Relatos Eróticos Infidelidad

Con el hermano de mi marido | Relatos Eróticos de Infidelidad

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Cuando empezó el verano yo no sospechaba cómo ni de qué forma iba a cambiar mi vida. No andaré con rodeos y no estoy orgullosa de ello: me llamo María y tuve la sesión de sexo de mi vida con el hermano de mi marido.

Esto puede parecer una historia corriente a quien no teniendo parte en ella llegue a conocerla. Sin embargo, para mí fue perturbadora y desde luego que no ya no puedo ser la misma. Por seguir la voluntad de concisión que intenciono, diré sencillamente que fue lo más excitante que me ha ocurrido jamás. Ahora mismo recuerdo los detalles y un excitante hormigueo recorre mi espalda, mis ingles y humedece mi sexo. ¿Me excita tanto lo que no me hace sentir orgullosa? Así es, y tal vez debido a eso...

Por razones que ahora no vienen al caso, mi matrimonio estaba a punto de irse a pique. Javier, mi marido desde hace un año, es una mala persona, aunque por desgracia esto lo he sabido hace bien poco. No quiero extenderme sobre esto – no es la cuestión ahora - , baste decir que me ha hecho muy infeliz. Claro que él se cuida muy bien de disimular su ruindad ante los demás, y yo le he seguido cobardemente el juego.

Aquel verano estábamos en un pueblo de Castilla, de vacaciones, mi marido, su hermano José, su mujer Ana, sus padres y nuestros hijos. Como puede verse, unas vacaciones bien familiares. Sin embargo, todo lo que vino después tuvo un cariz bien distinto. Para empezar, Javier se ausentaba constantemente; yo sabía que estaba liado con una chica jovencita, una secretaria nueva de su oficina. ¡Poco me importaba ya! Quizá pueda pensarse que era no era mucho lo que yo podía ofrecer, pero no es el caso: no soy alta, pero tengo buenas cualidades, empezando por unos grandes y bien torneados pechos. Sé que gustan porque constantemente sorprendo miradas masculinas de deseo mal disimulado, lo cual, para ser sincera, me hace sentir bien e incluso me excita. El resto del cuerpo, valga la inmodestia, no está nada mal, pero renuncio por pereza a describirlo.

Pese a todo, no era suficientemente buena para Javier. Yo me sentía sola, abandonada, y muchas veces humillada... Y ahí entró José.

José se parece mucho a su hermano, pero afortunadamente sólo en lo físico, pues me consta que es una excelente persona. Nuestra relación siempre había sido muy cordial, pero de ninguna forma nada más. Pero, en aquellos días, yo fui sabiendo que le atraía. ¿Por qué? Quien sea mujer sabrá que nosotras percibimos esto; detalles, miradas, gestos... En definitiva, en poco tiempo estuve segura de que entre José y yo estaba naciendo un tipo de atracción que me halagaba en gran medida, porque insisto en que estaba necesitada de atención y, sobre todo, cariño (no diré que pensaba que sexo, porque no es cierto – no lo pensaba - , pero no menos verdad es que lo necesitaba enormemente, como luego se verá, pese a no ser consciente de ello). Me extrañaba en cierta medida que José se fijara en mí, puesto que en apariencia estaba muy enamorado de Ana, su mujer, pero si algo he aprendido en mi vida de pareja es que la apariencia puede ser muy diferente a la realidad.

En todo caso, la historia comenzó cierto día en que toda nuestra familia estaba en un pueblo cercano, que estaba en fiestas. Digo que toda nuestra familia, pero debo explicar que José y yo no, puesto que teníamos algunos quehaceres, y que al caer la tarde íbamos a reunirnos con los demás. Él y yo habíamos quedado para ir juntos, pero le pedí que pasáramos primero por casa ya que quería cambiarme y darme una ducha. Como cosa curiosa, me sorprendió que viniera en moto.

