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Noche de trabajo | Relatos Eróticos de Infidelidad

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Lo que ahora me propongo contaros sucedió no hace muchos años en Madrid y significó un gran cambio en mi vida. Entonces ya estaba casado y jamás había pensado en ser infiel a mi mujer, no por falta de ganas desde luego ya que por mi profesión trataba con muchas mujeres y la mayoría muy deseables. Pero yo me limitaba siempre a mirarlas y admirarlas sin mayores pretensiones. No quería líos y mucho menos en el trabajo a pesar de que mi matrimonio era demasiado convencional y los intentos que había hecho para sacarlo de la monotonía habían sido siempre un fracaso. En el territorio sexual el veredicto resultaba exactamente el mismo: aburrimiento.

Así andaban las cosas hasta que conocí a María.

La primera vez que la vi ella estaba de espaldas y vestía una blusa blanca, una minifalda verde muy estrecha, medias negras y zapatos de tacón. Bueno una mujer más para mirar, así de espaldas no aparentaba mucho más. Pero se volvió de repente y en ese mismo instante me cazó: Sus ojos verdes eran impresionantes, su pelo negro y algo rizado enmarcaban un rostro muy bello con unos labios carnosos que inmediatamente deseé y el perfil de su figura estaba redondeado por unos pechos ajustados en la blusa y un trasero prominente que tenía imán para mi mirada. Lo que digo, no se por qué pero me atrapó en ese mismo instante y sin dudarlo me acerqué para conocerla y empezar a seducirla de inmediato.

La presentación no dio para todo lo que yo deseaba en aquel momento pero después del saludo y los besos de rigor y tras la interrupción de otra compañera, la vi alejarse con un espectacular contoneo de caderas hasta una mesa en el departamento vecino que quedaba dentro de mi campo de visión. ¡Y que visión! Inmediatamente comprobé, aunque sólo por un instante, que sus medias eran medias y no pantys y desde allí me lanzó una primera sonrisa que me supo a gloria pura y a la que contesté con un guiño y la sonrisa más pícara que pude encontrar en mi repertorio. Pero aquel día no acabó del todo bien casi a última hora me anunciaron un nuevo trabajo a realizar de forma urgente como siempre y del que hablaríamos más despacio al día siguiente. De todas formas tendría un nuevo aliciente para acudir a la oficina y no laboral precisamente.

A la mañana siguiente me explicaron el nuevo trabajo y lo convirtieron en terriblemente atractivo para mi al fin de la explicación cuando me propusieron que incluyera en el equipo a “esa chiquita” nueva que acababan de contratar. Cuando volví a mi mesa la encontré en la suya y de nuevo me dedicó una sonrisa a la que esta vez contesté con un comentario: “trabajaremos juntos, muy juntos”. De inmediato convoqué la reunión de formación del equipo e incluí a María en el primer lugar de la lista.

El proyecto resultó altamente excitante pues teníamos mucho trabajo y eso nos obligaba a pasar mucho tiempo juntos y la atracción de su cuerpo no paraba de hacer mella en mí. Las largas jornadas que pasamos los dos metidos en una sala ordenando documentación, diseñando planes de acción, comprobando datos, consiguieron que en unos pocos días pareciésemos compañeros de toda la vida. Pero yo quería más y estaba dispuesto a conseguirlo a cualquier precio.

