Relatos Eróticos Intercambios

Sesion Golfa | Relatos Eróticos de Intercambios

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Mi esposa no estaba muy acostumbrada a este tipo de cosas, pero me latía que le simpatizaba la idea. Cuando hacíamos el amor le hablaba al oído de la posibilidad que estuviera entre nosotros otro hombre o dos más y le encantaba. La notaba que se ponía más caliente y me pedía que le pusiera la verga en el culo porque quería más.
Nunca lo hacíamos y al final quedaba todo olvidado, pero la siguiente noche volvía el fantasma de la lujuria y mientras veíamos un video caliente, era evidente que le encantaba la parte donde un tipo de raza de color, con una verga de unos 23 cms. se dejaba que una chica rubia se la chupara, se la hiciera crecer y luego se la deslizara primero por su húmeda rajita caliente y después por el culo. Ella comenzaba a excitarse fuertemente y me daba la impresión que deseaba ser la protagonista de la película.
Poco faltaba para que se lanzara sobre la pantalla para ayudarle a la rubia con la faena que le hacía al moreno.
Ella es rubia, de mediana estatura, caderas apetitosas y unos pechos sensacionales, grandes, duros y con unos pezones pequeños, pero sabe que cuando los muestra, aunque sea con una blusa ajustada, los muchachos y los hombres la ven con deseo y no dudo que más de una vez se haya humedecido en su sexo cuando la ven con insistencia y algún atrevido, cuando no me doy cuenta, se chupa los labios mientras le ve los pechos. Aunque ella es muy discreta, no dudo que disfrute eso. Me lo ha dicho y creo que ha puesto algunos miembros duros por la calle cuando la ven y le ven el trasero en sus faldas cortas.
Un día le propuse que dejáramos los niños en casa de su hermana para ir al cine por la noche.
No le dije qué película veríamos, pero dirigí mi coche a un lugar un tanto retirado del Centro de la ciudad, donde algunas veces, cuando joven (ahora tengo 34 y ella 29) me gustaba ir a ver filmes calientes.
El cine no era cómodo, ni mucho menos; el aire ni siquiera funcionaba bien y se sentía calor. Era verano y hacía calor. la sala estaba casi vacía.
Dudó un poco en entrar, pero al fin lo hicimos. Ella llevaba una falda negra, corta, arriba de la rodilla, una blusa de botones floreada, tacos altos, sin medias. Su piernas torneadas por el gimnasio eran un manjar para cualquiera.
Nos sentamos y la película recién había comenzado. Sin tema alguno, sexo puro. Eran tres chicas vestidas de monjas que manoseaban a un hombre vestido de sotana café como monje franciscano, al cual ya había dejado casi desnudo; le había levantado el hábito y las tres se afanaban por excitarlo, aparentemente, contra su voluntad.
A los pocos minutos de estar viendo la peli, ella y yo ya estábamos intercambiando besos y algunos toqueteos; mi brazo por encima de su hombro pellizcaba uno de sus pezones, que ya estaba duro y ella me ofrecía su lengua traviesa que entraba en mi boca cada vez más profundo y toca mi verga que estaba endureciendo.
Una pareja que estaba a nuestro lado, de unos 25 años él y ella un poco mayor, de unos 35, estaban en lo mismo. Salvo que ella, morocha, de cabello corto, delgada, tenía su vestido de botones al frente y abajo de la rodilla, abierto en su parte media y él metía la mano, goloso, hurgando en el sexo de ella. Estábamos en la parte trasera del cine y no dudo que premeditadamente hubiesen ido a sentarse atrás, donde estábamos nosotros.
La chica descaradamente sobaba la verga de su pareja mientras me veía a mi besar a mi esposa y tocarla ya con la mano dentro de la blusa y la otra entre sus piernas. La luz de la película nos daba en el rostro y veíamos nuestras caras perfectamente. Lo besaba y sonreía. Entre Dalia, mi esposa y el tipo había un asiento vacío, pero la cercanía era evidente; los gemidos de ella, nos llegaban y más nos excitaba. Ya la película ni la veíamos, estábamos en lo nuestro.
De pronto, muy disimuladamente el tipo se brincó un asiento y pasó a estar casi a centímetros de mi esposa mientras tocábamos. La chica se paró y le dijo algo al oído de que iba al tocador. Al pararse me guiñó un ojo a mi y sonrió mi esposa.
Para entonces, yo continuaba besándola y metiendo la mano entre su sexo, primero dos dedos que luego saqué y los metí en mi boca para saborearla y continué masturbándola y ella gimiendo. Ya me había sacado mi herramienta que estaba gruesa y dura y crecía cada vez más y la acariciaba.