Ya que quiero ser sincera, aclararé que mi intención al parar en casa no era provocar ninguna situación embarazosa entre él y yo, pero mentiría si dijera que no me la había imaginado en ocasiones, y que secretamente la deseaba. Era un jugar al límite de lo permitido que me “ponía”, como muy bien dice una amiga mía...

Dentro de casa, le invité a que se pusiera cómodo y subí a darme una ducha, mientras él esperaba abajo. En la ducha, fantaseé con que José subiera y me poseyera salvajemente, en el baño, sin preámbulos ni dilación. Dirigía el chorro de agua templada a mi coño, y me excitaba de forma incontrolada. Creo que únicamente el hecho de no tener pestillo en la puerta evitó que me hiciera una paja de escándalo.

Y fue cuando salí de la bañera, empecé a secarme y darme crema hidratante cuando vi a José reflejado en el espejo, contemplando ensimismado mi cuerpo desnudo. La puerta había quedado entreabierta, y él no se daba cuenta de que yo – me estaba secando de espaldas – le veía por el espejo. Ni que decir tiene que esto espoleó mi deseo, dinamitando mis pudores. Perdí el decoro, si se quiere emplear una expresión más antigua. Comencé a empaparme de crema adoptando las posturas más lascivas que pude; si la situación le incomoda, pensé yo en aquel momento, se escabullirá discretamente, pero como no lo hizo, para mí la situación estaba clara. Mientras tanto, era evidente que la actuación a él también le excitaba, y no había más que verle la cara para comprobarlo. Froté con brío mis grandes pechos, los hombros, las piernas, los brazos, la entrepierna... Me agaché y le ofrecí el espectáculo del redondo corazón de mi culo y mi coño, listos para ser embestidos... Mi coñito, por cierto, totalmente depilado, excepto una fina línea de vello, vertical, y teñido de rubio (eso me lo había hecho la víspera, y confieso que me excitó el hacerlo, como la jugosa paja que me hice después lo certificó). Incluso me permití gemir mientras extendía una y otra vez la crema por los últimos recovecos de mi cuerpo. Yo ya deseaba que José entrase en acción, que desenfundase su miembro (que dicho sea de paso, había percibido que era de considerable talla, como cuando nos enlazamos en unos juegos en el río) y me hiciese suya con brutalidad. Temblaba de pasión y lujuria contenidas, ofreciéndome como la perra en celo que era, pero él no se decidió: a pesar de la tremenda erección que intuí en su pantalón, de pronto desapareció y pude oír sus pasos que bajaban al piso de abajo.

Me quedé frustrada; el coño me palpitaba con el frenesí del deseo más innoble, y de hecho estaba tan mojada en mis intimidades como una hembra bien lubricada puede estarlo. Reflexioné, pese a todo, un momento, y comprendí que se estaba derramado el vaso de mi amargura en cuanto a todos los menosprecios de los que Javier me había hecho objeto. Y creo que fue en ese momento exacto cuando tomé la determinación de romper mi hasta el momento inmaculada fidelidad; Javier no la merecía. La única duda que tenía era si me estrenaría, por decirlo de alguna manera, con José. ¿Cómo interpretar su huída? ¿Por qué no se había abalanzado sobre mí? Claro, claro, en frío es fácil responder que porque yo era la mujer de su hermano, que estaba en su casa, que no sabía qué terreno pisaba... En fin, hay multitud de respuestas, pero yo, con el calor que emanaba de mi sexo, era incapaz de dar con ellas. Sin embargo, estaba resuelta a salir de dudas, y pronto.

Me vestí con relativa sencillez, que no con desinterés. Una camiseta que marcaba mis tetas con detalle, pezones incluidos, y un pantalón de deporte, bien ceñido, que favorecía mis bien formadas caderas y culo. Pero, como algo superior, un pequeño tanga de color blanco, que yo sé lo bien que me sienta, y los efectos devastadores que causa en los hombres. Varias veces había sorprendido a José admirando mi culo, precisamente con ese pantalón y ese tanga, y yo sabía que le atraía inexorablemente, sin remisión.

