Relatos Eróticos Intercambios

Yo, Luciana, mi hija Liz y Sebastián, nuestro semental, 25 años de pasión. | Relatos Eróticos de Intercambios

Publicado por Anónimo el 13/02/2024

Me llamo Luciana, nací el 12 de noviembre de 1972, y tengo una hermosa hija que se llama Liz, nacida el 11 de julio de 1985. Me quedé embarazada de ella unos días después de cumplir los 12 años en mi primera vez de un chico que nunca más lo vi.
Siempre le advertía que debe tomar ciertas precauciones, no le pongo límites.
El verano de 1999, cuando sucedió lo que quiero contarles ahora, alquilamos un departamento en Mar del Plata cerca de la playa para nosotras solas. Apenas nos habíamos instalado y mi hija había invitado a su novio, Sebastián. Es un chico que nació el 13 de julio de 1978, muy hermoso y amable, los dos se llevan bien y forman una pareja hermosa.
La historia comienza un día como hoy de hace 25 años, el 13 de febrero de 1999, la noche anterior al Día de los Enamorados. En ese momento yo tenía 26 años, Liz 13 y Sebastián 20.
Esa noche me fui a cenar con una amiga divorciada como yo y dos hombres amigos, que nos habían invitado. Con uno de ellos yo tenía esperanzas de que sucediera algo. Estuvimos coqueteando toda la noche, insinuándonos cosas y diciéndonos frases con doble sentido; yo estaba segura que terminaríamos en la cama y estaba bastante excitada porque él me gusta mucho. Al final de la cena se ofreció a llevarme hasta el departamento en su automóvil, hablamos mucho, nos acariciamos un poco, pero cuando llegó el momento de pasar a algo más, él mencionó algo respecto de su esposa, que no quería serle infiel, y al final se despidió de mí con un beso. Para entonces estaba yo muy caliente, y tuve que quedarme así porque se fue dejándome sola en la puerta del edificio.
Excitada y enojada como estaba, entré al departamento y allí me esperaba una sorpresa. Apenas abrí la puerta y encendí las luces encontré a Liz y Sebastián en el living, recostados desnudos en un amplio sillón. Mi hija tenía las piernas abiertas y su novio estaba sobre ella. De él recuerdo su espalda ancha, cubierta de sudor, con los músculos marcados por el esfuerzo, porque se estaba moviendo rítmicamente penetrando a mi hija por la vagina con el pene grueso. Ella gemía de placer.
Me quedé helada, sin saber qué hacer. Liz cerró los ojos y se aferró más a Sebastián, acariciándole la espalda con sus manos y enlazando sus piernas a la altura de los riñones de su novio. Él giró la cabeza y me miró; sentí que me desnudaba con sus ojos. Era hermoso, y verlo en esa situación resultaba por demás erótico. Toda su potencia de hombre al servicio del sexo.
Por fin reaccioné y me fui a mi cuarto haciendo un ligero gesto con mi mano dirigido a ellos, como que estaba todo bien. Las piernas me temblaban un poco, jamás había visto a otra pareja teniendo sexo delante de mí, y menos a mi hija. Pero me pareció que lo mejor era no apartarme de mi rol de madre moderna y dejarlos hacer. Después de todo, muchas veces le había dicho a Liz que prefería que lo hiciera en mi casa, con un conocido, y no en cualquier lugar con un desconocido.
En mi cuarto me quité el vestido que había llevado a la cena, también el sostén, y me puse mi camiseta de dormir que es blanca, sin mangas, y apenas me cubre el trasero. Me acosté pero no podía dormir; se me venía a la mente la imagen del hombre que había conocido y enseguida la de mi hija que a pocos metros de donde estaba yo tenía sexo con su novio.
En eso la escuché gritar muy fuerte, y luego quejidos y un llanto. Pensé que podía pasarle algo de modo que salí silenciosa de la habitación y me aproximé al living a espiar. Liz estaba ahora en cuatro, desde atrás Sebastián la sujetaba por las caderas y le decía "aguantá, aguantá un poco más", pero mi hija gritaba como si la estuvieran desgarrando. Su rostro estaba transfigurado por el dolor pero su novio no se detenía, e impulsado hacia delante apoyaba el pecho en la espalda de mi hija montándola por completo.
