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Una noche de verano | Relatos Eróticos de Hetero

Publicado por Claudia1 el 16/07/2023

Una noche de verano, en mi discreta moto verde como una cotorra y chillona como las palabras de la boca de Diana, pasé a buscar a mi amigo Denis.
Siempre hacíamos la odisea de 8 kilómetros de invierno para llegar al boliche del balneario.
El jerry club estaba que explotaba. Casi no había espacio para mis desconsiderado movimientos. Denis cuidaba que cayera por los tacos creados por algún torturador de la edad Media. El me llevaba de la mano. Nos de teníamos siempre en la barra del fondo donde podíamos mirar el desfiladero de machos y de los un poco más abiertos a los que Denis les daba captura más rápido mientras yo seguía seleccionando. Había un grupo de argentinos, cuatro o cinco, rubios y con distintos largos de pelo rizado.
Denis ya había hipnotizado a su primera presa y yo, sola, con mi carta de cordero abandonado y la minifalda de la suerte o de la realidad que mostraba un culo de 27 firme y redondo que parecía de 20. Javi se me acercó en forma insistente casi acosando. Me agarro de la mano sin permiso y me sacó a bailar. La desfachatez me gustaba solamente de una cara bonita y de un poco más de 1.80. Empezaron a largar la espuma y quedamos sumergidos en una blanca oscuridad. Siento su mano clavando con fuerza sus dedos en mi nalga a la vez que me partía la boca con más lengua que un beso apasionado.
Yo explotaba de hormonas  y era bastante caliente, pero aquello parecía un viaje acelerado para los tiempos del pueblo.
Le partí en la cara un manotazo que plasmaron una huella roja en su piel blanquita de portero, pero en vez de abandonarme me preguntó que quería, siendo delictivamente sexy, mirando como si quisiera carnearlo. Le dije que a mi nadie me tocará sin que yo diera el permiso. Que yo tomaría el mando si quería recibir algo de lo que escondía esa minifalda.
Denis se alejaba con uno de sus amigos y corrimos para salir los cuatro. De todos modos mi compañero, mi fiel escudero, me dijo entre dientes: estos dos y los tres que faltan se enfiestaron la otra noche, en su carpa, solo conmigo con un poco de forcejeo deseado.
Nos separamos, yo sabía un camino corto que daba a un claro de pasto con las copas de los pinos casi cerrando. Ahí nos metimos. Ya no era el quien tironeaba, yo iba adelante, cada tanto me frenaba y le lamia el cuello desde la clavícula hasta el comienzo de los rizos dorados. Se veía la ereccion en sus pantalones de lino. El suspiraba y yo con cara de nada, muda, reprimida mi deseo. Lo guardaba para el pasto entre los pinos. Cuando llegamos si, me afloje y fui las ganas que había callado. Lo dejé tomar las riendas porque se que así funcionan mejor especialmente los lindos. Rodeamos por el pasto y caímos sobre la ropa desordenada en forma de colchón.
Yo saque un condon porque ya vi que el no parecía buscarlo. Baje y la puse entre mi boca haciendo lo que me gustaba un poco rato. Ya lo traía tan caliente que si mucho demoraba yo no tendría más que el pasto pinchando bajo las nalgas. Me puse en cuatro y el hizo lo que yo quería gozar desde que me atraganto con la lengua y que fingi no desearlo. Como siempre diez a uno mi goleada, y el, delirando de que era el único jugador argentino que lograba goles en cancha nueva, de visitante. Y al terminarlo lo deje gozar su falsa victoria sin saber nunca mis goleadas de uruguayo.

 

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