Dos palabras sobre el tanga. A veces, como mujer, me sorprendo de cómo esta breve prenda excita a los hombres. Puedo comprender que al estar en contacto con nuestro sexo, nuestro ano... y recorrer el contorno de nuestros glúteos y cintura, se impregne de nuestro olor, de nuestra femineidad o de nuestra esencia sexual, por definirlo de alguna manera. Pero llegar al extremo al que algunos hombres llegan, eso es demasiado, aunque supongo que es precisamente el ser mujer lo que me impide entenderlo. Sé de hombres que llegan a correrse tocando y oliendo un tanga usado, o que más modestamente no pierden de vista cualquier culo de mujer sobre el que se adivine un tanga. Que eso les “pone”, eso es verdad incuestionable. Un amigo mío me dijo una vez que no hay culo, por feo que sea, que no resulte muy atractivo con un tanga. Debe de ser la forma en que la tela se introduce entre los glúteos del culo... En todo caso, es mejor no cuestionarse lo que efectivamente es cierto, y esto, lo es. Y siguiendo esa norma, yo tenía (y tengo) varios tangas que me favorecen – eso creo -, de modo que me confié a uno de ellos, uno de mis favoritos, para conquistar a Javier.

Él estaba abajo, sentado, me pareció que sonrojado, y tratando de disminuir la erección de caballo que aún se le marcaba. No cabe duda que estaba disfrutando aún de lo que había visto en el baño.


- Vámonos, tío José – le dije. Yo le solía llamar así, como mis hijos.

Se sobresaltó, como si no esperara que nos fuéramos todavía. Torpemente, intentando disimular el bulto de su entrepierna con un cuaderno que tenía en la mano, se levantó y balbució algo parecido a que no pensaba que era tan tarde. Mmmmmmmm... ¡si él hubiera sabido en qué estaba pensando yo en aquel momento, seguro que se sentiría aún más nervioso! Yo comencé a sentirme más segura de mi posición, e incluso le calenté más – supongo - cuando me agaché, al salir de casa, con toda premeditada lentitud, a colocar con cuidado unas macetas. El pantalón se bajó un poco al agacharme y le enseñé sin pudor ya el excitante tanga blanco, que se incrustaba en las profundidades de mi prohibida anatomía. Y no digamos cuando, al pasarme él el casco, antes de montarnos en la moto, le miré fijamente el paquete (ahí creo que sí se dio por aludido, ¡por fin!), mientras una ligera sonrisa cruzaba mi cara.

Montamos y arrancó. Por cómo empezó a comportarse desde ese momento, y eso lo empecé a comprobar en seguida, el “tío Jose” había comprendido el sentido de los acontecimientos. Por eso, y por no alargar la historia, me llevó con una excusa ciertamente burda a una nave industrial que la empresa donde trabajaba había adquirido recientemente. “Para enseñármela”, me dijo. Yo, evidentemente, sin importarme nada todo lo relativo a esa o cualquier otra nave, me dejé llevar. Cuanto antes dejásemos de fingir, y nos aplicásemos a lo que realmente nuestros cuerpos exigían, mejor.

Entramos por el garaje y no hubo terminado de bajar la persiana cuando se abalanzó sobre mí, sin dejarme siquiera bajar de la moto, y me besó con un ardor que superó mis expectativas más optimistas, aunque al momento me encontré respondiéndole con idéntica intensidad. Fue un forcejeo animal, de intercambio de primeros fluidos, pero de intensidad salvaje. Recuerdo que noté el hierro de su polla buscando su camino entre mis piernas, que, digámoslo de una vez, no quedaron demasiado firmes después de esta primera embestida.


- ¿Qué estamos haciendo? – fue lo primero que articuló.


- No creo que haga falta una explicación – le respondí como pude. ¡Dios, cómo estaba de cachonda! Me sentía como una puta, pero era tal el calor que me devoraba que me hubiese arrastrado, hubiese gemido, hubiese suplicado... si de ello dependiera que Jose me clavara su órgano hasta mis entrañas y saciara la sed de hombre que me arrasaba.