Volví a mi cuarto y me metí bajo las sábanas. Los gritos seguían y mi calentura iba en ascenso. Me quité las bragas y empecé a masturbarme. Con una mano acariciaba mis pezones por debajo de la camiseta y con la otra me froté el clítoris. Lancé un suspiro. Tenía la concha húmeda, me metí el dedo índice y mayor, mientras con el pulgar seguí frotando mi clítoris.
En el living los ruidos continuaban. Ahora los dos gritaban, decían cosas propias del acto sexual, podía imaginarme todo lo que estaban haciendo y alimentaba mi excitación. Aceleré el movimiento de mis dedos, los hundí muy rápido, furiosamente, sentí venir mi orgasmo y lo liberé con un grito en el que explotó toda mi calentura y me hizo arquear el cuerpo sobre la cama. En ese momento me di cuenta de que la casa estaba en silencio, y que mi alarido final debió escucharse en todas partes.
Me quedé quieta largo rato, relajándome, hasta comprobar que los ruidos no regresaron. Mi hija y su novio debían estar durmiendo. Entonces me levanté a buscar un poco de jugo, porque tenía la garganta seca.
Estaba yo de pie en el comedor a oscuras sirviéndome un vaso de jugo cuando Sebastián apareció a mi lado. Estaba completamente desnudo. No pude evitar admirar su cuerpo enorme recortado en las sombras, atlético y velludo. Y aunque tenía el miembro relajado, me pareció de un largo y un grosor impresionante, lo más grande que jamás haya visto en mi vida y que no existe seguramente en el mundo. Le colgaba entre las piernas como un trozo de manguera. Además tenía toda la piel retraída por lo que el glande estaba expuesto.
- Luciana, quiero agradecerle que no hayas retado a Liz ni a mí por lo que estábamos haciendo- me dijo en voz baja.
- No pasa nada, ustedes son jóvenes y hacen bien en disfrutar- respondí tratando que no me temblara la voz. - No te preocupes.
- De verdad quiero agradecerle -insistió él, dando un paso hacia mí -No todas las madres son tan comprensivas como usted.
Me causó gracia que me tratara de usted y se lo dije.
- Me haces sentir más vieja- le reproché con una media sonrisa.
- Le debo el respeto que usted se merece- dijo él, que seguía serio.
- En todo caso- agregué poniéndome seria yo también -quizá no sea correcto que estés hablándome aquí frente a mí totalmente desnudo. Quizá podrías cubrirte un poco...
- No pensé que sería problema. En todo caso, usted también está prácticamente desnuda.
Recordé entonces que sólo llevaba puesta la camiseta, y de entre mis piernas subía el olor de mis jugos.
-¿Acaso escucharon algo?
- La verdad, yo la escuché. Debió ser muy rico, aunque algo solitario ¿no cree?
Sebastián estaba muy junto a mí, su voz era un susurro, y me ponía nerviosa. No podía evitar que mi vista se dirigiera hacia el péndulo que le colgaba entre las piernas.
- ¿Querés un poco de jugo? -pregunté para salir de la incómoda situación.
Giré hacia la mesada, dándole la espalda. Juro que pude sentir los ojos de Sebastián posados sobre mi cola. Serví un poco de jugo y cuando volví a girar de frente a él rocé accidentalmente su pene con mis caderas. Ya no estaba tan flojo, lo tenía a medias erecto.
El novio de mi hija bebió del vaso mirándome a los ojos y avanzó un poco más hacia mí, hasta el punto que su verga quedó suavemente apoyada en mi vientre. Parecía que sabía cuánto la deseaba, porque la verdad es esa: deseaba tocársela, chuparla y que me la metiera bien profunda.
- Quizá no debería estar tan sola Luciana, una mujer como usted no merece estar sola.
Me apoyó su mano en la concha y rápidamente introdujo un dedo. Yo estaba tan mojada que se deslizó sin problemas. Se me escapó un gemido.
- No... Liz...
- Mariela duerme, no se preocupe -respondió él en mi oído - No vamos a hacer nada malo, sólo quiero ayudarte.
Sebastián se pegó contra mí, me dio un beso muy profundo en la boca y metió otro dedo más en mi vagina. Por instinto separé un poco mis piernas. En ese momento no me cuestioné nada, sólo quería gozar.
