Relatos Eróticos Sexo con maduras

Mi profesora | Relatos Eróticos de Sexo con maduras

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Aquella mañana había acabado de trabajar tarde y decidí comer en el restaurante de al lado como solía hacer en estas ocasiones. Al entrar, una vez saludado el dueño del local, me di cuenta de que allí, en una mesa individual se encontraba una antigua profesora de inglés. Se llamaba Marga y debía estar en los 60 años de edad. Parecía mentira pero había pasado el tiempo desde la última vez que la vi, entonces tenía yo 18 años. Habían pasado ya casi 10 desde entonces.
Yo tenía un aire juvenil, siempre inferior a mi edad, por lo que las mujeres mayores siempre habían estado fuera de mi ambición, aunque dentro de mis fantasías como es natural. Ella había engrosado una parte de las mismas, pero no pensaba en ello mientras me acerqué a saludarla
Marga siempre se había caracterizado por no llevar sujetador y si unas camisas de vivos colores. En mi época de estudiante, todos los compañeros se sentían atraídos por la circunstancia de que llevase muy abiertas las camisas, siempre con uno o dos botones desabrochados, de modo que el divertimento general era llamarla en cada ocasión que se pusiera a nuestro alcance para preguntarle dudas, lo que sucedía de modo evidente en los exámenes y demás ejercicios, en época estival de modo que al atendernos personalmente, solía proporcionarnos una fenomenal vista del comienzo de sus pechos; el resto ya nos lo imaginábamos. Aquélla vista volvió a mi ese día cuanto ante su mesa la llamé por su nombre y al volver la vista hacia arriba y reconocerme, se incorporó para darme dos cariñosos besos. De nuevo había resurgido en mi la fantasía de joven pero la oculté dado que el cariño que mostraba era el propio de profesora - antiguo alumno.
Me preguntó que hacia por allí y le expliqué que solía ir a comer, así que como ella no había comenzado aún decidimos compartir mesa y hablar de lo que habíamos hecho en esos años.
Me explicó que había quedado viuda hacia dos años y que la vida le había cambiado mucho, pues apenas salía, salvo para sus clases y se mostró más interesada porque le contase lo que había hecho yo. A medida que hablamos la conversación se fue haciendo más amena y sincera, entre risas y carcajadas recordando antiguos compañeros y alumnos y las anécdotas que vivimos durante los tres años de su magisterio. El paso del tiempo había hecho mella en su cara y sus manos, pero a veces al inclinarse sobre la mesa, la abertura de su camisa fucsia dejaba entrever el canalillo de lo que debían haber sido unos estupendos pechos dorados siempre por el sol. En realidad era muy morena lo que contrastaba con el verde de sus ojos. Mi inexperiencia fue una ayuda en este caso cuando ante la sinceridad de la conversación y las animadas confidencias sobre los años de colegio, me atreví a contarle lo que nos divertía de sus clases. Según lo contaba me daba cuenta de que estaba metiendo la pata, pero sin embargo no fue así en realidad puesto que pareció causarle gracia el asunto.
Me comentó, que siempre le había molestado llevar sujetador por que no le gustaba excesivamente la ropa y siempre había tenido unos pechos firmes, así que se acostumbró pero en cualquier caso tenía que reconocer que a veces se daba cuenta de esa circunstancia, sobre todo en los alumnos más descarados, y que no obstante tenía su gracia. Nos reímos del asunto un buen rato entre picardías, cuando se interesó por mi situación sentimental. En realidad le dije que no estaba mucho mejor que ella, pues no estaba con nadie desde hacia dos años, y aquello derivó en una conversación más filosófica sobre el paso del tiempo y la necesidad de disfrutar del que teníamos. En un par de ocasiones no evitó cogerme la mano cariñosamente hasta que en un momento dado se percató de que de nuevo yo miraba la abertura de su camisa. Sonrió risueña y me preguntó si aún me atraía esa circunstancia. No pude por menos que sonreírle asistiendo con una mirada directa; era inevitable, yo también había deseado ver esos pechos en su momento. Para ese momento yo tenía una erección descomunal de sólo imaginar que tuviera una reacción positiva. Mi pene quedaba absolutamente doblado intentando buscar un lugar más cómodo donde extenderse del todo, y busqué una postura más cómoda. Ella estalló en una carcajada y observó que hacía tiempo que no se sentía tan halagada. Me preguntó que si quería tomar el café en su casa y contándonos cosas. Que podía decir!