Él tampoco parecía muy dueño de su persona, supongo que en cierta manera los vínculos familiares que nos envolvían le frenaban, aunque por otra parte era evidente su deseo de abrasarse conmigo.

Yo contribuí a deshacer los impedimentos.


- Mira Jose – le dije -, yo sé que te doy morbo, y tú me has puesto muy cachonda. Por si no lo sabes, Javier es un perfecto cabrón, que ahora mismo se la estará metiendo a su secretaria. Yo también tengo derecho a sentirme amada, deseada y, de vez en cuando, por cierto, bien follada. Cosa que no ocurre en casa desde hace mucho tiempo. No quiero explicaciones tuyas, si estás ahora como estás, que es deseando follarme, será porque tienes tus razones, que dicho sea de paso, prefiero no conocer. No somos niños, me parece.

Jose no contestó, pero me bajó de la moto, y sin depositarme en el suelo, se giró y apoyó mi espalda contra la pared, fundiendo nuestros labios de nuevo en un beso animal. Yo le acaricié la nuca, mientras él introdujo sus manos bajo mi camiseta, pasando a acariciarme las tetas. ¡Cómo pellizcaba mis enhiestos pezones...! Me estaba haciendo ver las estrellas, mientras apretaba mi piernas contra su cintura, sintiendo perfectamente bajo ellas el glorioso volumen de su órgano viril.


- ¡Quítame el sujetador! – le ordené, pues no podía más.

Él obedeció; el sujetador era de los que se abren por delante, así que en un momento le tuve disfrutando del placer de mis enormes pechos, tocando, pellizcando, jugueteando con sus dientes y su lengua...lo cual evidentemente le ponía fuera de sí, como su férrico instrumento atestiguaba, entre mis piernas.

Pero esos preliminares eran poco para los dos, por lo que me desprendí de sus brazos, le desabroché la bragueta y extraje su palpitante polla. Era un órgano digno de verse, de longitudes y volúmenes más que respetables, al cual haré flaco favor si trato de describir. Simplemente hice lo que debía: lo descapullé (me resultó muy fácil, ya que estaba totalmente empapado) y comencé a masturbar a Jose con una lenta y perversa cadencia. Él gimió de placer, y se retorcía como una anguila, pidiendo más ritmo, que yo por supuesto no concedí (más bien al contrario, para su goce o sufrimiento, tal vez). El olor a hombre, a polla y a fluidos masculinos me nublaba la vista y casi el entendimiento. Mi sexo era una esponja empapada, y el tanga se introducía en mis intimidades, rozándolas, haciéndome gozar como si estuviese haciéndome la mejor paja posible, la más guarra y obscena.


- ¡Más! ¡Más! ¡Me matas...! – gemía él.

Yo sabía que estaba llegando a su límite; sus huevos y su polla empezaron a palpitar acompasadamente, mientras caía el líquido preseminal al suelo. Decidí parar entonces, para su desesperación. La función, por si no se había dado cuenta, sólo empezaba.


- Pero qué cosita tienes, “tío Jose” – le dije con toda la inocencia que fui capaz, suponiendo que el tono le iba a aumentar, si era posible, el calentón – Tu cuñadita algo ya sabía, como aquella vez en el río, pero esto es mejor... Mmmmmmmmmm, la de jueguecitos que me puedes enseñar, porque seguro que vas a ser malo y enseñarme cosas, ¿verdad..., “tío Jose”?

El pobre no contestó (o yo no le oí, que también es posible), pero tampoco le dejé tiempo porque me agaché e introduje su polla en mi boca. Era deliciosa, aunque el grosor me impedía cerrar bien los labios. Tenía un sabor salado, acompañado de las humedades propias, que me encantó. Esparciendo con la lengua abundante saliva por el prepucio y el tronco, le pegué un repaso sin tregua durante lo que me pareció una eternidad, pero seguramente no pasó de un par de minutos. Él, dadas las circunstancias, se las arregló para contenerse – yo se lo puse difícil – y no descargarse en mi boca, lo que le acreditó como amante y hombre de experiencia y buen temple. Arriba y abajo, arriba y abajo, seguí comiéndosela, masajeándole los huevos, la entrepierna y el ojete del ano, hasta que volví a sentir los síntomas de que se corría, cuando paré por segunda vez.