El novio de mi hija me masturbó maravillosamente, mi vagina estaba completamente inundada por mis jugos y no tardé en sentir otro orgasmo. Él ahogó mis gemidos apretando más sus labios contra los míos y llenándome la boca con su lengua.
Se me aflojaron las piernas y hubiera caído, pero él me cargó en sus brazos y así me llevó hasta mi dormitorio. Me puso suavemente sobre mi cama boca arriba, me tomó por los tobillos y me hizo flexionar las piernas de tal manera que mis rodillas quedaron contra mis tetas.
Él se quedó de rodillas, erguido ante mí. Lo veía enorme. En esa posición frotó su verga todo a lo largo de mi raja. Me temblaba el cuerpo de la excitación y moví un poco mis caderas, dándole a entender que deseaba que me penetrara. Pero él se hizo desear un poco más. Manteniendo mis piernas flexionadas, apoyó las manos en mis muslos y me abrió. Toda mi concha quedaba expuesta para él.
Sebastián tomó su larga verga en la mano y me dio unos golpecitos en el clítoris. Luego apoyó la cabeza en la entrada de mi vagina y se quedó quieto. Loca de excitación estiré mis brazos, lo aferré de las caderas y lo empujé contra mí.
La penetración fue total, profunda, y me arrancó un gemido. El novio de mi hija tenía una herramienta formidable entre sus piernas y acababa de clavármela toda. Se movió lentamente, sacándola toda y volviéndola a meter. Me arranqué la camiseta y comencé a masajearme las tetas, a pellizcarme los pezones, a retorcerlos.
Entonces Sebastián tomó mis piernas otra vez y las puso sobre sus hombros. Mi cadera quedó en el aire, él se hizo hacia delante, completamente estirado en la cama, y su rostro quedó a centímetros del mío. Su verga estaba completamente plantada dentro de mí y me hacía un poco de daño cuando la punta topaba en el fondo de mi vagina.
Sebastián me bombeaba sin clemencia pese a mis quejidos. Mis piernas en sus hombros, mis brazos sujetados por sus manos, impedían que yo controlara siquiera un poco la situación. Sólo podía limitarme a recibirlo una y otra vez.
- Te amo, Luciana, estoy perdidamente enamorado de vos desde el primer día que te vi, quiero ser el hombre de tu vida- me decía cada vez que entraba a fondo.
- Yo también, Seba, estoy perdidamente enamorada de vos, quiero ser la mujer de tu vida.
Sus embestidas eran cada vez más rudas y potentes, y yo sentía un dolor tremendo a cada empujón porque era la pija más grande que jamás haya probado, pero también un placer único. Tenía el rostro de Sebastián sobre mí, pegado al mío, y le caía una gota de sudor por la nariz.
En un momento dado giré un poco la vista y vi que en la oscuridad mi hija Liz estaba también en el dormitorio, apoyada contra una pared, con una de sus manos entre sus piernas. Mi hija estaba viendo cómo su novio se cogía a su madre, y se excitaba con eso como yo me había calentado antes viéndola a ella.
Todo eso fue demasiado para mí y exploté en un largo y placentero orgasmo, el mejor de mi vida hasta ese entonces. Sebastián se quedó quieto, con su verga profundamente metida en mí, la cabeza apoyada contra mi útero, y en esa situación largó una densa y abundante descarga de semen.
- Sentí, Luciana, sentí cómo te estoy llenando de leche.
Quedé desvanecida después de vivir eso tan intenso. Cuando desperté, sola en la cama, el sol estaba alto ya. Por un instante pensé que todo había sido un sueño pero no, ahí estaba yo desnuda, con las piernas aún algo abiertas y la concha pegoteada por mis jugos y la abundante eyaculación de Sebastián.
Los chicos no estaban. Tomé una ducha y me sorprendí porque aún no paraba de escurrir semen de mi vagina.
Me fui sola a la playa y pasé casi todo el día allí tomando sol y pensando en lo que había sucedido. Sabía que algo andaba mal, pero había disfrutado tanto que no me arrepentía. En la primera oportunidad que tuviera, hablaría con mi hija.
