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Que suerte la mia | Relatos Eróticos de Hetero

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Hace ya quince días que estoy en ayunas. Ayunas de sexo es a lo que me refiero. Y eso, para mí, es una de las desgracias más grandes que pueda sufrir una mujer de 22 años como yo.

Mi novio se fue de viaje. Sí, hace quince días. Fue un viaje de negocios inesperado para ambos. Tanto es así que me llamó faltando sólo unas pocas horas para que saliera su vuelo. Y quedamos en encontrarnos en su departamento para una rápida despedida.

Cuando llegué, todo estaba revuelto ya que estaba haciendo las valijas.

- Vení. Tenemos muy poco tiempo y quiero despedirme como Dios manda.

Dicho eso, me agarró de las tetas y me tiró sobre la cama entre las camisas que acababa de doblar, trabajo ese que tendría que repetir luego.

Desabrochó mi blusa y besó mis pezones que quedaron al aire pues no acostumbro a usar corpiño. No los necesito. Mis pechos son más bien grandes y lo suficientemente duros para mantenerse erguidos sin ayuda.

El contacto de sus labios hizo que mis pezones se endurecieran al instante. No hay cosa que más me guste que me chupen las tetas. Es una sensación que no puedo comparar con ninguna otra. Hace a mi piel erizarse en todo el cuerpo. Me tiemblan las piernas y un cosquilleo interminable se apodera de mi vagina. Pierdo la cordura. Y ya no soy responsable de mis actos.

- Ay! Me estás volviendo loca. Chupámelas. Mordémelas. No pares.

Y él es muy hábil para eso. Y me las chupa y me las muerde. Y yo ya estoy loca. ¡¡¡Loca!!!

Siento que de mi concha fluye un río de flujo. ¡¡¡Quiero coger!!! ¡¡¡No aguanto más!!!

Mi boca se seca. Necesito tener algo en ella. Sabemos de qué hablo.

Lo hago poner de pie. Me siento en la cama y mi cara queda a la altura de su pija que ya se nota erguida y a punto de reventar sus pantalones. Bajo el cierre de su bragueta con manos temblorosas a causa de mi excitación. Y allí aparece mi juguete más preciado. Un juguete que, a pesar de haberlo gozado miles de veces, me trastorna cada vez que lo veo salir de su cueva. Amo esa roja cabeza. Esas venas que se hinchan para mí. Esa pija que en breves instantes tendré entre mis piernas y que harán que el mundo no me importe. Que sólo exista esa pija y mi concha. Y nada más. Y tenerla adentro. Y no soltarla. Que se muera en mi interior. Y volver a revivirla. Para que se vuelva a morir. Un juego de vida y muerte de nunca acabar. O de siempre acabar. Qué ironía. Lo que son las palabras.

Entonces, besé esa roja cabeza. La lamí. Bajé con la lengua por todo ese tronco hasta llegar a su base. Lamí sus huevos. Los chupé alternativamente. Sentí en mis papilas el sabor acre de hombre. Hombre caliente. Caliente de mí. Yo, hembra en celo.

No sé si alguien habrá tenido alguna vez una despedida igual a la nuestra. Se llevará en su pija el calor de mi concha. Y no querrá otra concha en su lugar. Y estará pensando en volver a gozarla cuanto antes. No podrá dormir en las noches pensando en ella.

Y yo tendré en mi concha el calor y el sabor de su leche. Y al cerrar mis ojos, sentiré el roce de su verga en las paredes de mi vagina y reviviré los orgasmos que ahora me esperan.

Meto su pija en mi boca. Trato de que no quede ni un pedacito afuera. Lo quiero calentar bien y prepararlo para una de las mejores cogidas que hayamos tenido.

Él me pellizca las tetas y eso me vuelve loca. Engullo su verga hasta el fondo de mi garganta. La saco. La meto. Una y otra vez. Siento como crece desmesuradamente. La siento latir. Pega en mi paladar. Y succiono con fuerza. No me puedo contener. Y él tampoco. Un torrente de esperma inunda mi boca. Es el dulce más preciado. Es néctar. Es el elixir de los dioses.

- Qué buena chupada, nena. Creo que nunca lo hiciste como hoy.

- Bueno. Ahora tengo que recibir mi premio. Cogeme como vos sabés hacerlo. Estoy recaliente. La concha me arde. - - Nena, se me va el avión. Dejémoslo para cuando vuelva. Vení, ayudame a terminar de hacer las valijas. En quince minutos llega el remise para llevarme al aeropuerto.

- Pero, no me vas a dejar así. Estoy muy caliente.

- No puedo. Es tarde. Perdoname.

Y así terminó la despedida. Lo más irónico fue que su vuelo se demoró como tres horas.

Cuántos polvos me hubiera echado en ese tiempo.

Sin embargo, mi concha se quedó con hambre de pija. Yo, mujer, me quedé con hambre de hombre. Yo, hembra, me quedé con hambre de macho. Y cuántos lectores se quedaron con hambre de una lectura que los llevara a una buena paja.

 

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