Pero yo no soy de hielo, y el calentón que me dominaba era más que notable, así que me abandoné a mis instintos, me lancé sobre la pierna de Jose y comencé a frotar mi coño, todavía con la tanga y el pantalón, contra ella. Él me miraba casi asustado: ¡me estaba masturbando contra él, como si fuera un muñeco! No sé si se sintió utilizado, o algo por el estilo, pero creo que le gustó. Yo ardía, mi coño depilado ardía, me volvía loca de gozo, y no sé qué disparates pude gritar. Probablemente las ideas y fantasías más obscenas que pudieron pasar por mi cabeza, pero puedo asegurar que las grité entre espasmos de placer casi orgásmicos.

Pero Jose, en justa venganza, no dejó que me corriera, como sin duda lo hubiese hecho. Me hubiese derretido, me hubiese licuado ante el ardor insufrible que me estaba dominando.


- ¿Qué haces, “tío Jose”? – le pregunté, en tono de súplica.


- Quiero verte – me contestó - , quiero ver cada centímetro de ese cuerpazo que tienes, esas tetitas tan ricas, que te voy a comer ahora... “tía María”.

Y mientras esto decía, me fue arrancando la ropa, hasta dejarme en tanga, en esa tan deseada prenda íntima que custodiaba los más escondidos secretos de mi sexo. Ya he dicho que con los movimientos y los roces de uno contra el otro, el tanga se me había incrustado en el culo (casi ni se veía), y que el contacto con el sexo, además de haberlo mojado con mis jugos, me había excitado hasta la locura por el roce con mi clítoris.

Tras contemplarme, apartó un poco el tanga, y me tocó el coño, empapado, y luego me olió con delectación, aspirando mi olor a hembra cachonda que tanto parece que gusta a los hombres (el olor de mujer en general, claro, no el mío el concreto).


- Mmmmmmmmmmmmmmmm – suspiró -, como me pone....


- ¿Y a qué esperas para hacerme tuya?

Pero eso era más una frase hecha que una invitación, que él no necesitaba, ya que me dio la vuelta, me hizo agacharme un poco y me embistió por la espalda, ensartándome con su miembro sin más dilación. Me estremezco aún al recordarlo. El primer impulso lo llevó hasta el fondo, golpeando sus huevos mis labios hambrientos. No puede haber palabras que describan cómo una buena polla se abre camino por un coño bien mojado y lubricado. O se conoce por haberlo sentido, o no se entiende. Y creo que las mujeres tenemos ventaja frente a los hombres porque realmente nos sentimos penetradas, sentimos el volumen, el grosor, la longitud, los movimientos y palpitaciones del pene de nuestro compañero. Somos el molde de su polla, y percibimos su relieve. Mmmmmmmmmmmm, me froto contra la silla cuando escribo sobre esto, el calor me sube desde mis entrañas... No sé si podré contenerme... Sentirse follada por un buen garrote es sobrehumano, y no digamos nada cuando lo exprimes como un limón, incluso apretando con los músculos de la vagina...

El vaivén que imprimimos al polvo fue bestial. Mis grandes tetas bailaban con una cadencia loca, al tiempo que él las estrujaba y me llamaba “zorra” y “puta”. Mis caderas se bamboleaban con el ansia de agotar a Jose, mientras sentía su pollón incrustarse en mi chocho.


- ¡Ahhhhhhhh! ¡Ahhhhhhhhh!


- ¡Toma polla, puta! Todita para tu coño, tu coñito depilado que me pone a miiiiiiiil.. ¡Ahhhhhhhhhh! ¿A que te gusta, cuñadita zorra?