Llegó la noche y los tres nos reunimos en el departamento. Todo estaba como si nada hubiera pasado. Mientras preparaba la cena intenté dialogar con Liz pero ella le restó importancia al asunto. "No pasa nada mamá, ¿para qué vas a preocuparte? Está todo bien má, te quiero con toda el alma", me dijo, y nos dimos un fuerte abrazo.
Luego, cada uno se fue a duchar mientras me quedaba lavando los platos. Terminé y yo también me fui a darme un baño, y cuando salí fui a mi dormitorio que estaba a oscuras. Cuando entré me esperaba otra sorpresa: mi hija se la estaba mamando a su novio en mi propia cama. El miembro estaba en plena erección, Liz trataba de metérselo todo en la boca pero no le cabía, la hacía ahogar. Lo sacaba, le pasaba la lengua y volvía a intentarlo. Se escuchaban sus gemidos y sonidos de succión.
Abrí la puerta y Sebastián me hizo un gesto con la mirada. Yo estaba dispuesta a todo, así que cerré la puerta con llave, me quité el toallón y me acomodé en la cama a la altura del pene de Sebastián.
Lo miré bien de cerca, la cabeza hinchada, las venas marcadas, los vellos. 35 centímetros de largo por 7 de diámetro. Vacilé un poco, como pidiendo permiso, pero al final abrí la boca y mi hija lo empujó hacia dentro.
Tenía sabor exquisito. Me gustó chuparlo, sentirlo duro llenándome la boca, pasarle la lengua. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que le hice una mamada a un hombre.
Liz y yo lo estuvimos mamando por turnos mientras Sebastián acariciaba nuestras cabezas y gemía. Quise masajearle los huevos y mi mano se encontró con la de mi hija, que ya estaba en esa tarea. Iba a retirarla pero la dejé. Si madre e hija compartíamos esa verga, también podíamos compartir una caricia a los huevos de ese chico formidable.
En determinado momento quise sacar el pene de mi boca para pasárselo a mi hija pero Sebastián me lo impidió haciendo presión sobre mi nuca. Instantes después sentí chorros de leche tibia sobre mi lengua: se había venido gracias a la mamada y había elegido mi boca para depositar su leche. Mantuve la verga prisionera entre mis labios mientras sentía el líquido espeso bajar por mi garganta.
Nos quedamos los tres muy relajados, Sebastián en el medio de nosotras dos. Una de sus manos acariciaba suavemente mi trasero. El sabor de su semen estaba aún sobre mi lengua. Después de un rato él se deslizó hacia abajo en la cama, abrió delicadamente mis piernas y chupó mi concha. Su lengua exquisita jugó con mis labios, los separó y se entretuvo en mi clítoris arrancándome suspiros de placer.
Luego se retiró e hizo lo mismo con mi hija. Liz gimió fuertemente, tomó una de mis manos y la apretó con fuerza. Con la mano que nos quedaba libre nos acariciábamos nuestros propios pezones. Me encanta disfrutar así: los hago rodar entre mis dedos, los estiro, los pellizco. Mi hija me imitaba tocándose sus tetitas casi inexistentes en ese momento.
Sebastián volvió a ubicarse entre mis piernas y siguió chupándome la concha. Tomó una mano de Liz y la apoyó sobre mi clítoris; ella me acarició suavemente arrancándome suspiros de placer.
Luego, Sebastián me hizo girar en la cama hasta que quedé boca abajo y sin darme tiempo a nada me abrió las nalgas y hundió su lengua en el agujerito de mi culo. Sentí que me corría electricidad por todo el cuerpo y gemí con fuerza, la chupada fue bestial y otra vez quedé al borde de un orgasmo. Sebastián tenía la lengua dura y muy hábil, me ensalivó como un experto, me dilató y jugó en el interior de mi hoyito.
Ya sabía lo que vendría luego, y me dio temor: Sebastián me puso en cuatro y se arrodilló detrás de mí. En efecto, tenía planeado dármela por el culo. Yo era virgen analmente.
El chico apoyó su formidable verga en mi culito y empezó a empujar. El dolor era insoportable y grité, pero él sabía cómo hacerlo. Entraba y salía de a poco, guiándola con su mano, hasta que mi ano se acostumbró al tamaño de su cabeza y entró toda. Me tomó entonces por la cintura y me atrajo hacia él, de modo que era yo misma la que me iba ensartando.