- ¿Te gustaría tener otra verga, mamita?, le dije al oído.


- Noooo... esteee.... siiiii, quiero otra más, dos, tres más... estoy ardiendo, papito.


- ¿Donde la quieres chiquita, ya tienes una en la mano, ahorita me la vas a mamar y luego te le voy a enterrar toda.... ¿quieres otra, como esa? Le hice girar la cara y vio que el tipo había abierto su pantalón y se la mostró. Gruesa, más grande que la mía y casi en pie de guerra.
Entrecerró los ojos. Extendió la mano y la tomó; la pulsó, y se la quería comer con la mirada. Se aproximó al tipo, le pasó la lengua por los labios y se volvió para comenzar a chupar mi verga y a masturbarlo a él; comenzó a chupar más y cada vez más fuerte hasta casi hacerme terminar y al mismo tiempo jalaba fuertemente masturbando a su compañero.
El le quitó la mano, se deslizó hacia el espacio entre los asientos, le abrió gentilmente las piernas, mientras ella no dejaba de chupármela a mi, le hizo a un lado la tanguita de encaje negro que traía y le comenzó a chupar su sexo, a darle lengüetazos furiosos en su panocha caliente mientras ella seguía gimiendo y tratando de exprimr mi palo ardiente. Siguió chupando aprisionando su clítoris con sus dientes y metiendo la lengua en su sexo hasta hacerla terminar y tener un tremendo orgasmo que pudo disimular con un gemido sin soltar mi verga con su boca.
Siguió chupando furiosamente y subiendo y bajando su mano hasta que logró hacerme estallar y pudo tragarse toda mi leche... hasta la última gota. Mientras, seguia gozando de la lengua del joven que seguía lamiendo su cosita caliente y limpiándola a lengüetazos.


- Paaapi, que ricooooo.
Se incorporó, mientras el tipo volvía a su asiento, con la verga en la mano y se la mostraba orgulloso. Se sentó en el reposa brazos para ofrecérsela. Dalia, ni tarda ni perezosa se lanzó sobre el instrumento que brillaba con el resplandor de la pantalla y comenzó a besar la cabeza y saborearla como una paleta. La compañera del tipo regresó, pero no se sorprendió de lo que vio. Había estado unos minutos observando la maniobra, de pie, unos metros atrás recargada en la pared, disfrutando de lo que veía a media luz y tocándose su sexo, manipulando su clítoris y pellizcándose los pezones que estaban cada vez más duros y su sexo cada vez más inundado.


- ¿Puedo? Le dijo a mi esposa, pasando a un lado de su esposo y acercándose casi al oído.
Mi esposa se sorprendió un poco porque no la vio llegar. La sonrisa amable de "no hay problema", la hizo tranquilizarse. Le pasó la lengua por la mejilla y subió hasta succionarle el lóbulo de la oreja izquierda.


-¿Puedo? Le repitió casi en un susurro, al tiempo que metía la mano entre sus piernas y las abría, para luego sonreírle y meter la lengua entre su sexo.


-Siiiii.... puedes... hazme lo que quieras Le dijo con voz temblorosa, mientras no soltaba el palo que tenía en la mano y al sentir la lengua que se abría paso entre sus labios vaginales, volvía a tragarse todo el palo del esposo de ella.
Siguió chupando fuertemente metiéndose todo el palo hasta la garganta, mientras sentía que una de mujer la hacía disfrutar, lamiendo y mordisqueando su clítoris hinchado y deseoso de explotar de nuevo.
Así estuvieron unos minutos hasta pudo sacarle toda la leche al hombre que tenía en su boca y exprimirle la verga, mientras llegaba a otro orgasmo con la mamada que le daba la mujer en su concha sabrosa.
Los gemidos pararon. La sala seguía casi en penumbras y casi a solas.


- ¿Te vas a quedar así?, -le pregunté a la chica- Quiero meterte la verga toda en tu raja sabrosa y por el culo y en tu boca...


-Otra ocasión, papito... por ahora, tu mujer lo necesita tanto como yo. Dale lo que quiere. Nosotros venimos el jueves próximo y aquí los vemos. Pero, oye, sólo nos vemos aquí porque tenemos que ir a un lugar donde tengamos más libertad y privacidad... ¿te parece, papi...?
-Mmme parece.
Dalia aún no se reponía de la batalla. El tipo se inclinó, le dejó un beso metiendo la lengua entre sus labios y, sin decir palabra, le regaló una sonrisa a ella, me guiñó el ojo y sólo dijo adiós con la palma de la mano.

 

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