Era increíble lo bien que se conservaba para su edad. Sus caderas se contoneaba entre su falda negra de lino cuando salió delante de mi del local. Agradecía llevar vaqueros ese día pero aún así ya iba suficientemente mojado de sólo pensar lo que podía pasar. Y pasó. Al subir al coche junto a ella, paramos en un semáforo y pude ver como me miró por primera vez con una sonrisa cómplice que me enardeció del todo. Me preguntó que en que estaba pensando, le contesté que estaba asombrado de estar allí, y que el resto prefería ni comentarlo. Volvió a reír, y en el siguiente semáforo, me acarició la pierna. Sentía los anillos de su mano recorrer firmes mi muslo izquierdo hasta que tocaron sus yemas la punta de mi pene aún absolutamente comprimido entre el vaquero. Sonrió y exclamo, veo que estas a punto eh; solo acerté a acariciarle la mano y apretarla mientras la retiraba.
Estaba decidido a no mostrarme inmaduro con ella y pensaba en hacerla ver las estrellas si podía quedarme toda la tarde a su lado. Cuando llegamos a su casa, cerró la puerta dejó la cartera en el salón y se volvió hacia mi. Me dijo que pasara, me acerqué a ella, me tomó de las manos y me las puso en sus pechos sonriendo. Los acaricié por encima de la blusa sintiendo como los pezones se endurecían al tacto y se acercó a mi, besándome lentamente. De repente metió su lengua y comenzó a moverla con fruición contra la mía,, era una situación más excitante de lo que había experimentado nunca, aquella mujer me sacaba treinta años y yo estaba excitadísimo. Me aparté y le abrí la blusa con habilidad y allí estaba el objeto del deseo durante aquellos años de colegio. Se conservaban bien pese al tiempo. Las manchas del sol salpicaban su contorno hasta llegar a cada uno de los pezones, morenos, amplios, y erectos como no podía imaginar. Me arrojé sobre ellos, sobre cada uno, a lengüetazos cortos y seguidos en ocasiones, largos y pausados en otras, para volver a aumentar el ritmo mientras los exprimía con fuerza.
Aquello la entusiasmó y soltaba suspiros entrecortados mientras apoyaba su cabeza contra la pared del salón a la que fuimos a dar. Me metió las manos por debajo de mi camisa y comenzó a acariciarme la espalda mientras me aparte de sus pechos con cierto recelo para besarla de nuevo. La empujé nuevamente contra la pared y comencé a bajarle la falda con prisas, echándole una mano a unas braguitas negras que dejaban entrever cierto volumen de vello. Aquello estaba muy mojado, debía de haber estado deseándolo desde la comida y eso alimento mis ganas. Aparté las braguitas con delicadeza y metí la cabeza de mi pene para entonces liberado, haciendo círculos lentos al principio mientras ella retenía la respiración para soltarla sobre mi cuello. De repente no aguanté más e introduje todo el miembro comenzando una serie de arremetidas constantes y casi violentas, mientras ella destrozaba mi espalda con sus uñas hasta mi trasero entornando una de sus piernas sobre mi.
El deseo era enorme y restregábamos nuestros cuerpos a cada acometida participando de una fuerza inusual hasta que ella descansó su cabeza contra mis hombros y emitió un jadeo constante abriendo sus labios contra mi cuello, con lo que no aguanté más, y me corrí dentro de su cavidad. No paraba de salir fluido, y tuve que dar varios achuchones más hasta que aquello dejo de salir entre el ruido propio de la humedad. Nos quedamos abrazados sin decir nada, contra la pared, jadeando. Me aparté lentamente, con miedo a perderla; quería más. Pude ver como caía algo de mi semen de su vagina, y no pude resistirme a no dejarla descansar, me arrodillé, le acaricié los muslos con mis manos, bajando hasta sus tobillos y comencé a besarle las piernas lentamente, subiendo, hasta que me detuve frente a su vagina. Tenía abundante vello púbico pero no me importó demasiado, comencé a trazar círculos alrededor de la zona. Ella se reclinó sobre la pared y huyó hacia el sofá, y allí se sentó. Acudí entendiendo la sumisión de su deseo y me abalancé sobre sus labios, presionándolos y estirando, hasta que alcancé su clítoris. Presionaba sin parar, lo dejaba descansar y de nuevo introducía mi lengua confrontando la mezcla de sabores que había.