Sentí un ardor tremendo, la pija era demasiado gruesa y estaba durísima. Podía notar cómo avanzaba hacia mi interior, apartando los pliegues de mi esfínter.
- Me matas -imploré- sácala un poco por favor.
- Aguantá, Luciana, es sólo un momento, siempre quise romperte el culo.
Clavé las uñas en las sábanas de la cama dispuesta a resistir, aunque el dolor era muy grande. Entonces Liz me dijo:
- Aguanta mamá, falta muy poco para que te entre toda.
Una de las manos de mi hija estaba tocando el trozo de verga que quedaba afuera, y la otra acariciaba mi vagina. El placer empezaba a llenarme, hasta que me dio el último empujón y me la enterró hasta los huevos. Me cortó la respiración. Tenía toda su verga plantada en el culo.
El chico empezó a moverse lentamente, atrás y adelante, hasta que el dolor dio paso al placer y yo también empecé a disfrutar. Liz, tendida boca arriba a mi lado, se masturbaba viendo la escena. Por la posición en la que estábamos, mis tetas quedaron contra las de mi hija y el movimiento de vaivén a que me obligaban los empujones de Sebastián hacía que nuestros pezones se rozaran.
Las dos estábamos terriblemente excitadas. Nos miramos a los ojos, y Liz me dijo:.

- Mamá, estoy perdidamente enamorada de vos, quiero ser tu novia.
- Yo también, hija, quiero ser tu mujer para toda la vida.
Nuestros labios se fueron acercando y nos dimos un largo beso en la boca, uniendo así y para el resto de nuestras vidas nuestras almas y nuestros corazones, mientras Liz no paraba de pajearse y Sebastián no paraba de bombearme el culo. Y de manera simultánea acabamos los tres juntos: la paja de mi hija, yo teniendo un squirt y Sebastián inundando mis intestinos con su semen, mientras nos devorábamos hambrientas con Liz nuestras bocas.
Parecía que todo había terminado, pero nuestro macho nos pidió que hiciéramos el 69 entre nosotras, ella arriba y yo abajo, frotándonos nuestros clítoris con nuestros dedos y chupándonos nuestras conchas a más no poder, mientras Sebastián le rompía el culo a Liz. Estuvimos así como media hora, hasta que el triple orgasmo simultáneo llegó a nosotros: ella y yo acabamos nuestros squirts en nuestras bocas mientras Sebastián le llenaba las tripas con otra catarata de esperma a mi hija.
- Luciana, Liz, límpienme la pija con sus bocas, las amo.
Las dos lo acostamos boca arriba, y nuestras bocas sobre el pene de Sebastián de 35 cm. de largo por 7 cm. de diámetro, chupándolo hasta que no aguantó más, nos acostamos y se hizo la paja.
El semen de Sebastián se derramó sobre nuestras caras, nos compartimos con nuestras bocas, jugando y tragando su leche caliente y espesa, lo que lo hacía excitar cada vez más, dándole el impulso necesario para masturbarse y depositando en nuestros rostros doce veces más para tragarnos su esperma.
Nuestras fuerzas se acabaron, y se acostó en medio de las dos, y nos quedamos dormidos y abrazados los tres juntos.
El resto de nuestras vacaciones fue una orgía continuada.
Y ni bien llegamos a la Capital, Sebastián se vino a vivir definitivamente con nosotras, y en mi cama, ahora nuestra cama desde hace exactamente 25 años vivimos todas las noches de nuestras vidas las experiencias sexuales más maravillosas. Ya no sé la cantidad de litros de la leche caliente, abundante y espesa que le tomamos a Sebastián y todos los litros que tenemos dentro de nuestros intestinos.
Hoy tengo 51 años, Liz tiene 38 y Sebastián 45. Ahora estamos con mi hija escribiendo este relato, bajo la luz tenue de las velas, recién bañadas, perfumadas y completamente desnudas, esperando a Sebastián que está llegando de trabajar, ya que él es quien nos mantiene para que nosotras solamente hagamos las actividades de la casa. Cuando terminemos de escribir, nos vamos a hacer el amor y ahí Sebastián se da una ducha, y nos va a llenar nuestras conchas, nuestros culos y nuestras bocas con su pija imponente de 35 centímetros por 7, y sus torrentes de semen. Un trío para toda la vida, hasta que solamente la muerte nos separe.

 

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