Era tarde. Como siempre estábamos solos en la sala y yo no paraba de mirarle las piernas. Sentados uno al lado del otro trabajábamos sobre una mesa de cristal que facilitaba mi excitación con la visión de sus muslos. A través del cristal ella podía observar también la mía como abultamiento en mi bragueta. Entonces se dio cuenta de que había cometido un error en uno de sus cálculos y que eso suponía repetir buena parte del trabajo que los dos habíamos hecho en el día. Después de consolarla acariciándole el pelo y besando una sola y fugaz vez en sus labios le propuse que nos fuésemos a cenar para continuar trabajando toda la noche. Aceptó tanto el fugaz beso como la cena y nos marchamos a por los abrigos. Esperando el ascensor hicimos risas con el error y al entrar en él mi brazo se ajustó a su cintura y a la vez que las puertas se cerraban se inició un ardiente beso que nos llevó hasta la planta del garaje. En él ella echó a correr hacia mi coche y yo la seguí a paso rápido. Cuando la alcancé se había recostado de espaldas sobre mi puerta tapando la cerradura con su trasero y mirándome con los ojos más pícaros que hasta ahora he visto. Tras poner mis manos sobre sus caderas besé de nuevo sus carnosos labios y ella me abrazó por el cuello tirando de mi hasta que consiguió que mi pene se apoyara justo encima de su vientre. Mis manos se deslizaron desde sus caderas, la derecha hacia su culo y la izquierda hacia su pecho mientras notaba los impulsos que con su vientre daba sobre mi pene. Poco tardé en entrar por debajo de su falda para sentir la piel de sus nalgas y las medias en sus piernas. Entre suspiros besé su cuello y sus orejas hasta que con un gemido me apartó y me pidió que abriera la puerta. Directamente se colocó tumbada en el asiento de atrás y yo me introduje entre sus piernas a la vez que le quitaba el tanga casi diría que a mordiscos. Ella reía mientras sujetaba mi cabeza entre sus piernas y yo le elevaba la falda hasta llegar con mis labios hasta su sexo. De inmediato dejó de reír y volvieron los suspiros mientras con mi lengua separaba sus labios y me enloquecía aún más con su olor. Pero de pronto pensé que no quería ir tan deprisa, que deseaba disfrutarla al máximo y que para conseguirlo debía cambiar de marcha.

Me arrodillé al lado de su cabeza como pude y volví a besarla y a acariciar su cuello y sus orejas. Pasaba mis labios por su cuello mientras mis manos amasaban su pelo negro. Estuve así un buen rato poniéndole la carne de gallina, notando como ella disfrutaba de mis caricias y buscaba mi cuerpo con sus manos para acariciarlo con la misma suavidad. Desabroché todos los botones de su blusa y acaricié sus pechos por encima del encaje de su sujetador negro. Sus pezones estaban absolutamente erectos después de la sesión de suaves caricias que le había dedicado a su cuello y no tardé en quitar de en medio esa prenda para acariciarlos en directo con mis labios. Ella cogió un pecho entre sus manos y lo apuntó directamente hacia mis labios que se abrieron sobre él y dejaron paso a mi lengua que se entretuvo en mojarlos mientras los succionaba. Sus pezones eran oscuros y abultados y coronaban perfectamente unos senos que confirmé grandes pero no enormes. Los cogí con mis manos mientras ella hurgaba en mi bragueta hasta bajar la cremallera e introducir la mano y coger su objetivo que, por cierto, se encontraba absolutamente duro. Le dediqué miles de caricias a sus senos con especial esmero en sus pezones mientras ella agitaba su mano como si me quisiera arrancar el miembro. La abracé y tiré de ella hacia el suelo tumbándola encima de mí pero aquello era demasiado estrecho y nos volvimos a subir al asiento en la misma posición. A pesar de la poca luz de aquel aparcamiento la vi espléndida sobre mí con su blusa abierta, mis manos sobre sus senos, mis dedos en sus pezones y su culo sobre mi poya. Húmeda como estaba no le costó nada enfilarla en su agujero arrastrando en su camino todos sus jugos para entrar con absoluta suavidad mientras gemía doblando su espalda sobre mi hasta besarme. Le pasé el relevo de nuevo y ella empezó a agitarse con todas sus ganas hasta que sus gemidos se convirtieron en gritos haciendo que me corriera a la vez que ella. Agotada se dejó caer sobre mi mientras las yemas de mis dedos recorrían su espalda y jugaban con los picos de su columna.

Nos costó mucho reiniciar el trabajo, tanto que durante aquella noche debimos hacer más interrupciones de las habituales y todas dirigidas al mismo objetivo: conocernos muy a fondo.

 

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