente chorreosa de semen.
Me miró como confundido. Su expresión bonachona y algo despistada habitual volvió a su rostro. Parecía como asustado. Subiéndose los pantalones, se fue al almacen. Me quedé sentada en la nevera espatarrada, con las bragas colgando del pie, los pechos al aire y el semen chorreándome por el coño. Me sentía como si acabara de despertar de un largo sueño. Esperè 5 minutos. Esperé 10 minutos. Cuando comprendí que Manolo no iba a salir hasta que me marchara, me limpié el coño con una servilleta, me puse las bragas, me subí el top y me marché. No recuerdo nada del trayecto a casa. Solo sé que de repente estaba tumbada en la cama llorando.
Al día siguiente fui a trabajar hecha un manojo de nervios. Sentía terror ante la inevitabilidad de tener que hablar del tema. Nada más lejos de la realidad. Manolo no hizo referencia alguna al tema. Me trató con su simpatía habitual, pero algo más callado que de costumbre. Yo también decidí no decir nada.
Manolo no ha vuelto a ofrecerme chupitos de nuevo. ¿Qué haría si se diera de nuevo tal situación? Llevo dos semanas rayadísima. Mi parte racional me dice que fue una locura y ya, que nunca más. Mi parte irracional, que disfruté como una perra dejándome follar sin reglas por ese simpático vejete. Ya veré si se diera el caso...

 

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