- ¡Sigue, sigue, hazme tuya! ¡Soy tu puta...! ¡Qué rica, tu polla, me llena, me destroza, me vuelve loca...!


- Sigue hablando, me pone como una moto oír tus gritos...


- ¡Ahhhhhhhhhhhhhhh! Tú me mandas...

Gritamos, nos arañamos, nos mordimos en un palmo de terreno, sin querer ceder ninguno la plaza sin lucha, pero al final, casi al mismo tiempo, nos vimos derrotados por el goce supremo del orgasmo más prohibido. Aflojamos los músculos y nos dejamos ir, entre gemidos y gruesas gotas de sudor. ¡Dios! Se me pone la carne de gallina otra vez.

Como pudimos, nos recostamos contra la pared, él apoyado en mi pecho, mordisqueando suavemente mis pezoncitos. Yo le masajeaba el cuello, luego la espalda, luego el ano; me humedecí el dedo corazón y se lo clavé en el ojete. Jose se puso tenso.


- ¿No te gusta, amor? – le pregunté.


- No sé, me siento extraño, como si fuera maricón...


- No tienes por qué ... – mientras, su esfínter se había dilatado, e incrementé el ritmo de penetración, incluso introduje un segundo dedo. Él empezó a acompasar sus movimientos y, ¡oh, milagro!, su varonil cipote se irguió desafiante de nuevo - . A muchos hombres les excita sentirse un poco putitas, y veo que a ti también. ¡Qué pena no tener un vibrador! Te follaría bien follado, mi nene...


- Oh, sí, sí...me gusta, me gustaría – gimió él.


- A ver si vas a ser un poco marica....


- No, sí, lo que tu digas, pero no pares... Cógeme de la polla, bébete mi leche – Jose estaba otra vez dispuesto a la acción, y yo no lo estaba menos, pues mi calentura volvía a alcanzar cimas asombrosas. ¡Menudo despotorre teníamos los dos! Echábamos fuego. Por eso, me contorsioné y volví a coger su polla con mis labios y succioné, succioné y succioné... Mmmmmmmmmmmm, ¡qué rica estaba, otra vez!


- ¡Qué puta eres, María! ¡Cómo sabes lo que hace disfrutar a un hombre...!

Pero de pronto se me ocurrió algo nuevo, una fantasía de siempre, una anhelo juvenil.


- Espera un momento... – le dije, y me levanté del amasijo que formaban nuestros sudorosos cuerpos. Ya que esto iba a ser un punto y seguido en la orgía, saqué un pañuelito del bolso y me limpié a conciencia el chocho: una tiene sus manías, y me quería sentir fresca, dentro de lo que era posible, antes de reanudar el juego...que iba a consistir precisamente en subirme a la moto, tumbarme sobre el depósito, abrirme de piernas (ano y coñito al aire) y decir, con voz muy muy muy melosa:


- Ven, “tío Jose”...

¡Oh! No dudó, y al momento estaba introduciendo sus deditos y su lengua en mi conchita... ¡Ohhhhhhhhhhhhhhh! ¡Cómo me trabajaba el cabrón! ¡La bolita de mi clítoris estallaba...! Yo, por mi parte, me así a la parte más prominente de su anatomía, su polla, y comencé el masaje. Cuanto más a conciencia me comía mis bajitos, más “arriba-abajo” le daba yo. ¡Cómo estábamos! Javier había volado de mi cabeza, seguro que no podría igualar lo que yo estaba haciendo, ni siquiera con el bomboncito sintético de su secretaria...

Pero faltaba el remate final: yo estaba decidida a cumplir mis más escondidos deseos, los más sucios, aquellos pecados inconfesables tanto han alimentado mis pajas. Me sentía poseída, una auténtica prostituta, sólo que en vez de dinero obtenía placer... La idea de lo que me estaba convirtiendo me excitaba más y más, y así se iba cerrando el círculo vicioso.


- Ahora me la vas a meter por el culo, me vas a follar bien follada por el culo, cuñadito cachondo.

Él no dijo nada, pero por la cara de vicioso que puso supe que había acertado con alguna de sus también ocultas fantasías.