De nuevo comenzaron los gemidos al llevar su mano hacia mi nuca apretándome contra ella, su vientre palpitaba a cada lengüetazo, mientras presionaba mi cara con sus muslos, y de nuevo subí mi boca hacia sus pechos, extendidos por su tórax con la amplitud de la edad, mientras sentía como se producía una nueva erección .Me instalé sobre ella goteando de nuevo líquido pre seminal, estaba enardecido y la besé con pasión mientras me devoraba con sus manos. Estuvimos así durante cinco minutos hasta que apretando sus manos con un gesto suave, volví abajo, y me centré en su ano por primera vez. Mojé toda la entrada observando su reacción mientras lamía. Cerró su mano derecha sobre mi pelo, elevando los gemidos así que apoyé mi pene contra su ano con una ligera presión. Reaccionó, apartándome ligeramente, la besé y le sisee al oído si era la primera vez, y asintió, la dije que no tenía nada que temer que ya era hora de que lo disfrutara con su edad, volvió a asentir ligeramente y antes de cualquier duda, volví a bajar, retiré mi pene, y le agarré los dedos de su mano llevándolos a mi boca deseosa. Los lamí y lleve su dedo corazón a su abertura anal, introduciéndoselo poco a poco. Respiró con fuerza al sacarlo tras una serie de movimientos de relajación que aumentaron mi deseo, y aproveché el momento de su salida para presionar con mi pene introduciéndolo poco a poco.
Se quedó mirándome con sus ojos verdes, y con la boca entreabierta, jadeante, y comencé a sacarlo e introducirlo muy lentamente, cerró los ojos y comenzaron poco a poco gemidos de placer mientras su cara se contraía con aspavientos cerrando sus manos contra mi culo, y comenzando a pedir más, estaba como una loca cuando empezó a dar gritos entrecortados elevando el ritmo de las acometidas. El pene entraba y salía con facilidad, y a cada golpe jadeábamos entre sudores desbocados, hasta que de nuevo me corrí dentro de ella.
Nos quedamos un tiempo allí echados. Mi cuerpo joven y apenas sin vello, contrastaba con el moreno de sus años, pero nada importaba. Cuando hubimos descansado trajo de la cocina un par de manzanas que comimos allí sentados con las piernas entrecruzadas con miradas cómplices. Al finalizar su manzana llevó el hueso hacia mi pecho lentamente y comenzó a restregarlo sobre él. Ante mi sorpresa insinuó gustarle el olor a manzana y que esa tarde iba a comerse una buena, dejó los restos sobre la mesa y comenzó a lamerme todo el torso. De nuevo tuve una erección, y me llevó a su cama instalándose a horcajadas sobre mi. Llevaba sus pechos hacia mi boca sin dejar que llegara a rozarlos en una macabra agonía cuando sus pezones se acercaban certeros, trabaza círculos en torno a mi pene y volvía a ponerme sus pechos delante. Así hasta que dejó de nuevo que cerrara mi boca sobre ellos estrechando su espalda hasta sentirlos muy dentro.
Se escapó de nuevo y bajó hasta mi pene introduciéndoselo hábilmente en la boca mientras apretaba mis testículos. Decía que iba a dejarme seco esa tarde y comenzó a subir y bajar centrándose en el extremo con gran presión. Notaba como se la introducía hasta dentro chocando contra la humedad de su boca, dejándome casi sin fuerzas. Se instaló sobre mi y se introdujo en la vagina el miembro comenzando a moverse como una máquina, mientras le acariciaba los pechos, se la sacó y se la introdujo de nuevo en el culo ajustando el condón primero, y finalmente con un grito constante cayó sobre mi. Sin darme cuenta se dio media vuelta y se sentó en la cama. Me dijo que me pusiera de pie, yo no podía más, me quitó el condón y me dijo que lo iba a recordar siempre, se puso el miembro entre los pechos y comenzó a frotar besando de vez en cuando la punta del mismo, hasta que no pude mas y me fui sobre ella con grandes espasmos. No contenta con eso se introdujo de nuevo el miembro entero, tragando los restos que aún quedaban con gran satisfacción.
Aquella noche la pasé en su casa, hicimos el amor tres veces más y disfrutamos del calor cómplice del dormir abrazados desmadejados por el placer sin peros. No la he vuelto a ver, se acabó instalando en Mallorca pero su recuerdo aún permanece en mi con más fuerza si cabe.

 

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