- ¿A que te gustaría follarme por detrás? Como una perra, sodomizarme y dominarme, ¿eh? ¿A que te hace sentir muy hombre?


- Yo...


- Calla, que mando yo. Métemela, ¡ya!

Jose se subió a la moto, detrás de mí (juraría que un poco desconcertado, apuesto que ver a su seria cuñadita en plan de mando le descolocaba un poco, aunque a juzgar por el pollón que me acercaba al ojete, la sensación le ponía). Yo le facilité las cosas abriéndome de piernas más si cabe, con lo que en un santiamén sentí sus primeros intentos de penetrarme.


- Qué cachondo me pones – me dijo entonces, con la polla en la mano y apuntando aún a su objetivo -. No sabía que tenía una cuñada tan golfa, y que le gustara tanto follar...


- No me gusta, ¡me vuelve loca! Y hoy soy tu puta, pero tú eres mi puto, eres mi muñeco y hago de ti lo que me sale de los ovarios, nene.


- Soy tuyo, oh, sí... Tú me dominas, tú ganas...


- Cierra la boca y métemela de una vez...


- Oh, sí...


- Si no estás dispuesto, lo dejamossssssssssssssssssssss – no pude contener un gemido, pues había introducido el miembro hasta la mitad. Pude sentir perfectamente el champiñón de su glande, explorando los oscuros rincones de mi ano, y síiiiiiiiiiiiiiii, me ponía muuuuuuuy caliente, tanto como para pedir más, más y más....

Él se acopló, mete y saca, mete y saca, bombeando cada vez con más ritmo, mientras a ratos me metía los dedos en el coño (“¡no los saques!”, llegué a decirle, loca de gozo), me agarraba las tetazas o me mordisqueaba la espalda. Yo, por mi parte, agarrada fuertemente al manillar, me frotaba contra el asiento y el depósitos, baboseándolos con los jugos de mi extático coñito.


- ¡AAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! – gritábamos - ¡MÁAAAAAAAAAASSSSSSSS!

Cuando al fin introdujo hasta el fondo de mis entrañas su apoplético miembro, yo no podía más. Una sensación de placer inigualable, unida a una extraña pero muy agradable sensación de defecar, me invadió por todo el cuerpo, haciéndome palpitar de éxtasis. Me sentía follada, a reventar de polla masculina, con todas mis glándulas y nervios al borde del colapso. Si bien yo era dominada, no podría decirse que Javier fuera el dominador, ya que los gemidos que brotaban de su garganta certificaban que había perdido también el control. Yo me aseguraba de exprimirle con los músculos de mi recto, y le tenía bien cogido.


- Me mataaaaaaaaaaaaaas – chillé - ¡OHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! ¡Sigue, sigue, sigue, no pares, sigue, sigueeeeeeeeeeeeeeeeee...!

Cuando se corrió (¿por qué buscar una palabra más elegante?), noté cómo me lanzaba cuatro chorros de semen que me inundaron por completo. Yo me corrí al tiempo, en cuatro espasmos también, acompañando los disparos de sus testículos... Era EL polvo de mi vida, lo supe al instante. Si no me hubiera sostenido Jose, me hubiese caído de la moto, las piernas y el cuerpo entero no me respondían... Yo ya era otra que antes de entrar en la nave.

Pero quise dejar las cosas claras, en el mismo momento.


- Me vas a hacer un favor, cuñadito (él me había dicho, en un momento de la penetración que no le gustaba lo de “cuñadito”, pero mentiría si dijera que no me daba morbo llamarle así): nos vamos a olvidar de lo que ha ocurrido ahora.

Jose protestó.


- ¡Pero si ha sido glorioso!


- Sí, pero cada cual debe seguir con su vida. No nos debemos nada...

Y así quedó la cosa. Renuncio a seguir con las consecuencias de esa tarde; no creo que sean de interés para nadie. Lo único que debe saberse es que Javier y yo no volvimos a acostarnos.

 

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